Sin trifulcas en el jardín
MIGUEL SALES | Málaga | 19 Abr 2016 - 7:15 pm.
"El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o
parábola, cuyo tema es el tiempo"
Jorge Luis Borges
El VII Congreso del Partido Comunista de Cuba ha sido un remanso
palabresco, un locus amoenus donde los burócratas castristas aposentaron
por unos días la inquietud y tremolaron conceptos arcaicos como abanicos
de esperanzada seda china, que contrastaban con la severa estética
nacionalrevolucionaria de la escenografía —de un Baliño grisáceo a un
Fidel transfigurado—. No obstante, en este jardín de la redundancia se
despejaron incógnitas, se diluyeron ilusiones y se definió nítidamente
el rumbo futuro de la Isla, por lo menos hasta 2030.
En la coyuntura actual, marcada por la crisis terminal del chavismo en
Venezuela, la reanudación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos
y la decrepitud de la cúpula gobernante, este cónclave aporta claridad
suficiente sobre la estrategia que el régimen aplicará durante el paso
al poscastrismo. La aclaración es pertinente porque el PCC tenía ante sí
al menos tres cursos de acción posibles, a los que, en aras de la
brevedad, llamaremos "la estrategia del búnker", "la transición
democrática" y "la vía gatopardiana".
La estrategia del búnker
El primer rumbo, el del búnker, venía avalado por 57 años de éxito en la
tarea esencial del régimen: la preservación a ultranza del monopolio del
poder político. En ese periodo fracasaron la industrialización, la
diversificación agropecuaria, los planes de desarrollo, la estrategia
guerrillera en América Latina, las campañas pro soviéticas en África y
las batallas contra los mosquitos transmisores de enfermedades
tropicales. Pero el aparato de control resistió como una pirámide de
acero, sólidamente asentado sobre los restos de la nación menguante.
Sin embargo, la prolongación de la estrategia del búnker planteaba un
problema dual. Por un lado, los jefes habían envejecido y no conservaban
la misma legitimidad ni el mismo grado de contacto con la realidad
exterior; por el otro, las fuentes de financiación estaban
desapareciendo. El castrismo había inventado el socialismo dependiente
—primero de la Unión Soviética, luego de Venezuela— pero el previsible
colapso del gobierno de Nicolás Maduro y los reveses sucesivos del
populismo en América del Sur abocaban la economía cubana a un segundo
Periodo Especial, cuando apenas iba saliendo del primero. En esas
condiciones, era muy arriesgado proclamar abiertamente el
atrincheramiento como método de supervivencia. Las consecuencias del
control político absoluto, la economía supeditada al Estado en un 99% y
la sociedad estabulada eran harto conocidas: atraso, empobrecimiento,
éxodo masivo y mantenimiento del régimen de excepción, en el que los
derechos y las libertades seguirían confiscados. En esas condiciones,
era muy difícil hallar dinero fresco en el extranjero y alimentar
algunas ilusiones de cambio en el interior del país.
La transición democrática
La segunda vía parecía aún más arriesgada. Consistía en reconocer, con
27 años de retraso, el fracaso del comunismo, tomar la iniciativa y
asumir la transición con todas sus previsibles consecuencias: amnistiar
a los presos políticos, reformar la Constitución, desamordazar a la
prensa, liberar las fuerzas sociales y propiciar la evolución hacia una
economía de mercado, adelgazar el ineficaz aparato estatal y, al final
del trayecto, lograr la reconciliación nacional mediante el
reconocimiento de los derechos cívicos y la celebración de elecciones
libres y plurales. Por este camino, los problemas de financiación y
crecimiento económico podrían solucionarse más rápidamente, pero el PCC
corría el riesgo cierto de perder el poder a medio plazo, aunque hubiera
abanderado el proceso. A cambio de lo cual, hubiese podido asegurar la
impunidad de los jerarcas y el patrimonio de sus hijos y nietos,
mediante una negociación con las demás fuerzas políticas y la garantía
de los gobiernos que la hubieran apadrinado. Y no solo eso: el partido
podría renovarse, recuperar cierto grado de legitimidad y seguir
participando en la vida pública, como ha ocurrido en algunos países
europeos.
