Wednesday, June 27, 2007

EL FUTURO DEMOCRÁTICO DE CUBA: QUÉ TIPO DE CAPITALISMO NOS AGUARDA

EL FUTURO DEMOCRÁTICO DE CUBA: QUÉ TIPO DE CAPITALISMO NOS AGUARDA
2007-06-27.
Carlos Alberto Montaner*
Foro Nueva Economía
Desayunos del Ritz
Madrid, 27 de junio de 2007

Percibo como gran un honor y un extraordinario respaldo a los demócratas
cubanos que esta charla sobre el futuro de Cuba sea presentada por mi
admirada amiga Doña Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad
Autónoma de Madrid. No se trata, por supuesto, de una circunstancia
extraña: a lo largo de muchos años jamás nos han faltado su mano amiga y
su solidaridad.

Ni siquiera cuando dar su apoyo podría haberle acarreado cierto costo
político, acaso porque el rasgo más notable de esta singular mujer es su
compromiso con los valores y principios por delante de cualquier
consideración política.

Agradezco, además, al Foro Nueva Economía, a su presidente, Don José
Luis Rodríguez, y a las empresas patrocinadoras, que nos hayan prestado
esta tribuna, una de las más importantes de España, para debatir la
posible evolución política y económica de Cuba tras casi medio siglo de
gobierno comunista.

La profecía

Comienzo por profetizar un cambio radical y relativamente acelerado en
Cuba tras la muerte de Fidel Castro, y lo sustento en las siguientes
cinco razones:

• La autoridad en Cuba está organizada verticalmente y depende de Fidel
Castro. Existen las instituciones típicas calcadas del desaparecido
modelo soviético, pero son sólo correas de transmisión para ejecutar la
voluntad del dictador. Es verdad que cuentan con una figura de
reemplazo, el general Raúl Castro, pero se trata de otro anciano de 76
años, carente de liderazgo o de simpatías populares, dotado de rasgos
psicológicos muy diferentes a los de su hermano. En todo caso, ¿qué
sucederá después de Raúl Castro, quien acaba de enterrar a su esposa de
toda una vida? Las dinastías ideológicas padecen siempre una grave
incapacidad para transmitir la autoridad ordenadamente.

• Fidel deja como herencia política y como tarea revolucionaria un
proyecto descabellado: constituir un bloque junto a Chávez, Evo Morales,
Daniel Ortega, más cualquier otro personaje de esa cuerda política que
se sume, con el objeto de conquistar, primero, a América Latina, y luego
al resto del planeta. El bloque, que dirigirá y ya financia Hugo Chávez,
es el sustituto de la URSS. La clase dirigente cubana ya experimentó esa
fiebre política durante 30 años, pagando por ella un altísimo costo, y
no es probable que desee volver a reeditar esa absurda aventura.

• La cúpula dirigente, aunque no posee convicciones democráticas, a
estas alturas tampoco cree en las virtudes del colectivismo. Las
familias que ocupan el poder están desmoralizadas. El país es una ruina
en el terreno material tras cincuenta años de fracasos, y lo que más
abunda entre los cuadros altos y medios son planes de reforma
invariablemente inclinados al mercado y la liberalización. Todo el mundo
sabe que eso fue lo que ensayaron China y Vietnam. Todos vieron que las
tímidas reformas de los años noventa, sugeridas por el socialista
español Carlos Solchaga, un economista prudente, produjeron efectos
benéficos rápidamente, aunque muy limitados por la terquedad
colectivista e igualitarista de Fidel Castro. No obstante, esa tendencia
reformista, aunque muy mayoritaria, se mantiene oculta y paralizada
porque Fidel es quien se opone a ella.

• Existe una obvia salida de la crisis: el cambio, la reforma económica,
la reconciliación con Estados Unidos y la Unión Europea, y el
consecuente abandono del delirante proyecto chavista. Pero
inevitablemente eso conduce a la democratización del país y a la
adopción de un modelo económico viable. Naturalmente, esto debe
comenzar con la liberación de los presos políticos, el respeto a los
derechos humanos y la renuncia al poder hegemónico del Partido
Comunista. Sólo que, como se vio en Europa del Este, ese cambio de
régimen, en rigor, no entraña ningún peligro real para la actual clase
dirigente. Quienes pertenecen a ella han comprobado que hay vida,
honores, seguridad y hasta regreso al poder si se reciclan dentro de las
instituciones democráticas y están dispuestos a admitir la participación
de toda la sociedad en el diseño, control y manejo del país.

• Por último, es muy importante la atmósfera histórica en que existen
los Estados. El mundo, con marchas y contramarchas, a diferentes ritmos,
se mueve hacía la democracia plural y el mercado. Es una tendencia
imparable. Cuba no puede ser la excepción totalitaria y colectivista en
el planeta, permanentemente instalada en un modelo político que se nutre
de las polvorientas ideas marxistas, administradas por un estado
minuciosamente incompetente, copiado de la URSS de los años setenta.

