¿La ilusión para qué?
Alejandro Armengol
Lo que llama la atención en tanto análisis y reportaje sobre el recién
concluido VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) es la ilusión
en la capacidad de los miembros de esta organización.
Se ha analizado la composición étnica, la división por géneros y la edad
de los miembros de la cúpula partidista. Nunca como antes se ha
destacado el fetichismo de la juventud, condenado al evento por mantener
a una serie de octogenarios en la cúspide y alabado el ascenso de algún
que otro cincuentón.
Sin embargo, el tanto hablar sobre estos aspectos elude otro
fundamental: el camino para el ascenso a esta cúpula es torcido por
naturaleza. Para entrar al PCC resulta imprescindible hacer tal número
de concesiones, mentir tantas veces y prestarse a tantos juegos sucios
que su carnet es, más que nada, un estigma.
La mala fama partidista radica, entre otras fuentes, en que identifica a
individuos que han convertido en profesión el estar cerca del poder.
Luego de transcurridos tantos años de la lucha insurreccional, la toma
del poder y las acciones verdaderamente transformadoras, por décadas
esos hombres y mujeres no han hecho otra cosa que acomodarse. Puede que
en lo individual alguno sea capaz de conducir los cambios necesarios que
requiere el país, pero como conjunto el PCC no sirve para gobernar.
Una de las razones que incapacita al organismo para esa función es que
sus miembros no son verdaderos servidores públicos. Comenzando por los
hermanos Castro. El discurso inaugural de Raúl Castro solo hubiera
tenido una validación moral si éste hubiera presentado su renuncia como
punto final. El resto se limitó a un ejercicio que algunos consideran de
crítica objetiva y otros de cinismo absoluto. Pero por encima de
cualquier categorización la pauta se repitió una vez más: señalar los
problemas con amplitud y quedarse corto en las soluciones.
Esa impunidad, que es privilegio único del gobernante del país –antes
Fidel y ahora Raúl– permite afirmar que el mandato nacional se ejerce a
partir de concebir la república como hacienda. El hacendado puede
equivocarse en cosechas, compras y ventas, pero ello no le impide
conservar su propiedad si puede evitar la bancarrota.
Es precisamente en evitar la bancarrota donde radica el plan de cambios
económicos de Raúl Castro, que hasta el momento no avanza más allá de
alejarse un paso del abismo.
La conclusión entonces del VI Congreso es el análisis de sus
contradicciones, más allá que la simple descripción de unos resultados
aparentes –ya que hasta el momento de la elaboración de esta columna aún
no se habían dado a conocer la redacción final de los famosos
Lineamientos– y el enfatizar en la tendencia de tímida apertura hacia la
empresa privada que estaba en marcha desde antes.
Dejando a un lado la propuesta de limitación de mandatos, efectista pero
poco efectiva en la realidad, y la renuncia anunciada con anterioridad
de Fidel Castro a cargo alguno partidista, lo principal que resalta
luego de concluido el VI Congreso es lo que mucho que separa al discurso
inicial de Raúl Castro de los resultados de la clausura, lo que equivale
a un abismo entre el diagnóstico y el tratamiento. Es como si el médico
reconociera a un enfermo con un grave padecimiento y se limitara a
mandarlo a la casa con una dieta líquida.
Cabe entonces la sospecha de si lo único logrado por Raúl es continuar
firme en su intento de ganar tiempo –ahora ya definido en años– y dejar
la mayoría de los problemas a su relevo.
Raúl ha podido mantener esta táctica con total impunidad hasta el
momento no solo porque ha logrado consolidarse en el mando de forma
sistemática y continua, sino gracias a la incapacidad de quienes lo
rodean. Estos carecen de la capacidad de tomar la iniciativa y tampoco
cuenta con la voluntad necesaria para hablar con voz propia y caminar
con independencia, producto del condicionamiento de años y los criterios
de selección, que han llevado a los menos aptos a los círculos más
cercanos al poder central. Aquí cabe señalar cuánta ilusión tonta ha
alimentado al exilio por años, desde las constantes apelaciones a un
levantamiento militar hasta la mitificación de los protagonistas de la
Causa No. 1.
Desde una visión más descarnada –y sin temor a ser incorporado a la
cofradía del Versailles–, el VI Congreso no dejó de tener algo de
reunión de familia mafiosa, donde los lugartenientes mantuvieron sus
cargos y sus zonas de operaciones, quizá por la intervención del padrino
en retirada o como una concesión de momento del nuevo padrino. En este
sentido, asistimos solo al inicio de un nuevo capítulo de la saga.
http://www.elnuevoherald.com/2011/04/25/927422/alejandro-armengol-la-ilusion.html
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