Frank Correa
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) – La semana pasada, en el
paradero de Playa, una mujer pasada de peso quiso disputar el asiento de
un taxi, a otro gordo que se sentó primero. El chofer pidió a los tres
pasajeros que íbamos atrás que nos apretáramos un poco para dejar sentar
a la señora.
El auto era un Chevrolet de 1954, con capacidad para cuatro pasajeros en
el asiento trasero, pero los tres éramos gordos, sobre todo la dama, que
ocupaba mucho espacio. El menos gordo era yo, que iba apachurrado entre
ella y el otro. No estuvimos de acuerdo con la invasión de un cuarto
pasajero. El chofer se molestó y empezó a soltar malas palabras, hasta
que arrancó.
El conductor también era gordo, y los que iban a su lado, lo mismo.
Pregunté, en tono de broma:
-¿Con qué cara vamos a decir al mundo que estamos en un período especial
infinito, y que pasamos más hambre que un ratón de ferretería?
La señora dijo que tenía un problema endocrino que no le permitía bajar
de peso.
Agregó que aquella gordura era producto de comer sancocho, pan, y agua
con azúcar. El gordo que viajaba a mi lado dijo que lo de él era la
grasa del puerco, y el picadillo de soya con boniato. Los que viajaban
junto al chofer dijeron que tenían una pizzería clandestina y acusaron
de la gordura a la harina. Sin embargo, el taxista dijo que estaba
adelgazando, antes podía montar a un solo pasajero a su lado, y la
carrera le resultaba poco rentable. Ahora podía montar a dos.
-Pero atrás siempre han montado cuatro -dijo, y me miró con cara de malo.
Le pregunté por el motor del Chevrolet, que no me sonaba a americano.
Confesó que era un motor de montacargas adaptado. Para alardear aceleró,
y el cacharro del 54 se desplazó a toda velocidad por Quinta Avenida, y
cuando los pasajeros pensamos que íbamos a cien, nos pasó un Audi por la
izquierda, como una exhalación.
Me bajé en Jaimanitas y hubo alivio en el asiento trasero. Otro gordo,
que se acercaba respirando fuerte, intentó subir al taxi, pero mis
compañeros de viaje se lo impidieron, mientras llenaban con sus libras
todo el asiento.
El chofer aceleró su Chevy insultando al conductor del Audi, que lo
había humillado cinco minutos atrás.
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