Tuesday, October 05, 2010

Merolico

Publicado el martes, 10.05.10
Merolico
By ALEJANDRO RIOS

El hombre que reinventó el uso de la vieja palabra merolico ahora
discursea sobre el fin del mundo en medio de la noche eterna de los
Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Para el diccionario de la
Real Academia el término califica al charlatán o vendedor callejero;
para Fidel Castro, descalificador en jefe, los merolicos fueron el mal
de vendedores y productores que comenzaron a satisfacer, por los años
ochenta, las numerosas penurias del pueblo cubano, al margen del
ineficiente estado.

Luego de ser abatidos por resoluciones, leyes, disposiciones, redadas
policiales, delaciones y todo tipo de obstáculos, el gobierno cubano ha
vuelto a permitir la operación de los merolicos. Está por ver si la
nueva categoría ``cuentapropista'' alcanza el estatus comercial que
ostentaban los últimos negocios privados en Cuba cuando fueron
prohibidos en 1968 con la llamada ``ofensiva revolucionaria''.

Los merolicos, siempre tan habilidosos en su supervivencia, se
transmutaron en artesanos y tomaron por asalto la emblemática Plaza de
la Catedral, poco antes de que Castro los fulminara. Aquello fue un
tiempo de esplendor mercantil. Hubo artífices con talleres y empleados
en el corazón del más rancio socialismo.

La Operación Adoquín, sin embargo, dio al traste con el pequeño feudo y
los medios de prensa se ensañaron hablando de enriquecimiento ilícito y
de explotadores del hombre por el hombre. Lo cierto es que desde
entonces hubo menos zapatos, ropas exclusivas y hasta joyas que eran
ofertadas, sin libretas de control, en la famosa Plaza. Entre los
artesanos apresados entonces estuvo Osvaldo Castilla, afamado orfebre
que había hecho piezas exquisitas para mujeres de la nomenclatura. Se
cuenta que Vilma Espín tuvo que intervenir, con cierta premura, para que
lo liberaran.

Al pasar el tiempo, prestigiosos artistas plásticos, sobre todo pintores
y ceramistas, han regresado a la Plaza de la Catedral y otros sitios
públicos de la ciudad, como merolicos, no con las obras que caracterizan
sus respectivos estilos, sino con piezas costumbristas para complacer la
frivolidad del mercado turístico.

Una versión ampliada del merolico pudiera incluir las artes culinarias y
de hotelería. Cierta vez estuvo de paso por Miami un intelectual cubano
de ``ocho libros'', según le gustaba alardear, en trámites culturales de
gran importancia. Al regresar a Cuba, sin embargo, se pertrechó de
cubertería plástica, sábanas y fundas, entre otras vituallas para el bed
& breakfast que tenía montado en algunos cuartos de su mansión en el Vedado.

El esplendor y caída estrepitosa de los paladares integra otro capítulo
de las andanzas del merolico. Hubo un momento que hasta la realeza
española disfrutó del más famoso, La Guarida, y luego el acoso
gubernamental dio al traste con tan próspera cadena de negocios
gastronómicos aunque la procedencia de los insumos, como en casi toda la
producción alternativa cubana, siempre resultó de dudosa procedencia
para el gobierno.

Después de tanta hostilidad histórica el merolico desconfía de las
nuevas previsiones que ahora lo ponen en el centro salvador de la
tambaleante economía cubana. Resulta, sospechoso, no obstante, cuando el
periódico Granma enumera las ``actividades autorizadas'' en vez de
referirse a oficios. Todavía son tratados con desdén.

En esta ocasión la tregua parece más amplia y espléndida con la ventaja
de que al aguafiestas histórico no le preocupa lo que ocurre en el país.
Está por ver cómo el carpintero se agencia su madera; el aguador, su
líquido preciado para distribuir entre los necesitados, y el zapatero,
un pedazo de cuero para producir el calzado. Por lo pronto, aquellos
otrora despreciados merolicos han conseguido la autorización para
``resolver''. Esperemos, por el bien de todos los cubanos, que cuando
progresen no vuelvan a caer en la misma trampa de siempre.

http://www.elnuevoherald.com/2010/10/05/814478/alejandro-rios-merolico.html

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