Caravana postrevolucionaria
La Habana recibió indiferente las celebraciones por los cincuenta años
de castrismo. Al frente, Castro Díaz-Balart, avalado por sus méritos
genéticos.
Laura García Freyre, La Habana | 13/01/2009
Fidel Castro Díaz-Balart, al frente de la 'Caravana de la Libertad', el
8 de enero de 2009 en La Habana. (LGF)
Fidel Castro Díaz-Balart, al frente de la 'Caravana de la Libertad', el
8 de enero de 2009 en La Habana. (LGF)
El año 2009 ha comenzado con interminables referencias a la historia de
Cuba, especialmente la relacionada con la gesta revolucionaria que
comenzó en 1956. Los medios de comunicación muestran, incansablemente,
imágenes del triunfo de la revolución. A fuerza de tanto repetirlo,
hacen del pasado un presente permanente, como si en Cuba no hubiera
existido nada más que la revolución de 1959.
Las continuas imágenes en blanco y negro del Ejército Rebelde, con Fidel
Castro a la cabeza, entrando en La Habana, yendo por el Malecón rodeado
de triunfo y gloria, de cientos de miles de habaneros, contrasta con la
ridícula "Caravana de la Libertad" actual.
Las imágenes de 1959 muestran a un pueblo que llenó las calles de La
Habana para recibir a los barbudos, quienes con dificultad se abrían
paso entre la multitud. Los habaneros postrevolucionarios no le abrieron
el paso a la Caravana de la Libertad de 2009. Sencillamente, dejaron que
siguiera su camino, se mostraron lejanos e indiferentes, sin entrar en
contacto físico con el espectáculo, aun cuando no dejaban de gritar
mecánicamente vivas a la revolución. Las calles de esta Habana lucieron
semivacías, lo que permitió que los camiones militares pasaran a toda
velocidad.
Si aquel 8 de enero de 1959 el ejército revolucionario llegó a La
Habana, este enero de 2009, en una Habana postrevolucionaria, parecía
que el circo había llegado a la ciudad. El espectáculo montado para
recibir la Caravana fue pobre y deslucido; otra tomadura de pelo para
los habaneros. Tal caravana, como pomposamente se anunció por doquier,
no fue otra cosa que cuatro camiones militares, dos de ellos ocupados
por "pioneritos" y gente del pueblo, mientras los restantes iban
desocupados. El resto eran Ladas y una ambulancia.
Ilusión periodística
La capital desbordada de alegría de la que habló Juventud Rebelde fue en
realidad la reunión de unos pocos miles de ciudadanos en el Cotorro,
Malecón y La Rampa. En el Malecón de 2009, se encontraban estudiantes de
secundaria desde San Lázaro hasta La Rampa. En la calle 23 ubicaron a
los pioneritos con sus respectivas banderitas, que, según constatamos,
fueron devueltas a sus maestras al final del evento, quizá con la
intención de que duren cincuenta años más.
A pesar de que Juventud Rebelde reportó que la Caravana fue recibida con
"una apoteosis de pueblo" en un "recorrido triunfal", con una capital
"desbordada en alegría", lo cierto es que el recibimiento lució pobre y
falto de entusiasmo. Gracias a la presencia de los pioneritos y
estudiantes de secundaria y de los trabajadores que fueron obligados no
sólo a asistir, sino a gritar con entusiasmo, el recibimiento tuvo
cierto lucimiento, porque de no ser por ellos, sólo los turistas,
siempre alegres e ignorantes ante estos episodios, eran los únicos
espontáneos.
El paso de la Caravana por ciertas zonas de la ciudad fue fugaz; tan
sólo se detuvo unos 15 minutos en la calle 23, frente al Instituto
Cubano de Radio y Televisión, donde Aramis Padilla cantó unas décimas
dedicadas al triunfo de la revolución: "Desde aquel glorioso enero / no
hubo más perseguidos / ni más ametralladoras / mandando al pueblo
habanero / La Habana es libre y de acero / no sólo por el cartel / que
está encima de ese hotel / sino porque hay aquí abajo / un pueblo que va
al trabajo / gritando Viva Fidel".
