Corrupción
El caso Robinson
¿Por qué la defenestración política de un negro no genera tanta
especulación como la de un blanco?
Manuel Cuesta Morúa, Ciudad de La Habana
viernes 23 de junio de 2006 6:00:00
Hace algo más de un mes que Juan Carlos Robinson, quien fuera primer
secretario de los comunistas (PCC) en las provincias de Santiago de Cuba
y Guantánamo, y luego ocupara un cargo en el Comité Central de dicho
partido, es menos que intrahistoria.
Su defenestración describe el ciclo completo de las caídas dentro de la
élite cubana: primero hacia arriba y después en la dirección física de
dicho movimiento: hacia abajo y hacia el olvido.
Momentáneamente vuelve ahora a ser recordado por el poder para
mostrarnos que su caída está siendo bien estrepitosa, con lo que se
garantiza una sima más profunda en la memoria de sus contemporáneos: ha
sido condenado a 12 años de prisión por presunto tráfico de influencias;
demostración de que había que salir de él a cómo diera lugar.
Su caso despertó los comentarios de oficio, una rara defensa en el campo
contrario y alguna que otra justificación de la actitud del poder frente
al "vanidoso". En realidad, parece que el tipo no resultaba muy
simpático, de modo que todos sus enemigos, cercanos o distantes, estarán
satisfechos con lo que podríamos llamar una venganza de tipo vicaria.
Como intuyo, Robinson será olvidado, con más rapidez a partir de mañana,
aun cuando su situación merece una especie de acción afirmativa
analítica por lo que implica para la sociología y cultura cubanas.
Si, como se dice, el hombre está henchido de altanería y corrupción, no
se debe doblar su página. Si para el bufete de abogados anticastristas
no hay la suficiente cantidad de duda razonable que justifique un
seguimiento del caso, los que sí tienen una preocupación por las
dimensiones históricas y culturales de la democracia y por el debido
trato a los seres humanos deben prestarle más atención.
Seguridad en el olvido
Ante la cualidad de su caída y el rápido archivo de su historia,
adelanto la hipótesis de que la profundidad de su defenestración guarda
una relación dialéctica con las seguridades que el poder tiene de que
Robinson va a ser prontamente olvidado.
¿Por qué? Porque la defenestración de un negro no es tan importante ni
genera tanta especulación como la defenestración de un blanco.
Roberto Robaina, se dice, tenía dos ambiciones más peligrosas en Cuba
que las veleidades de carácter y actitud del último de nuestros occisos
políticos: la del poder y la de las reformas. Se dice algo más: estaba
relacionado, en un presunto caso también de tráfico de influencias
—acusación que en su momento rozó a Carlos Aldana, un ex todo poderoso
que anda suelto—, con políticos corruptos de México conectados a
intereses en el negocio sucio.
Sin embargo, comparado con Juan Carlos Robinson, el de Robaina es un
derrumbe "a sedal" si tenemos en cuenta la magnitud y el "peligro" de
sus movidas, que presumiblemente mezclaban la política y la economía.
Y hay más: para el público en general, para cualquier ciudadano de
Guanabacoa poco enterado de los asuntos del poder en Cuba, Robaina
todavía es miembro del Buró Político: no hay información pública en
sentido contrario. Un hombre que desató todas las especulaciones de la
prensa y de ciertos círculos políticos sobre las posibilidades
malogradas de los reformistas en Cuba. Todavía hay personas que hablan
de él con nostalgia gorbachoviana.
¿Y el negro? "El negro no tiene na' caballero", como expresa una popular
canción cubana: parece que a más folklore, menos sustancia en la raza.
El único enigma de nuestra cultura
La cuestión del negro continúa expresando el enigma de la cultura cubana
y la zona de temor y desprecio que las élites rehuyen y manifiestan
según sean las circunstancias. La estructura cultural y mental de esas
élites —una parte de ella ni siquiera se toma este trabajo— ha cooptado
exitosamente al negro, pero detrás de él quiere ver a un blanco
convenientemente teñido para la ocasión postmoderna que vivimos y para
mostrar las verdades de una retórica emancipatoria insuflada.
Robinson no escandaliza hacia arriba; como no escandaliza hacia abajo el
hecho de que la policía en Cuba sólo parece existir porque existen
muchos negros "molestando" la tranquilidad ciudadana y "malogrando" la
clara visibilidad del gran proyecto revolucionario.
Enigma: acertijo sin descifrar, caja de Pandora que no puede abrirse,
misterio al que se teme y no puede ser develado. Es penoso observar aquí
cómo la preocupación intelectual por el único enigma de nuestra cultura
—que en Cuba se cifra en el negro— genera una copiosa ética de
opiniones, algunas lúcidas y la mayoría retóricas e insustanciales, pero
una escasa ética de consecuencias que afronte los efectos de exponer al
público y al poder el principal de los problemas que subyace tras
nuestra inconclusión como proyecto nacional.
Un documental que ofrece una versión estética sobre la llamada Guerrita
del 12, la única guerra de la que no se habla en Cuba —un país que se
alimenta simbólicamente de las guerras—, es censurado por las élites aun
cuando podría ser asimilado dentro del circuito de defensa revolucionaria.
Desde la sacarocracia cubana del siglo XIX hasta la aristocracia
revolucionaria y los círculos democráticos del siglo XXI, el negro en
Cuba constituye la pesada carga que —en términos generales— el hombre
blanco de nuestras cúspides diversas, y en muchos casos divergentes, no
sabe cómo llevar sobre sus hombros.
Robinson antiCrusoe, condenado por tráfico de influencias —otro
delito-saco que podría tener a media élite en la cárcel—, no será la
última prueba de la represión y el olvido.
URL:
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/cuba/articulos/el_caso_robinson
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