Tuesday, October 05, 2010

101 años de Espera

Ventana del lector

101 años de Espera

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Diego Cobián, Vancouver | 05/10/2010

Cuando miro las cosas que pasan en Cuba, me hacen pensar que estoy
leyendo un cuento al estilo de García Márquez. No sé si usted coincidirá
conmigo, pero seguir el diario ajetreo de la Isla y sabiendo de la
amistad que el escritor mantiene con la Habana, a veces me hace
sospechar que once millones de personas fueran las víctimas de un
complot secreto, entre el afamado escritor y su amigo cubano. Dicho por
demás, que siendo él un incansable buscador de exageraciones y anécdotas
picarescas para enriquecer sus cuentos, encontraría amplio material en
las arbitrariedades propias de un gobierno, que ha quedado para inventar
malabares, mientras la vida le encuentre novelesca solución a su
problema histórico.

Imaginen lo que Gabo escribiría sobre una isla perdida en el tiempo, de
ciudades rancias con casas prehistóricas, desplomándose en granitos como
en un reloj de arena. De edificios mutilados por la guerra de los años,
sostenidos en el aire por la esperanza de sus inquilinos. De la
sabiduría popular que supo cómo infiltrar puercos, gallos, gallinas y
conejos ilegales en los baños de sus apartamentos, desde que la carne
era un pecado y la electricidad tenía baches regulares, que descongelaba
hasta el refrigerador más obstinado. De gente con hambre y economía en
ruinas mientras la hierba inunda a su gusto los campos de cosecha, no
sólo porque lucían más verdes y naturales, sino porque además aquella
solución era menos problemática que todos los inconvenientes que
traerían con sus caprichos, los que hacen fortuna a través de su
trabajo. El poder económico es también poder político, le aconsejaría al
presidente uno de sus asesores antes de perder la voz. Desde entonces,
resistir el hambre era considerado una virtud de los humildes, mucho más
desde que un imperio rojo y lejano había desaparecido irresponsablemente
y sin aviso, rompiendo lazos indestructibles y privando al pueblo del
pollo de los domingos. La comida sin embargo no estaba perdida, llegaba
ahora a diario en barcos que venían de todas partes, comprada con dinero
que el mismísimo presidente pedía prestado a otros capullos, con
promesas sin esperanzas, incumplibles e impagables. Los tomates, que por
empeño terminaban en germinar silvestres entre los matorrales y bajo un
sol incandescente, se destinaban solamente a los animales, porque los
importados eran más grandes, más bonitos y venían con etiquetas de
colores. De esto, Gabo haría magia con sus palabras.

El libro tendría que hablar sin dudas de la rareza exótica de aquel
lugar, donde compartían como iguales, enemigos infranqueables como
colonialismo, capitalismo, socialismo y comunismo. Todos mezclados y
decidiendo dentro de un mismo pedazo de tierra, generando un revoltijo
de confusión impredecible sobre un camino igualmente incierto. El futuro
del país lo decidían cada año los caracoles ideológicos de un babalao.
Predicción que el Presidente esperaba con impaciencia antes de planear
como robarse las próximas elecciones, no fuera a ser que en un descuido
imperdonable se las robaran los cubanos de Miami. No faltaría además la
nota de nuevos patriotas, que próximos a pudrirse en la cárcel, fueron
desterrados a tierras lejanas para que no se les ocurriera alquilar un
yate y regresar de improvisto a su país en una noche de tormenta.
Tendría también que aparecer el cura, que canceló su última cena para
resucitar conveniente y ayudar en el bochorno del destierro. Y un
psicólogo valiente, decidido a no cenar hasta que el bochorno quedara
resuelto.

Si el complot existiera, tendría Gabo de todo para armar su trama. Desde
personajes honestos y bien intencionados hasta penúltimas y macabras
armas nucleares. Malos sin escrúpulos, enamorados de corazón, disidentes
convencidos y bravas mujeres de coraje difícil. Secretos,
conspiraciones, tiros, emigrantes ilegales y hasta sexo de todo tipo y
de todas las tendencias. Un verdadero oeste en la tele nocturna de un
sábado con clasificación de camello. Paraíso para un narrador que sabe
sacar buen provecho de lo que la vida le pasea delante de sus ojos.

Por supuesto que ni soy ni me creo un escritor, así que la injusta
comparación no vendría de ninguna manera al caso. Si traigo a mis textos
a mi admirado Gabo, de quien, además, no creo haberme saltado ningún de
sus libros, es para imaginarlo con su talento, envuelto en las delicias
de un complot secreto. Ayudado por el poder de su gran amigo verdeolivo,
poniendo juntas las piezas irresistibles de una realidad imposible, que
terminarían en la historia de un Macondo menos poético pero más
tropical. El libro final que resulte de tal complot, si depende de la
salud de su amigo, podría incluso llegar a llamarse 101 años de Espera.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/101-anos-de-espera-246248

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