El cambio

Una vez iniciado el proceso de cambio, si se hace con buen tino y mano
firme, la Isla puede dar en poco tiempo un salto tremendo hacia la
prosperidad y el progreso en un periodo no muy largo. Durante quince o
veinte años consecutivos, contados a partir del momento en que se inicie
la reforma, el país puede crecer al ritmo promedio del 10 o 12% anual,
con zonas aún de crecimiento más intenso, si quienes guían la transición
entienden lo que hay que hacer.

No va a faltar el capital financiero -dinero internacional público y
privado-, y la Isla cuenta con un excelente capital humano: ochocientos
mil universitarios, entre quienes abundan los ingenieros, médicos y
técnicos medios. El capital financiero va a llegar en grandes
cantidades, principalmente desde Estados Unidos, nación muy interesada
en estabilizar la situación de la Isla para evitar el éxodo masivo y
para contentar a la influyente minoría cubanoamericana, pero también
desde Europa, y muy especialmente de España, países en los que los
empresarios más sagaces verán en la Isla una magnífica oportunidad de
hacer buenos negocios.

En todo caso, ¿qué significa actuar con buen tino y mano firme?
Significa: Primero, establecer un pacto social entre la mayor parte de
los agentes políticos dispuestos a la moderación y a la sensatez. Un
acuerdo que proporcione el sosiego y la estabilidad que demanda el
momento. Segundo, construir a toda marcha un marco jurídico que
garantice las inversiones y dé seguridades a la propiedad. Sin este
prerrequisito, todo esfuerzo es casi inútil. Tercero, transferir a los
cubanos la mayor parte de los activos en manos del Estado (además de las
viviendas en las que habitan), para que masivamente se conviertan en
propietarios de los medios de producción y sientan que el cambio,
realmente, les beneficia y les pertenece. Cuarto, procurar alguna forma
de compensación razonablemente justa a quienes fueron violentamente
privados de sus bienes, así como una suerte de pago o acuerdo sobre la
deuda internacional para restaurar el crédito del país, tener acceso a
los mercados financieros y poder acudir en busca de ayuda a organismos
internacionales como el BID, el BM o el FMI. Quinto, liberalizar
rápidamente toda la economía, incluidos los precios, el tipo de cambio,
la tasa de intereses y las formas de contratación, mientras se autorizan
todas las transacciones comerciales legítimas. Sexto, solicitar ayuda
internacional masiva -y los fondos existen para ello- con el objeto de
paliar los efectos sobre los más indefensos -los ancianos, los jubilados
y los niños- del paso de la dictadura a la democracia y del colectivismo
al mercado y a la propiedad privada.

Es vital que, desde el momento mismo del inicio del cambio, la sociedad
perciba y confirme en los hechos que sus condiciones materiales de vida
mejoran progresiva y sostenidamente. Es esta experiencia positiva y no
el debate teórico o el nocivo "pase de cuenta" lo que legitimará el
cambio y lo que cimentará las relaciones entre el pueblo y el nuevo
Estado que comenzará a gestarse. Hay que rechazar cualquier forma de
revanchismo o de regodeo en examinar el pasado. Lo importante es salvar
el futuro. El pasado ya no tiene remedio.

¿Qué tipo de sociedad queremos?

En esta nueva etapa que se avecina es muy importante saber adónde
queremos llegar y cuál es nuestra visión de futuro, panorama que acaso
resulta fácil de precisar: Cuba debe ser un país normal, en paz y
armonía con el resto del mundo, parecido a esas treinta naciones
punteras que describe el Indice de desarrollo Humano de Naciones Unidas,
destino perfectamente alcanzable en el curso de una generación.

En general, se trata de Estados de derecho fundados sobre la idea de que
la autoridad, periódicamente renovada por medio de comicios trasparentes
y plurales, radica en el seno de la sociedad y se expresa por medio de
instituciones neutrales reguladas por leyes que no reconocen privilegios
ni excepciones, y no por caudillos iluminados ni por grupos o partidos
que arbitrariamente se arrogan la representación colectiva. Estados,
además, en los que las transacciones se hacen dentro de un modelo
económico regido por el mercado, y en los que la propiedad privada se
reconoce como uno de los derechos humanos fundamentales porque sin su
existencia, como se comprobó a lo largo del siglo XX, es imposible el
mantenimiento de las libertades o el logro de la prosperidad.

