Thursday, June 21, 2007

En blanco y negro

En blanco y negro

Andrés Reynaldo, El Nuevo Herald, 21 de junio de 2007.

Esta mañana del miércoles leo el artículo de The Miami Herald sobre los
negros en Cuba. Apenas pasan unas horas y ya he escuchado a algunos
compatriotas, en la radio y en la calle, asegurar que en Cuba no había
racismo. Estos últimos años han demostrado, a veces con hartas lágrimas
y no menos sangre, que el carácter de los pueblos acaba siempre por
imponerse a las ideologías. Es así que, por encima del Estrecho de la
Florida y cincuenta años de confrontación, el exilio y el castrismo
tocan una misma y vieja cuerda histórica con sincronizada frivolidad.
Ponga oído y escuchará aquí y allá que entre cubanos no hay problema con
el problema negro.

Cuba nació a la independencia antes de que hubiera cuajado su identidad.
Las claves que unen al movimiento independentista pasan por el anhelo de
soberanía económica y política ante un poder colonial que gobernaba
entre la brutalidad y la torpeza, así como por el arraigo de las ideas
revolucionarias que sacudieron a los siglos XVIII y XIX. La elite
criolla podía albergar convicciones antiesclavistas y abogar por la
igualdad de los negros ante la ley. Sin embargo, la escisión entre ambos
mundos continúa manifestándose hasta nuestros días en comportamientos,
figuras de lenguaje, modos del quehacer social, acceso a las
oportunidades y distribución de la riqueza. En efecto,
constitucionalmente el negro era una persona. Esto no quita que,
socialmente, todavía hoy sea con frecuencia persona non grata.

Para empezar, nuestro pensamiento independentista carecía de nociones de
integración racial. Esta carencia no puede achacarse al limitado
espectro de las ciencias sociales en la época, como tampoco al
incipiente grado de conciencia sobre el fenómeno en una sociedad
desgajada por una guerra de tierra arrasada. La elite criolla tenía una
nítida comprensión del problema negro desde finales del siglo XVIII.
Sólo que intenta resolverlo con una solución racista. Bajo el impacto de
la revolución haitiana y el auge de las corrientes abolicionistas en
Europa, Francisco Arango y Parreño y otros intelectuales liberales
comprenden la inevitabilidad de la abolición de la esclavitud y proponen
una fórmula que evidencia la contradicción entre sus sentimientos
humanistas y sus prejuicios raciales: preparemos a los negros para la
emancipación, pero antes, por favor, traigamos más blancos.

Tácitamente, este principio rige en nuestra fundación republicana de
1902. La oleada de inmigrantes españoles reforzó la división entre los
ámbitos de negros y blancos, con muy precisas señas de expresión y
temperamento. La sumisión modélica de las clases vivas de la isla a las
maneras sociales de Estados Unidos tampoco contribuye a un proceso de
mutua y fecunda asimilación. Con el abominable trauma de la esclavitud
apenas aliviado por el transcurso de dos generaciones, los negros no
encuentran un camino despejado a la integración ante una población
blanca que, en los mejores de los casos, no los considerará ajenos pero
sí distintos.

El castrismo, tan huérfano de conceptos, camina de puntillas frente al
tema. Da por dormido lo que está en fermentación. Un par de citas de
José Martí (quien no quiso coger el toro por los cuernos) y la tabla
rasa de la escolástica marxista-leninista que disuelve hasta los
trastornos sexuales en la caldera de la lucha de clases, conforman el
aporte oficial a un debate postergado a lo largo de 150 años. Al negro
se le han abierto posibilidades con la revolución en la medida que
pusiera mordaza a su negritud. Eso sí, que saque un pie del redil y ya
le cobrarán por partida doble. Asimismo, los índices de marginalidad y
delincuencia, las características de la población penal y las crecientes
muestras de rechazo al blanco entre negros nacidos bajo la dictadura
acusan a voz en cuello el pernicioso agravamiento de injusticias de raíz
centenaria.

Cuba tuvo una rebelión negra en 1912. A pesar de su punzante
singularidad, es un capítulo poco citado y pobremente estudiado de
nuestra historia. Hoy, la esperanza de que el país retome el camino de
la libertad debe obligarnos a abordar nuestra identidad en toda su
monumental complejidad. Cuanto antes y sin tapujos. Desde la
antropología a la economía, desde la religión a la canción popular.
Estamos en pleno siglo XXI y la mayoría de los blancos cubanos no
tenemos la más remota idea de lo que es ser negro. La asimilación, si no
corre a dos vías, conduce a la opresión. No por sutil menos repugnante.
En la inapelable realidad de nuestro ajedrez, de cara a un futuro con
todos y para el bien de todos, ya es hora de que a los negros les toque
jugar con las blancas.

http://www.cubanet.org/CNews/y07/jun07/21o5.htm

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