Los gobernantes isleños se muestran temerosos de perder la conexión con
las generaciones más jóvenes, crecidas entre la escasez y la obsesión
consumista propias del periodo especial. La inquietud es paralela a la
necesidad de relevo generacional.
30 de junio de 2007 / lanacion
El Malecón es uno de los lugares favoritos de los habitantes de La
Habana de todas las edades para reunirse, contemplar el mar, pasar el
rato... Y para sustituir las horas en el colegio por un tiempo más
refrescante dentro o al lado de las olas, una práctica que se está
haciendo cada vez más notoria en la Cuba revolucionaria de Fidel Castro.
Hacer "la cimarra" se ha vuelto una experiencia peligrosa en La Habana.
Un grupo de adolescentes que no fueron a clases el 7 de junio pasado
salieron al día siguiente ni más ni menos que "cazados" por una
fotografía publicada por el diario "Granma", órgano oficial del Partido
Comunista cubano.
El "Granma" los delató en una crónica que les ponía de vuelta y media
por estar "perdiendo el valioso tiempo de estudio, desgastando el
bolsillo del país y entreteniendo la mente en aplicar al uniforme
recortes y modas banales que no conducen más que a la pobreza
intelectual". Lo peor para los chicos eran las fotos donde aparecían,
perfectamente reconocibles, después de darse un baño en el Malecón.
No es la primera ni la última llamada de atención sobre la excesiva
informalidad y el aparente desapego de "no todos, pero sí una parte
considerable" de los jóvenes cubanos respecto a sus tareas estudiantiles
y, claro está, revolucionarias.
Ante este creciente fenómeno, los gobernantes isleños están
multiplicando los llamados a la lealtad de unas últimas generaciones
cada vez más tentadas por los gustos y productos del capitalismo global.
Los líderes combinan las advertencias con muestras de confianza: "Si los
jóvenes fallan, todo fallará. Es mi más profunda convicción que la
juventud cubana luchará por impedirlo. Creo en ustedes", dijo Fidel
Castro en un mensaje divulgado el domingo.
"Los jóvenes de este país no le fallarán ni a Fidel ni a la revolución",
respondió el martes la Unión de Jóvenes Comunistas. ¿Era una respuesta
representativa? Hasta cierto punto.
Dos páginas más allá del mensaje de Fidel, el también oficialista diario
"Juventud Rebelde" publicó el domingo uno más de los artículos en que
viene alertando sobre el encanallamiento y vulgarización de muchos
jóvenes a través del reggaeton, de cuya fuerte penetración en Cuba nadie
duda.
El autor del artículo recogía una estrofa: "No, ella no es loca / Lo que
pasa es que le metieron el Di Tú por la boca...". Y se mostraba
escandalizado, no tanto por la letra como por los lugares donde niños y
adolescentes pueden oírla. "Escuchar el Di Tú en instituciones
culturales del país raya lo imperdonable", decía.
A los viejos o maduros revolucionarios no les preocupa sólo la lírica
dudosa o los movimientos provocativos y "perrunos" de los seguidores del
reggaeton.
Detrás de esta concreta inquietud está el temor a perder la conexión con
unas generaciones en general bastante mejor formadas que los fans de las
estrellas reggaetones Daddy Yankee y Don Omar.
Unas generaciones, las de los nietos y biznietos de los más que
maduritos líderes de la revolución, que se han criado en un tiempo
completamente distinto al de éstos: entre las penurias del periodo
especial de los noventa (tras la caída de la Unión Soviética) y la
entrada en masa de los turistas y sus divisas; entre la obsesión por
consumir y hasta acaparar, debida en gran parte a la huella de aquellas
privaciones, y el deseo de prosperar más allá de unos salarios ínfimos
que las prestaciones sociales, sanitarias y educativas no compensan
(máxime con las deficiencias en la vivienda y el transporte); entre una
propaganda oficial que cada vez más jóvenes cuestionan, por repetitiva o
desfasada, y un acceso creciente a las nuevas tecnologías, si bien con
las limitaciones del embargo norteamericano y las consiguientes
restricciones para conectarse a Internet.
La preocupación por asegurar la firmeza revolucionaria de los jóvenes es
directamente proporcional a la necesidad de relevo generacional en el
poder, donde los promedios de edad son ya muy altos.
"Hay que abrirle paso a las nuevas generaciones, pues a ellas
corresponde tomar en sus manos la defensa de Cuba", dijo en febrero el
Presidente en funciones, Raúl Castro. Ya Fidel había señalado esa
conveniencia a la vez que manifestaba su admiración por las capacidades
de los que ahora van a la escuela o al instituto.
Pero incluso el vicepresidente Carlos Lage (56 años) y el ministro de
Exteriores, Felipe Pérez Roque (42), de los más jóvenes dentro de la
cúpula comunista, mostraron hace poco su inquietud respecto a quienes
ocupan los siguientes escalones en la pirámide de edad: unos dos
millones y medio de jóvenes crecidos, dijo Roque en abril, "en la época
en que en Cuba se desarrollaron tendencias al individualismo y al
sálvese quien pueda; jóvenes con más información y expectativas de
consumo que al inicio de la revolución". Los gobernantes cubanos pugnan
por fraguar una juventud "inmune a los cantos de sirena del capitalismo,
la banalidad y las vidrieras de las sociedades de consumo", afirmó Lage
hace semanas.
Para ello se proponen "garantizar una participación de los jóvenes en
todas las esferas, desde su espíritu crítico y natural rebeldía", y al
tiempo "enseñarles que la vida es algo más que las cosas materiales y el
dinero". Sin duda, una ardua tarea en la Cuba de hoy.
http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=5069
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