Transición en Cuba, cambio en Miami
ALEJANDRO ARMENGOL
Sólo la arrogancia y el desconocimiento explican que en Miami hay tantos
llamados a la transición en Cuba, sin plantearse que cuando éste se
ponga en marcha ocurrirá también un cambio en esta ciudad.
Da la impresión que los portavoces de la idea, y los elaboradores de
esos planes que no pasan de comentarios diarios en las tertulias más
diversas, consideran que todo se reduce a una exportación de recursos,
proyectos y talentos, con el objetivo de reproducir en la isla una
sociedad similar a la existente aquí.
Pasan por alto dos aspectos fundamentales. El primero es que Miami no es
la Cuba del futuro, como cada vez representa menos la del pasado.
Felizmente se aleja de ese modelo. Nadie se engañe por algunos programas
radiales, una que otra feria y las guayaberas de los políticos de turno
en las efemérides destinadas a recaudar simpatías y votos. El segundo es
que Cuba no será el Miami del pasado. Demasiadas diferencias se han
acumulado a lo largo de los años para que sea posible siquiera imaginar
una confluencia futura.
Los valores, ventajas y beneficios que se disfrutan aquí, y vale la pena
establecer en Cuba, son intrínsecos de la sociedad estadounidense --la
mayoría característicos de cualquier nación democrática desarrollada-- y
no fueron establecidos por los exiliados. Nos hemos adaptado a ellos, en
algunos casos se puede agregar que hasta los hemos enriquecido, pero
existían antes de que el primer exiliado cubano llegara a estas costas.
No se trata de restarle méritos a una comunidad, es situarla en el lugar
que le corresponde: trabajo, esfuerzo, sacrificio y capacidad creativa
por encima de la demagogia, el chanchullo, la estafa y la politiquería.
En la nación cubana que se edificará tras la muerte de Fidel Castro
serán necesarios profesionales, inversionistas y administradores. Los
políticos pueden ahorrarse el boleto. No es que los de allá sean buenos,
es que muchos de los de aquí no han mostrado ser mejores.
Cuba comenzará a ser una nación más plena en la medida en que la
sociedad se libre de esa enorme dependencia de los políticos. No hay que
alimentar la especie, más bien alentar que entre en período de
extinción. Que finalmente sea posible que la administración de las cosas
se imponga sobre la administración de los hombres.
Sobran en Miami los que preparan proyectos, elaboran constituciones
futuras y discuten leyes para una república imaginaria. Es posible que
la discusión diaria de tales planes resulte entretenida para algunos,
lucrativa para unos pocos y contribuya a la peregrina estabilidad
emocional de unos cuantos. Pero estas ''ganancias secundarias'' poco
tienen que ver con el supuesto objetivo primordial de sentar los
fundamentos de una nación aún por construirse. Este país, si en algún
momento llega a materializarse, será obra y responsabilidad de quienes
viven allá. El habitar esta costa nos incapacita para algo más que ayudar.
Si aspiramos a una Cuba democrática, tenemos que partir no de proyectos
sino de valores fundamentales, muchos de los cuales existieron en alguna
medida en la nación en desarrollo antes del funesto golpe de Estado de
Fulgencio Batista, pero de forma tan precaria que permitieron el
surgimiento de las tiranías y violaciones de derechos fundamentales que
mancharon la historia cubana.
Si aquí existe la libertad de expresión --esta columna es un ejemplo de
ello-- es en muchos casos a contrapelo de esos mismos exiliados de
''línea dura'' que tanto proclaman el derecho de que impere en la isla.
Si es necesaria la justicia, no hay que buscarla de forma selectiva,
olvidando atropellos, torturas y asesinatos anteriores al primero de
enero de 1959 y considerando ''acciones patrióticas'' simples actos de
terrorismo. Si queremos una Cuba para todos, no hay que partir de
exclusiones, como no fueron excluidos los batistianos de Miami.
Es en este sentido que Miami debe servir de ejemplo para una Cuba
futura. Generosidad de una ciudad que ha dado cabida a diversas
generaciones de inmigrantes, con diversos pasados políticos y
participaciones y responsabilidades diferentes en un proceso que no se
originó con el comienzo del año 1959, ni surgió sólo del engaño ni de la
traición, aunque estos aspectos formaron parte de un movimiento
traicionado y desvirtuado.
Generosidad que en lo personal puede resultar difícil de asimilar: para
los familiares de tantos fusilados, los prisioneros políticos que
cumplieron largas condenas injustas, las víctimas de la represión, el
terrorismo y los crímenes de cualquier bando y todo aquel que respiró
más a plenitud en esta ciudad el día que falleció Esteban Ventura Novo,
quien por muchos años se paseó por estas calles sin rendirle cuentas a
nadie de sus crímenes.
Cuando cada exiliado, no importa el lugar remoto donde finalmente ha
hecho su vida, y cada habitante de la isla que sólo no ha conocido más
que trabajos y limitaciones y abrigado el deseo perenne de marcharse del
lugar en que nació o ha sido fiel a la decisión de pese a todo quedarse
en una espera o se ha aferrado con una ilusión suicida a un ideal
abandonado, tergiversado y falso abandone la espera será más libre.
Cuando cada cubano comprenda que el cambio que se quiere no es sólo una
esperanza pospuesta una y otra vez, sino también un proceso personal, y
que para iniciarlo no tiene que pedirle permiso a nadie, dependerá menos
de lo que ocurra en la política nacional. Cuando cada uno de nosotros
mandemos a paseo a los funcionarios, activistas y líderes políticos y
comunitarios de aquí y de allá, seremos más dueños de nuestro destino.
Cuando esto ocurra, la transición estará en marcha, en Cuba y en Miami.
aarmengol@herald.com
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/16623231.htm
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