¿Dementes o desesperados?
Antonio Díaz Sánchez, prisionero de conciencia condenado a 20 años
PRISION EL YUYAL, CUBA SI, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - Hace algunos días, un importante periódico estadounidense publicó -según la presa castrista- el dramático hecho ocurrido en la Base Naval Norteamericana de Guantánamo, Cuba, donde un ex talibán, después de hablar con su abogado, se cortó las venas e intentó ahorcarse. El suceso fue ampliamente divulgado por los medios nacionales de información que, paradójicamente, nunca han hecho alusión a las constantes auto agresiones que diariamente ocurren en las cárceles cubanas.
Este proceder informativo es una práctica constante en la Cuba comunista, donde siempre se saca la paja del ojo ajeno sin mirar la viga que llevamos en el nuestro. Por eso he decidido escribir algo sobre tan dolorosos hechos.
Sería demasiado extenso este escrito si nombramos a todos los auto agresores que he visto durante los dos años y ocho meses que llevo en prisión, por lo que sólo citaré algunos casos, que aseguro pueden multiplicarse hasta llegar a los centenares.
Es bastante raro que transcurran dos o tres días sin que ocurra una o más auto agresiones en la prisión El Yuyal, Cuba sí, donde me encuentro desde el 8 de noviembre de 2003. La modalidad más usada es hacerse cortadas en las venas para provocar el desangramiento.
Oscar Ramos Aguilera, de 33 años, natural de Holguín, discutió el pasado martes 1 de noviembre con un militar conocido como "Ojos bellos", quien le propinó un golpe con un candado en el arco superciliar derecho, produciéndole una herida que necesitó de dos puntos. Por tal motivo, Oscar fue enviado a las celdas de castigo, donde se cortó las venas y casi llega a desangrarse.
Otro procedimiento de autoagresión consiste en inyectarse petróleo o estiércol humano en las piernas o el abdomen. Más de un recluso ha fallecido por tal motivo, como es el caso de Gerardo Banderas, natural de Las Tunas.
Hace apenas unos meses fue encontrado ahorcado en el puesto médico de esta prisión el recluso Juan Carlos Sánchez Calderón, alias "El pintico", de 37 años de edad, quien residía en el Reparto Alcides Pino, de la ciudad de Holguín. Juan Carlos sufría desde hacía algún tiempo de fuertes dolores abdominales, que al parecer fueron el móvil del suicidio.
Cuando un preso se declara en huelga de hambre, se cose los labios para demostrar a los militares que está decidido a no comer ni tomar agua. No es difícil suponer cuánto duele esta costura.
Algo verdaderamente espeluznante es conocer cómo un buen número de reclusos se han inyectado sangre infectada con VIH.
Veintinueve años tiene Alexander Compan, que reside en la ciudad de Holguín. En enero de 2005 Compan cumplió una sanción de 10 años de privación de libertad, pero en el mismo año ha sido regresado a prisión por cometer otros delitos. Cuando Alexander supo que regresaría a la cárcel se autoinfectó con sangre de su hermano, que padece de sida luego de habérse inyectado el FIH en esta prisión. Hoy los dos esperan juicio en el hospitalito del penal, donde han sido aislados los enfermos de sida para tratar de evitar que continúen las autoinfecciones de este mortal virus.
El 26 de octubre pasado sucedió una autoagresión inédita hasta el momento. Serían las dos de la tarde cuando el recluso José Guzmán Rodríguez, alias "Pombi", quien procede de Santa Inés, en el municipio Calixto García, provincia de Holguín, recibió la noticia de que su madre había fallecido hacía varios días. Frustrado por no haber podido asistir a los funerales, y turbado por el dolor de la pérdida familiar, Guzmán decidió cercenarse íntegramente el pene.
Con el órgano sexual en la mano, García fue conducido al hospital de la ciudad de Holguín, pero los médicos ya no pudieron hacer nada para reinsertarlo. Después de suturar, colocaron una manguerita unida a una bolsa de nylon donde involuntariamente se almacenará la orina.
Si diversas son las formas de autoagresión en estos círculos dantescos llamados "establecimientos penitenciarios", no menos son las causas que las motivan. Las malas condiciones de vida, donde se incluye una pésima alimentación que puede ser valorada por su cantidad y calidad como típica de campos de concentración, las excesivas condenas, el encierro en celdas de castigo sin luz eléctrica, el reclamo de atención médica, las decisiones injustas y arbitrarias que muchas veces toman los militares, y hasta para librarse de una inminente golpiza, no les ha quedado otra opción que las autoagresiones.
Cuando un recluso cubano atenta contra sí mismo, no lo hace con la intención de llamar la atención de la opinión pública, pues en Cuba las prisiones son agujeros negros donde únicamente los prisioneros políticos comos capaces de divulgar lo que allí sucede. Más bien lo hacen buscando un recurso que ponga fin a tanta agonía y martirio, que convierte la vida en algo sin sentido.
Esta actitud suicida no puede ser aprobada o estimulada por alguien que ame a Dios y a la vida. De hecho, he tratado de impedir que muchos reclusos se autoagredan, en ocasiones no con mucho éxito, incluso a riesgo de que la emprenda contra mí. Pero tampoco puedo guardar silencio, pues esto es complicidad con las injustas causas que provocan tanto sufrimiento y los lleva a tomar estas decisiones.
Un análisis psíquico de un especialista pudiera diagnosticar que estos reclusos transitan, en el momento de autoagredirse, por un estado de demencia quizás temporal. Sin embargo, cuando observo las marcas de las heridas en los antebrazos, la imborrable secuela de estiércol en el vientre, cuando conozco de alguien que se inyectó sangre infectada con VIH o me acuerdo del que se cortó el pene, y además, sufro junto a ellos tanta injusticia, no me queda otra opción que cuestionarme: ¿dementes o desesperados?
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