Príncipe verdeolivo
En La Rampa, en un jeep militar que presidía la caravana, tres
personajes escucharon complacidos a Padilla: la ex voleibolista Regla
Torres, el jefe del Centro Nacional de Meteorología, José Rubiera, y
Fidel Castro Díaz-Balart, en uniforme verdeolivo.
La presencia de este último se podría justificar porque, en 1959, Fidel
Castro —orgulloso padre revolucionario— recogió a su hijo en la antigua
Cervecería Modelo. Sin embargo, cinco décadas después, el hecho puede
leerse también como la inclusión, muchas veces forzada, de la presencia
simbólica de Fidel Castro Ruz en todos los actos de Estado. Dado el
enorme parecido físico entre padre e hijo, Castro Díaz-Balart, al frente
de la Caravana de la Libertad, también representa un simbolismo que
habla sobre quien, aparentemente, sigue al frente del país.
¿Se acordará Fidelito del triunfo y la gloria, de cuando recorrió La
Habana acompañando a su padre? ¿Los recuerdos de aquellos años se habrán
sobrepuesto con lo vivido en la ridícula Caravana de la Libertad, ante
una ciudadanía que lo miraba indiferente, que no se volcó en cariño y se
limitó a agitar banderas a lo lejos?
El único mérito de Castro Díaz-Balart para ir al frente no se lo dio la
Historia, ni el esfuerzo propio, sino la genética. ¿No merecían los
habitantes castristas de La Habana que los rebeldes que aún quedan vivos
y siguen fieles a la revolución se montaran en un jeep y salieran a
saludar a los hijos y nietos de aquellos hombres y mujeres que con tanta
dicha los recibieron hace cincuenta años?
Lejos de La Rampa se llevaba a cabo el acto oficial en la Ciudad Escolar
Libertad, con la presencia de Raúl Castro, Rafael Correa (presidente de
Ecuador), Ramiro Valdés, Esteban Lazo, Ricardo Alarcón y 2.000 habaneros
"en representación del pueblo de Cuba". No hubo nada que valiera la
pena, los mismos discursos, nada que hablara de nuevos tiempos, sobre
todo cuando una anciana cantó: "La era está pariendo un corazón, no
puede más, se muere de dolor…". Y la maldita circunstancia de los
pioneritos por todas partes, recitando, cantando, declamando poemas,
discursos, en un acto de Estado que parecía festival de escuela.
¿Conmemorar para qué?
El aniversario 50 del triunfo de la revolución fue la ocasión para
reforzar el pasado de gloria e instalar una versión salvadora que se
extienda hasta el futuro. La conmemoración de fechas públicas es la
oportunidad para activar la memoria y, con ello, la identidad, en este
caso, la revolucionaria.
Sin embargo, está claro que la relación entre pasado y presente
revolucionarios y sus respectivas identidades, ha sufrido una crisis.
Por más que se quiera manipular el pasado, la conmemoración en el
presente es indiferente y fría, porque la identidad del cubano, con
respecto a su pasado, se ha transformado.
La conmemoración conlleva varios sentidos que se relacionan con la
memoria y cómo la gente ha construido esa memoria en correspondencia con
el pasado; los años de período especial pusieron en crisis el acto
simbólico de conmemorar o recordar, puesto que la miseria económica y
moral de aquellos tiempos quebró el sentido de un pasado de gloria y su
relación con un supuesto presente de esperanza.
Si en la Isla los sentidos de la conmemoración se han transformado, las
identidades también han hecho lo suyo. Sobre todo cuando se trata de
millones de ciudadanos nacidos en los años ochenta y noventa, cuyo
discurso identitario poco sabe de la zafra de los diez millones, de
muñequitos rusos o del éxodo del Mariel.
Por ello, cabe preguntarse: ¿Quiénes quieren conmemorar y qué quieren
conmemorar? ¿Quiénes festejan los cincuenta años de revolución?
Mientras unos plantean seriamente que van por cincuenta más, otros, los
de abajo, están a la expectativa del rumbo que tomará la cosa, temerosos
de que lo próximo que les quiten sea la libreta de racionamiento.
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/caravana-postrevolucionaria-147055
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