Elián y su historia
Tania Díaz Castro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - No dudé en ningún momento de las
palabras de aquella mujer de rostro sereno cuando se disponía a viajar a
Cárdenas, su ciudad natal. Hablaba con el corazón en la mano de Elián
González, su vecino (el balserito que se salvó de la muerte) como si
hablara de su hijo.
Viajábamos en un taxi colectivo. Cuando la mujer dijo que regresaba a
Cárdenas, alguien mencionó a Elián y el millón de dólares que tenía en
un banco de Miami, y que reclamaría cuando fuera mayor de edad.
-Elián no necesita de ese dinero. Aquí no le falta nada.
Entonces escuchamos lo que contó la mujer, como si no se tratara de algo
fuera de lo común, en un país donde la población afronta la peor crisis
económica de todos los tiempos. Elián disfruta de muchos privilegios por
ser quien es: una linda mansión, obsequio del Comandante en Jefe, un
auto con escolta permanente que lo lleva y lo trae de la escuela, porque
se teme que lo secuestren; cuotas semanales de productos alimenticios,
espléndidas fiestas de cumpleaños con vituallas enviadas por el Comité
Central del Partido Comunista, vacaciones en Varadero junto a los niños
que fueron a buscarlo a Estados Unidos.
-Elián no es un niño cualquier de Cárdenas. Todos lo queremos y estamos
de acuerdo que viva mejor que nadie.
-¿Por qué? -le pregunté-. ¿Por qué tiene que tener Elián tantos
privilegios, con tantos niños a su alrededor que viven en la pobreza?
-Porque lo quiere Fidel -respondió la mujer, convencida de sus palabras.
No dije nada más. Aquella señora no entendería mis razones. Solamente
vino a mi mente la foto a color y a toda página de Newsweek, de mayo de
2000, que guardo en mi archivo personal, tomada por un periodista de la
AP. En ella se ve a Elián, aterrado, junto al pescador Donato Dalrymple,
su salvador, sorprendidos en un clóset, y al agente norteamericano
apuntándoles con su fusil por orden de la Secretaria de Justicia, señora
Janet Reno. Unos meses antes Donato había rescatado a Elián de un
neumático, a ocho kilómetros de la costa de Florida. Cuando bajé del
taxi sentí pena por la vida que lleva Elián.
Días antes de ingresar a la escuela secundaria, el inmueble fue
remodelado y pintado, porque se suponía que el Comandante y otros
funcionarios del gobierno lo visitarían frecuentemente en su centro de
estudios.
¿Será feliz Elián González bajo la dirección y el control gubernamental
que rige su existencia? ¿Sabrá que su madre murió por llevarlo a un país
libre? Me pregunté si podría llegar a ser el hombre nuevo del mañana,
según los cánones comunistas, y lo imaginé ya hombre, burlando a sus
custodios para tomar un avión y visitar a su familia, en Miami, aquella
que le dio abrigo y amor cuando fue salvado milagrosamente por el
pescador y un grupo de sabios delfines.
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