El régimen cubano afirma que, de producirse un cambio, el destino que
les espera a los cubanos, impuesto desde Estados Unidos, es el
capitalismo de Haití, no el de España o Bélgica, pero ésa es sólo una
consigna alarmista concebida para sembrar la incertidumbre y tratar de
impedir las reformas. ¿Por qué Estados Unidos o la Unión Europea
querrían una Cuba empobrecida a la que habría que subsidiar
permanentemente en vez de un país rico con el que se pudieran realizar
muchas transacciones mutuamente ventajosas?

Es verdad que un país puede tener democracia, libertad y propiedad
privada, y ser, simultáneamente, un país muy pobre, injusto y con
hirientes diferencias sociales, como sucede en diversos países
hispanoamericanos o en el mencionado Haití, pero ese triste desempeño
económico y esa falta de esperanzas no es el resultado de malvados
designios procedentes del exterior, como sostenían los apóstoles de la
equivocada Teoría de la Dependencia, o como hoy asegura Fidel Castro que
les sucederá a los cubanos, sino es la consecuencia de la irresponsable
y a veces criminal actuación de las propias clases dirigentes del país,
combinada con una mentalidad social refractaria al progreso y al desarrollo.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser mercantilista. Es decir,
el gobierno no podrá decidir quiénes son los favoritos a los que hay que
enriquecer, ya sean nacionales y extranjeros, y los factores con los que
va a forjar una alianza de mutua conveniencia para controlar las
riquezas que se produzcan mediante el uso discriminatorio y abusivo del
poder.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser oligárquico. Esto es, no
será la nuestra un tipo de sociedad en la que los grandes intereses
económicos forjen una alianza para colocar a los gobiernos y a los
partidos políticos a su servicio en detrimento de las necesidades
generales de la sociedad.

• El capitalismo que vendrá a Cuba no será el corporativismo socialista
o fascistoide, autárquico, ruinoso por el peso de las ineficientes
empresas estatales, plagado de trabas burocráticas, paralizado por
normas inflexibles o por imposibles cargas tributarias, enfrentado en
estériles conflictos de clase artificialmente engendrados, que no
consiguen otra cosa que empobrecer a los pueblos.

• El capitalismo que vendrá, el que llevaremos a Cuba, es el moderno,
abierto, competitivo, signado por la búsqueda de productividad,
fuertemente integrado al resto del mundo desarrollado. Un modelo de
desarrollo capitalista en el que se estimule la incesante creación de
empresas que luchen limpiamente por cuotas de mercado mediante la
calidad y el precio de los bienes o los servicios que se oferten. Un
capitalismo que no tenga como atractivo la pobreza de su mano de obra,
sino el alto nivel de productividad y la complejidad técnica y
científica de unos trabajadores cubanos, respetuosa y dignamente
tratados, dotados de derechos sindicales, capaces de alcanzar a cambio
de su esfuerzo una alta remuneración que les procure el modo de vida
digno que se encuentra en esas treinta naciones punteras a que hacíamos
referencia. Nuestro modelo no es Haití: es Israel, es Irlanda, es
España, y existen condiciones humanas y económicas para lograr implantarlo.

La responsabilidad social corporativa

Esa definición del modelo económico a que aspiran los cubanos debe
servir, también, como un severo juicio crítico contra los precarios
bolsones de economía semiprivada que medran en la Cuba actual. Las
inversiones extranjeras que existen en Cuba, que son las que la
dictadura autoriza y controla mediante la modalidad de empresas mixtas,
no sirven a los intereses de la sociedad cubana, sino contribuyen
dolosamente a la supervivencia de la dictadura, y constituyen una
expresión del peor capitalismo estatal mercantilista.

Mediante este modelo, el gobierno cubano, sin ocultar el asco que les
merecen, elige a unos dóciles inversionistas, guiados exclusivamente por
el objetivo de obtener beneficios, y dentro de esas empresas mixtas
reproduce lo peor del modelo político totalitario: la explotación inicua
de los trabajadores, a los que se les confisca el noventa y cinco por
ciento de su salario mediante un tramposo cambio de moneda, más la
represión política y la falta de libertades que existen en el resto de
las instituciones del país.


Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, no
deben prestarse a esa sórdida complicidad. No es verdad que con su
presencia en Cuba aceleran un posible cambio. Esa es una falaz excusa
concebida para tratar de esconder una inocultable falta de escrúpulos.
Tampoco pueden escudarse en la supuesta indiferencia de los empresarios
ante las consecuencias políticas y sociales de sus actos, siempre que
estén amparados por la legitimidad oficial.

Cuando la legitimidad oficial propaga los abusos, la discriminación y el
apartheid, vulnerando los derechos fundamentales de las personas, esa
legitimidad se extingue de jure, convirtiéndose en una norma inmoral de
la que no debe servirse ninguna empresa que comprenda y asuma lo que es
la responsabilidad social corporativa.

Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, tampoco
deben sucumbir a la superstición de que es conveniente estar en Cuba
cuando se produzcan los cambios. Lo sensato no es colaborar con la
dictadura. Lo probable es que, quienes ya estén, tendrán que enfrentarse
a cuantiosas reclamaciones legales (y a probables responsabilidades
penales) por parte de los trabajadores que durante años han visto como
en Cuba se violan las reglas establecidas por la Organización
Internacional del Trabajo, reglas a las que tanto las empresas como el
Estado cubano están obligados a someterse.

Por otra parte, de muy poco les servirá a esos empresarios estar en
Cuba, inmoralmente posicionados, a la espera de que surjan cambios, si a
lo que aspiramos los cubanos es a instaurar en la Isla un modelo de
desarrollo capitalista fundado en la competencia y la ley, y no en el
compadrazgo, el mercantilismo o el contubernio entre los empresarios
buscadores de renta fácil y funcionarios venales dispuestos a concederla
a cambio de alguna corruptela.

Es un notable error táctico y una falla moral muy censurable, indigna de
cualquier empresario moderno que se respete, participar en una
repartición de privilegios mercantilistas y en la asignación de
monopolios, invirtiendo en un coto cerrado en el que la población carece
de mecanismos de defensa legal. Las sociedades verdaderamente prósperas,
y en donde se hacen los mejores y más transparentes negocios, son
aquellas en las que todos los agentes económicos que se lo propongan, y
no los elegidos por una dictadura, pueden participar y competir
libremente en el mercado.

El final

Se acerca el final del totalitarismo en Cuba. Cuando llegue, las
oportunidades de ganar dinero legítima y decentemente serán
extraordinarias. El país necesitará revitalizar rápidamente su
dilapidada infraestructura material, demolida tras medio siglo de
incuria colectivista, y eso requerirá miles de millones de dólares de
inversión. El país, en su momento, será una formidable plataforma
exportadora a Estados Unidos y un destino preferido de decenas de miles
de jubilados y de millones de turistas norteamericanos. Los
cubanoamericanos, por su parte, constituirán una poderosa locomotora
empresarial que vinculará los intereses del sur de la Florida a los de
la Isla, creando muy rápidamente un próspero espacio económico del que
se podrá aprovechar, entonces sí legítimamente, cualquier empresario
instalado en la Isla.

Hace unos años, un exitoso empresario español que estuvo involucrado
en la creación y desarrollo de Puerto Banús, tras recorrer Cuba
cuidadosamente en busca de posibles marinas, me hizo la siguiente
afirmación: "cambiaría gustoso todas mis inversiones en España por las
extraordinarias oportunidades que surgirán en Cuba cuando se produzca el
cambio". Tenía razón: las oportunidades futuras, tras la llegada de la
libertad, serán enormes, y hoy, ahora, es el momento de comenzar a
planear la instalación en Cuba de las empresas que van a participar en
ese momento mágico tan interesante como potencialmente lucrativo.

Por último, es importante desterrar del análisis la idea absurda de
que los "americanos se van a apoderar de Cuba" cuando termine el
comunismo en la Isla. No existe una coordinación empresarial
norteamericana donde anide esa fantástica mentalidad conspirativa
dedicada a la conquista ilegal de mercados, ni es así como funciona el
mundo económico moderno. Ésa es una visión antigua, propia de sociedades
coloniales que ya no existen sobre la faz de la tierra.

La economía cubana, sencillamente, se expandirá de manera progresiva con
las empresas que existen y con las que se creen, provengan de donde
provengan. Unas serán cubanas y otras extranjeras, lo que redundará en
beneficio de todos, y muy especialmente de los cubanos que verán
multiplicarse sus fuentes de trabajo y observarán como aumentan
paulatinamente su salario y su poder adquisitivo. Una economía moderna,
verdaderamente competitiva y abierta, no es de ningún país en
particular, y su rasgo principal es que cualquiera productor puede
participar en el proceso de crear riqueza para su beneficio y de la
colectividad.

De alguna manera, esa fue la forma en que José Martí describió la Cuba
con que soñaba a fines del siglo XIX: "con todos y para el bien de
todos". Esta vez lograremos ese noble objetivo.

*********

* El autor nació en La Habana, Cuba. Vive en Madrid desde 1970. Es
periodista y escritor. Su columna semanal aparece en varias docenas de
diarios de América Latina, España y Estados Unidos. Ha publicado unos
veinticinco títulos de ensayo y ficción. Los tres últimos son La
libertad y sus enemigos (Sudamericana, 2005), Las columnas de la
libertad (Edhasa, 2007) y El regreso del idiota (Random House-Mondadori,
2007), este último junto a Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza.
Montaner preside la Unión Liberal Cubana, un partido que procura una
transición pacífica hacia la democracia y la libertad en Cuba. Desde
1992 es vicepresidente de la Internacional Liberal.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=10612

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