La vía gatopardiana
La tercera opción, la vía gatopardiana, era la de cambiarlo todo (o
cambiar lo suficiente) para que todo siga igual, como recomendaba el
príncipe de Salina en la obra de Lampedusa. Es, a todas luces, la que
acaba de adoptar oficialmente la cúpula raulista. Esta hoja de ruta se
basa en el cálculo de que el gobierno y el PCC pueden introducir dosis
limitadas de economía de mercado y reformas políticas menores para
aprovecharse de los beneficios que va a generar la nueva relación con
Estados Unidos y, a la vez, gestionar los cambios con holgura suficiente
como para neutralizar sus posibles repercusiones sociales e ideológicas.
En la agenda de esas transformaciones tuteladas figura sin duda una
batería de medidas, que van desde eliminar la dualidad monetaria hasta
autorizar que los emigrados inviertan en la isla, y desde permitir la
libre actuación de atletas y músicos en el exterior hasta cambiar el
régimen semiesclavista de contratación del personal que trabaja para
empresas extranjeras en Cuba. Otras reformas posibles abarcarían la
ampliación del acceso a internet, el aligeramiento de la política
migratoria (supresión de algunas tasas e incluso eliminación de los
visados de entrada para ciudadanos cubanos), la flexibilización de las
prohibiciones relativas al cambio de domicilio, la autorización del
trabajo particular en algunas profesiones liberales (médicos, maestros,
etc.) y otras disposiciones de menor calado.
Todos estos cambios, aplicados con cuentagotas, serían compatibles con
la supervivencia del sistema. En nada afectarían a los pilares
fundamentales del régimen, que mediante la simbiosis partido
único-Gobierno-Estado domina el 90% de la economía, cuenta con la
obediencia inquebrantable de las fuerzas armadas y la policía política,
y monopoliza la educación, la cultura y los medios de comunicación del
país. El aparato resultante de esas reformas sería un sultanato
neomarxista, que toleraría a un sector más amplio de economía de
mercado, a cambio de legitimar la ayuda exterior y seguir alimentando la
ilusión aperturista.
¿Qué perspectivas de éxito tiene esta estrategia gatopardiana?
"Los hombres mueren, el Partido es inmortal", repitieron estos días en
Cuba los corifeos del castrismo. La primera parte de la vetusta consigna
parece un redoble fúnebre dedicado a los octogenarios del Comité
Central, la segunda es un embuste desmentido por la historia reciente.
Diversas modalidades de comunismo han fallecido en los últimos decenios,
algunas incluso antes de que murieran sus fundadores. A efectos
prácticos, el PC desapareció en países democráticos como Francia e
Italia, barrido por la onda expansiva que produjo la caída del Muro de
Berlín. Se evaporó también en Europa del Este, en la Unión Soviética, en
el Cuerno de África y, si se apura el concepto, hasta en China y
Vietnam, donde en el cascarón vacío del partido se alojan hoy
comerciantes multimillonarios, mandarines aburguesados, generales de
opereta y apparatchiks de toda la vida.
En Cuba seguramente ocurrirá lo mismo. La cuestión es precisar los
plazos del óbito. Porque si la sociedad cubana no reacciona ahora ante
la hoja de ruta promulgada por Raúl Castro en este Congreso, si el miedo
y la indiferencia siguen prevaleciendo en las calles y los hogares, los
jerarcas del régimen conservarán todo el poder, podrán gestionar
cómodamente el patrimonio acumulado en beneficio de sus hijos y nietos,
y el cambio real quedará postergado para dentro de dos o tres
generaciones. Quizá para 2030, nuevo horizonte del documento final del
VII Congreso del PCC, aprobado —que nadie lo dude— por unánime unanimidad.
Miguel Sales Figueroa preside la Unión Liberal Cubana y es
vicepresidente de la Internacional Liberal
Source: Sin trifulcas en el jardín | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1461089732_21792.html
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