Thursday, February 08, 2007

Vidas recicladas

Sociedad
Vidas recicladas

Les llaman buzos o leones y son escarbadoras humanas de la economía
informal.

Federico Fornés, Ciudad de La Habana
jueves 8 de febrero de 2007 6:00:00

Ganar al mes el equivalente de unas cien botellas de litro y medio de
refresco no parece la gran cosa. El dato da un vuelco cuando se trata de
Cuba.

"Aquí se puede vivir de la basura". Esa, al menos, es la máxima con que
cada día se levanta Juan Pico, el hombre que como tantos otros ha hecho
de su existencia, igual que las botellas que limpia, una vida reciclada.

Desgarbado y tozudo, Pico es un cuarentón que pedalea kilómetros
capitalinos en busca de botellas de cerveza o de ron y latas de cerveza
o refresco. Tiene vista de águila. Las divisa a lo lejos. Algunas por la
refulgencia, otras por intuición.

Enero ha sido pródigo. Las fiestas de fin de año dejaron su derroche y
hay más desperdicios que nunca.

Una gorra protege su cabeza entrecana. Fue negra en su momento. Ahora
"tiene el color de las cucarachas", dice para testimoniar sus jornadas
de sol a sol.

"Esto es mañana, tarde y noche, pero veo el fruto de mi trabajo",
explica sin dejar de mover los pies y observar los semáforos. Sus uñas
están negruzcas, pero detesta los guantes de lona porque dificultan
"coger las cosas y llevar el manubrio".

En una caja plástica de cerveza, que hace las veces de canasta, echa
todo lo colectado en las calles y en los tachos de basura. Los baches
hacen que su mercancía suene aparatosamente.

"Yo trabajaba como mecánico en un taller (estatal), pero esto me da
mucho más. Ya pude arreglar el baño y mi familia hace tres comidas al
día", se ufana.

En la noche, antes de dormir, Pico lava afanosamente los envases. Parece
obsesivo. "Si tienen una manchita no te los cogen". A veces el menor de
sus dos hijos lo ayuda, pero él se opone. "Tiene que estudiar y sacar
buenas notas".

Reglas son estrictas

El Estado mantiene activa una red de casas de compra en toda la isla. Se
trata de puntos de recepción de materia prima pertenecientes a la
empresa nacional de recuperación, una de las instancias de la industria
sideromecánica.

Se calcula que las exportaciones de aluminio son un pingüe negocio: una
tonelada se cotiza a más de 2.700 dólares, mientras que el cobre supera
los 5.500 dólares.

Las reglas son estrictas. Por cada 24 botellas de cerveza se obtiene un
litro y medio de refresco. Igual recompensa por siete botellas de ron o
seis kilos de cobre o bronce o cuatro kilos de aluminio. En todos los
casos se exige que la carga esté libre de impurezas o accesorios de otro
mineral o material.

"No aceptamos mercancía de procedencia dudosa", advierte uno de los
funcionarios que se ocupa de la recepción y pesaje de los artículos.
Para confirmar el carácter no ferroso de lo acaparado hacen la prueba
del imán.

Las casas ofrecen otros artículos de cambio, incluso por menos cantidad
de materia prima, pero son escasamente atractivos. Moños de pelo y
pellizcos con pelo artificial para apliques apenas si tienen curso en el
mercado.

Las botellas de refresco son las reinas. Se conocen en el argot como
pepinos y son vendidas a 25 pesos cada una, el equivalente a un peso
convertible. Las mismas, de marca Tukola, son comercializadas en los
circuitos estatales a un convertible con cuarenta y cinco centavos.

Como Pico, hay quienes cada una quincena reúnen desechos que representan
medio centenar de botellas. Al mes las ganancias se acercan a los cien
convertibles, unos dos mil quinientos pesos.

Para un doctor en ciencias médicas, máximo grado científico al que puede
aspirar un médico cubano, el de los botelleros resulta un salario de
ensueño. A fin de mes tales eminencias reciben poco más de setecientos
pesos, unos treinta y ocho convertibles.

El mercado callejero de envases vacíos actúa como el que más: se rige
por la ley de oferta y demanda. Así las botellas son vendidas a uno o
dos pesos, de acuerdo a cómo se coticen en ese momento en los barrios.

Una estructura piramidal

Los agentes recolectores se mueven en una estructura piramidal. En la
cúspide se hallan los dueños de pequeños transportes, ya sean
motorizados o no, que cargan decenas de kilos y pagan a otros el trabajo
sucio del acopio.

Están los buscones libres, que, como Pico, se mueven a pie o en
bicicleta y truecan personalmente la carga.

Los más desfavorecidos son los recolectores que venden a los
intermediarios. En su mayoría alcohólicos y emigrantes del oriente de la
Isla que sobreviven en las callejuelas habaneras alimentándose de sobras
y durmiendo en covachas o portales a punto de derrumbe.

Aunque pocas, también hay mujeres en el negocio. Suelen ser madres
solteras, como Adela, una delgada morena de gestos eléctricos.

Ha podido mantener becado a su hijo en un preuniversitario en el campo.
"Cuando viene a casa siempre tiene algo para salir con la novia y
ponerse sus buenos tenis", comenta entusiasta esta "luchadora".

Juanito quilo quilo resolvió algo mejor: pulir las latas en el asfalto
hasta destaparlas e irse los fines de semana a los jardines de la
Tropical, una histórica fábrica en el oeste habanero que dispensa
cerveza a granel.

A falta de jarras, los bebedores se las arrebatan por un peso. Al final
de cada jornada echa al bolsillo entre doscientos y trescientos pesos.

Otros, como el miope Estupiñán, son apresados por la policía y
eventualmente rehabilitados. La mayoría de ellos escapa de los centros
asistenciales y retornan, desquiciados, a la vida de arrabal.

Uno de estos buzos es Imías. No es un nombre bíblico, sino una
toponimia. Así le apodan sus compinches porque emigró desde ese lugar de
la geografía más oriental de Cuba, una zona donde el alcoholismo
destruye la vida de muchos.

"Este reloj me le encontré en la basura", dice con orgullo.

Imías toma todo lo que contenga alcohol o lo que se imagina que lo
tenga, como jarabes medicinales. Hace más de un año sobrevive como
recolector.

Está feliz porque vendió en veinte pesos un paraguas roto que encontró
ayer. Lleva un saco blindado por la mugre.

Su mirada, perdida, parece confirmar que está en medio de la nada y sin
saber ni por qué.

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