El Beneficio del Sentido Común
2006-02-13
Últimamente se ha puesto de moda invocar el beneficio de la duda en
favor de Evo Morales. Hasta Andrés Openheimer, siempre lúcido y crítico
hacia todas las dictaduras, esta vez ha pedido concederle al presidente
boliviano dicho beneficio, que en términos jurídicos es algo así como
absolver al acusado ante la duda razonable.
Evo fue electo por amplia mayoría y ha prometido sacar a Bolivia de su
secular pobreza. Dar un compás de espera y ver qué pasa en los próximos
meses --o en el primer año-- parecería la actitud más sensata. Sin
embargo, a la luz de la experiencia histórica no sería muy sabio
albergar muchas ilusiones sobre el rumbo que va a tomar el país del
Altiplano. Sobre todo, teniendo en cuenta las credenciales democráticas
poco recomendables de un agitador que se saltó todas las reglas
democráticas antes de salir victorioso en la reciente contienda electoral.
En las ocasiones anteriores en que no pudo ganar a través de las urnas,
el dirigente cocalero no dio puntada sin hilo. Sistemáticamente se
dedicó, mediante las consabidas tácticas de agit-prop, a desestabilizar
y a la larga derrocar a los gobiernos democráticamente electos que le
precedieron. Combinando el populismo demagógico con el nacionalismo
racista, y la memoria de sus sufridos ancestros con el atractivo más pop
de la figura del Che Guevara, el líder indigenista se convirtió así en
indiscutible maestro del golpismo callejero.
La calle contra el voto, parece ser la consigna de la izquierda
antidemocrática cuando los resultados electorales no le son favorables.
Si las intenciones de voto van en dirección contraria, a lanzarse a la
calle con la pancarta y la estridencia antisistema. A parar el tráfico,
a meter miedo y armar la pelotera. Así lo hizo Zapatero en España y así
se viene haciendo en América Latina. Así lo hizo Evo y así lo está
haciendo en Nicaragua el ex dictador Daniel Ortega, ese perro del
hortelano barbudo que ni gobierna ni deja gobernar. ¿A quién van a
engañar esas desaforadas masas combativas, cuya “espontaneidad” tan bien
dirigida no es difícil saber desde dónde y por quién es coordinada?
Pero cuando la izquierda gana las elecciones mediante ese mismo sistema
electoral, entonces se oye por todas partes pregonar las bondades de los
comicios. La victoria de Michelle Bachelet en Chile fue así recibida a
bombo y platillos como un logro sin par de la democracia. Y si hubiera
vencido el candidato del centro-derecha, ¿no habría sido igualmente un
triunfo de la democracia? —se preguntaba con sobrada razón el ensayista
Orlando Fondevila en un reciente artículo donde ponía los puntos sobre
las íes de las elecciones en Chile y Bolivia. ¿O es que la democracia no
es buena ni digna de celebrarse cuando es la derecha la que gana las
elecciones?
La democracia no es mejor ni peor porque gobierne una mujer o un
aborigen. Ni tampoco la solidez de una sociedad democrática se mide
exclusivamente por el resultado de un proceso electoral, por más que
cierta prensa salte de euforia ante el triunfo de un candidato
izquierdista. Se mide por el respeto a las instituciones y a las reglas
del juego, tanto por parte del gobierno como de la oposición. Lejos del
deslumbramiento con la chompa de Evo, lo que debe preocuparnos es su
discurso radical filocastrista y su indigenismo rencoroso y
reaccionario, tan antiamericano como antiespañol. Una mezcla política
altamente explosiva y sin duda letal.
Un posible escenario para la Bolivia de Evo Morales es la dictadura por
la vía venezolana. Igual que hizo Hugo Chávez aprovechando su
popularidad inicial, Evo probablemente promulgue una nueva constitución
hecha a la medida, al tiempo que se hace con el control del poder
legislativo y judicial. El objetivo es el sueño dorado de la izquierda
totalitaria: cargarse a Montesquieu y acabar con la división de los tres
poderes. O sea, detentar el poder absoluto y por tiempo indefinido.
El siguiente paso previsible es la liquidación de todos los poderes
fácticos. Con un parlamento domesticado y la justicia sometida, , al
presidente cocalero no le será nada difícil verticalizar los sindicatos,
neutralizar la Iglesia y debilitar la oposición hasta aplastarla,
amordazando los medios de comunicación e implantando un estado policial
de corte castrista. Y adiós sociedad civil. Todo, desde luego, con el
apoyo logístico de La Habana y Caracas.
Lo más escalofriante, con todo, sería la implantación de una especie de
comunismo primitivo en su modalidad aymara, tal como lo ha descrito
acertadamente Gina Montaner en su columna del Nuevo Herald. Lo cual
equivaldría a la cambodianización indigenista de la sociedad boliviana
por medio de comunidades rurales de base dentro de una estructura
piramidal cuasi militarizada.
Si en vez de concederle a Evo Morales el beneficio de la duda, le
concedemos a Gina el beneficio del sentido común, eso sería de nuevo la
utopía del rebaño. O más exactamente, si se quiere, la distopía del
horror cocalero.
http://presslingua.com/web/article.asp?artID=4532
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