Indigentes en La Habana
Leonel Alberto Pérez Belette
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Rigoberto Pérez vive en la
caseta de la parada de ómnibus de la calle 26, entre 51 y la rotonda de
la Ciudad Deportiva. Rigoberto es negro, viejo, indigente, huele mal, y
está loco. La gente pasa por su lado y lo elude. Es un caso más entre un
grupo creciente de indigentes que pululan por la capital.
Rigoberto acumula basura y duerme sobre el banco de la caseta. Hace sus
necesidades fisiológicas en la parte trasera de la parada. Come de los
latones de desperdicios, o de lo que algún que otro transeúnte le
brinda. Su salud Aunque enfermo de los nervios, no pasa por tonto; es un
ser muy inteligente Para variar su rutina recoge cabos de cigarrillos,
los que se fuma cuando encuentra cómo prenderlos.
Frente a su morada hay una cafetería de la cadena: ¡Di Tú!, de venta en
divisas. Allí vive otro mendigo, un hombre relativamente joven, barbudo.
Pide limosnas para sobrevivir, o disputa las sobras que dejan los
comensales con otro vagabundo que suele dormir en el parqueo de un
hospital cercano.
En la anterior parada de ómnibus permaneció tirado durante varias horas
otro joven mendigo, hasta que fue conducido a un centro asistencial.
Sufría un ataque de epilepsia y se encontraba en suelo, con espuma y
sangre en su boca. Nadie se había dignado a ayudarle, a pesar de que el
cuerpo de guardia del hospital clínico quirúrgico se encuentra a 100 metros.
Las autoridades califican a estos individuos como reambulantes para no
reconocer la existencia de desamparados en Cuba.
Se trata de seres humanos con diversas patologías siquiátricas que
tienden a distorsionar enormemente la realidad y necesitan ser
atendidos. Profesionalmente, no a base de electrochoques. Al menos
merecen que sus condiciones de vida sean mejoradas de vez en cuando. Las
diversas instituciones de salud mental no tienen establecida una
política coherente para proporcionar tratamiento y seguimiento a estos
hombres.
Según me dijo una doctora, médica de la familia, no los atienden porque
muchos no están registrados en una zona específica. Nadie lleva cuenta
de ellos. Las mismas autoridades del orden público evitan montarlos en
los autos por el mal olor. Luego, para que un paciente sea aceptado en
una institución siquiátrica del país precisa de un acompañante.
Esto es un absurdo, dado a que algunos no tienen familia y otros son
expulsados de las viviendas por sus mismos familiares. Y en la mayoría
de los casos no toleran a nadie y prefieren vagar por las calles. Sin
contar con el mal estado en que se encuentran algunas de las salas y el
escaso personal de salud.
Muchos de estos individuos proceden de provincias del interior de la
Isla Aunque una buena parte son oriundos de Ciudad de La Habana.
Algunos son peligrosos para ellos y el resto de la sociedad. No hace
mucho, que uno de éstos "reambulantes" se dedicaba a patear a las
mujeres, a los motociclistas, ciclistas y a los autos. Así se ganó el
apodo de "patá". Un día, al golpear un auto, sufrió una seria fractura
en una de sus piernas, por lo que tuvo que ser intervenido
quirúrgicamente. Una vez recuperado siguió haciendo lo mismo.
Otros son simplemente geniales y pacíficos. Como Arsenio, que se
dedicaba a colarse en las actividades del templo hebreo asquenazí, Bet
Shalon, en el Vedado. Un loco sui generis. Para comer y divertirse
acudía a una astucia sin par. No era judío, más bien de ascendencia
gallega nada sefardita, por lo que me asombró verle con una kipac en la
cabeza. Más tarde descubrí que la kipac de Arsenio no era otra cosa que
la copa de un ajustador negro, de talla grande, con los extremos
cortados y sujetada con una hebilla de pelo.
Pero cuidado. Hay que diferenciar a los enajenados mentales de aquellos
individuos que han convertido la mendicidad en un negocio. Me refiero a
los que se pelean por un puesto a la salida de la catedral, la calle
Obispo y otros lugares claves. Estos últimos suelen ser hábiles
estafadores y logran ganar en un día sumas considerables. Hasta 200 CUC.
O peor, confundirlos con los denominados buzos, que buscan materia prima
o elementos reciclables en los latones de basura con fines económicos;
en muchas oportunidades alentados por organismos estatales.
El gobierno, por otra parte, ha prohibido las donaciones que se recibían
en muchas entidades religiosas que se dedican a la atención de estas
personas. Comida, medicamentos, ropa, entre otros productos
deficitarios. Tal es el caso de la organización católica Carita y
algunas órdenes religiosas. Esto ha traído como resultado que la ayuda
haya disminuido y se truncara la posibilidad de crear refugios y otros
centros de atención directa.
Mientras, Rigoberto Pérez ha aguantado las últimas lluvias acostado en
su banco, y tendrá que pasar el invierno sin abrigo ni alimentación
suficiente.
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