La vida sigue igual
¿Qué hace pensar que el cambio de funcionarios puede detener la
hecatombe de la agricultura?
Dimas Castellanos, La Habana | 13/01/2009
La subordinación de la economía a la política ha convertido Cuba, del
mayor complejo azucarero del mundo que fue, en uno de los países de
menor producción y productividad agrícola.
Nuestro primer estadista, Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), en
su Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla,
realizó un riguroso análisis de lo que consideraba "grandes males", para
los cuales propuso "grandes remedios". Mientras, el famoso químico
Álvaro Reynoso y Valdés (1829-1888) se propuso solucionar la
contradicción consistente entre ocupar el primer lugar mundial en la
producción de azúcar y el último en productividad agrícola.
En su obra cumbre, titulada Ensayo sobre el cultivo de la caña de
azúcar, Reynoso analizó íntegramente las operaciones relacionadas con el
cultivo y cosecha de la gramínea, desde el desmonte y las siembras hasta
la conservación de la paja para retener la humedad del terreno. Sin
embargo, el problema de la baja productividad en la Colonia no pudo ser
resuelto, debido al desinterés de los esclavos por los resultados
económicos.
En el siglo XX, la industria azucarera experimentó un crecimiento
permanente. La producción, que alcanzó un millón de toneladas en 1903,
se elevó a 5,3 en 1925 y a 6,1 en 1948. En 1952 marcó la fabulosa cifra
de 7,2, cuando la Isla tenía menos de seis millones de habitantes.
Posteriormente, con un esfuerzo que dislocó toda la economía, se
produjeron 8,5 millones de toneladas en 1970, monto desde el cual
comenzó un declive que ha hecho retroceder la producción hasta 1,4
millones de toneladas en 2007, similar a lo logrado hace un siglo.
Últimos en todo
En el año 2001, en respuesta al indetenible retroceso, el general de
División Ulises Rosales del Toro —quien después de una "exitosa" carrera
militar, que lo elevó de soldado a jefe del Estado Mayor General, fue
designado ministro del Azúcar— planteó un plan estratégico consistente
en dos medidas: la reestructuración de la industria azucarera y la tarea
Álvaro Reynoso, con el objetivo de elevar la producción a seis millones
de toneladas, lograr un rendimiento mínimo de 54 toneladas de caña por
hectárea y extraer de cada 100 toneladas de caña 11 de azúcar.
La diferencia con la época colonial es que ahora no sólo ocupamos el
último lugar en productividad, sino también uno de los últimos en
volumen de producción.
Con el argumento de la baja de los precios en el mercado internacional,
en 2002 se cerraron 71 de los 156 ingenios existentes. El resultado fue
la disminución de la zafra de 2004 hasta 2,5 millones de toneladas y la
de 2005 a 1,3 millones. Posteriormente, se desmanteló otro grupo de
ingenios, hasta reducir la molienda a unos 50-55 ingenios; mientras un
alto por ciento de las tierras cañeras se destinó a otros cultivos.
El resultado de la labor del ministro demostró la gran diferencia que
existe entre la dirección de tropas, donde todas las voluntades se
someten a un objetivo definido por el alto mando, y la labor económica,
donde el interés individual constituye un factor clave e ineludible.
Sin tener en cuenta ese resultado, y sin proceder antes a las
transformaciones estructurales en materia de propiedad y salarios, el
pasado noviembre el Consejo de Estado designó a Rosales del Toro
ministro de la Agricultura para enfrentar la urgente necesidad de
producir alimentos agrícolas, importados ahora a altísimos precios.
Un pueblo y un campamento
En la Colonia y en el "socialismo" la baja productividad tiene un
elemento común, a saber, el desencuentro de los trabajadores con los
resultados de la producción. En el primero, los esclavos, por su
condición, no tenían el menor interés en la productividad. En el
socialismo se confiscó la propiedad privada y se declaró a los
trabajadores "verdaderos dueños", pero el movimiento sindical perdió su
autonomía y, con ella, muchas de las conquistas alcanzadas,
generalizándose el desinterés por los resultados productivos.
Esa indiscutible verdad es una clara demostración de que las formas de
propiedad no pueden validarse por su eficacia para conservar el poder
político, ni por cualquier otra razón ajena a su capacidad para generar
bienes e intereses y propiciar la participación de los ciudadanos. Esto
nos trae a la memoria aquella verdad martiana dirigida a Máximo Gómez:
"un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento".
Entonces, ¿cuál es la lógica que hace pensar que se puede revertir el
retroceso en la agricultura con el cambio de funcionarios, sin proceder
a las transformaciones que reclama la experiencia?
Si, además, existe conciencia de la necesidad de introducir "cambios
estructurales y de conceptos" para mejorar la eficiencia, resulta
incomprensible la insistencia en ignorar las causas de la actual crisis
productiva. La mejor prueba de esa inconsistencia está en las limitantes
del Decreto Ley 259 sobre la entrega de tierras ociosas en usufructo,
con el fin de conservar el monopolio de la propiedad estatal.
Vale la pena reiterar las preguntas: ¿Por qué, si las tierras en manos
del Estado devienen ociosas, el trabajador que las hace producir con su
esfuerzo no puede poseerlas como propietario? ¿La tierra debe pertenecer
a quien la hace producir o a quien las convierte en ociosas?
Sencillamente, con nuevos o viejos ministros, lo decisivo es proceder a
la democratización de las relaciones económicas, fomentar los espacios,
derechos y libertades para que, paralelos al Estado, los empresarios
emergentes y los trabajadores del campo se sientan motivados a
participar como sujetos interesados en los resultados de la gestión
económica. Sin eso se podrán sustituir a todos los ministros, pero los
alimentos los tendrán que seguir importando, si es que tienen con qué pagar.
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/la-vida-sigue-igual-147063
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