Monday, April 25, 2016

Los bisabuelos de la revolución cubana

Los bisabuelos de la revolución cubana

A sus casi 90 años Fidel Castro no recuerda ya al caudillo que fue
El desgaste físico es un reflejo de una vida dedicada a comportarse como
un dictador
Vino a despedirse y algunos lloraron.
GINA MONTANER

La imagen de una persona muy anciana casi siempre enternece. La
fragilidad, las manos trémulas, el pelo ralo, las palabras que se
arrastran, son signos evidentes de una larga vida que está próxima a su
fin. Cuando un hombre o una mujer muy mayor hablan, lo habitual es
mostrarle respeto por sus años venerables. Así solemos hacer con los
abuelos y las abuelas.

Bien, Fidel Castro apareció el último día del congreso del Partido
Comunista Cubano. El individuo que se presentó era la sombra de aquel
caudillo impetuoso que hace más de cinco décadas se paseó victorioso por
las calles de La Habana junto a sus hombres. A sus casi 90 años no hay
rastro del tipo corpulento que se imponía en los partidos de baloncesto,
que arengaba durante horas en la Plaza de la Revolución, que animaba a
Kruschev a armar un holocausto nuclear con ojivas que desde la isla
apuntaban a Estados Unidos. El gobernante implacable que aplastó a los
desafectos, a los disidentes, a los "antisociales". El hermano mayor de
una dinastía que sigue en el poder, llevándose por delante tres
generaciones de cubanos que ya no tienen memoria de lo que es el estado
de derecho.

El hombre que con la ayuda de edecanes se sentó en la clausura de este
cónclave, podría confundirse con un bisabuelo más de los que se sientan
al sol en los parques y juegan con sus bisnietos. Un señor muy mayor al
que la dentadura postiza le baila, la voz se le ha aflautado y en sus
ratos libres echaría una partida de dominó con sus viejos amigos
–presentes en la reunión de camaradas comunistas– quienes también son
octogenarios y batallan con las miserias de la vejez.

LOS REPRESORES EN CUBA ASPIRAN A MUERTES PLÁCIDAS QUE SORPRENDEN A LA
HORA DEL SUEÑO, MECIÉNDOSE EN EL SILLÓN, BAJO UNA PALMERA

Pero el exgobernante cubano apenas ha tenido tiempo para la familia, los
hijos, los nietos, la vida que discurre con los pequeños placeres y
tristezas. Lo suyo ha sido mandar, pisar fuerte con la bota, doblegar,
librar guerras, luchar contra el fantasma de imperios, creerse Dios en
la tierra. Tal vez por eso en el umbral de sus 90 años, que es la
anticipación de la muerte inexorable, su ruina física es mayor que la de
muchos ancianos que pasean en la quietud de la tarde. Su desgaste es el
reflejo de una vida consagrada a hacer de cancerbero. Ahogar la libertad
requiere mucho esfuerzo y grandes maniobras. Al final de su existencia,
a Fidel se le sale en el hilo de la voz y de sus dedos extrañamente
afilados la esencia de todo su mal.

En la clausura de este congreso que fue el eco de todas las mentiras de
una revolución que es una dilatada dictadura, las palabras de Fidel
provocaron lágrimas entre no pocos de los asistentes. Hipaba toda su
estirpe. Los hombres y mujeres nuevos que nacieron en la jaula y sólo
conocen el trino domesticado. Cómo no iban a lamentarse si el
"padrecito" todopoderoso, el que lo da y lo quita todo, estaba allí para
decir adiós. Con tono sentimental, dijo que a todo el mundo le llega su
turno y que los hombres mueren pero el comunismo cubano es imperecedero.
Fidel habló de los dinosaurios como metáfora del carácter fosilizado de
él y todos sus comandantes embalsamados en vida.

Raúl, que es cinco minutos más joven que su hermano pero mejor
conservado, abrazó a Fidel con el gesto fraterno de quien ha vivido a su
sombra y ha elegido perpetuar el encierro, la sucesión, la garantía de
que los responsables de la autocracia se mueran en la cama tranquilos.
Sin juicios por sus crímenes, sin salidas vergonzantes a lo Erich
Honecker en la desaparecida Alemania Oriental, sin tiros de gracia como
sucedió con el matrimonio Ceauceşcu en Rumanía. Los represores en Cuba
aspiran a muertes plácidas que sorprenden a la hora del sueño,
meciéndose en el sillón, bajo una palmera. Nada violento como los
ejecutados en el paredón del presidio político, los que sufrieron actos
de repudio, los que pasaron por los campos de trabajo forzado de la
UMAP, los desterrados. La camarilla de los viejos comandantes se blinda.
Luego, que caiga el diluvio.

Fidel Castro, como la Alicia Alonso de la revolución, apareció en el
escenario para entonar su canto del cisne. Muchos de sus incondicionales
lloraron. Ni se sabe la de lágrimas que este anciano a las puertas de la
muerte ha hecho derramar a sus incontables víctimas.

Escritora y periodista residente en Miami

©FIRMAS PRESS

Twitter: @ginamontaner

Source: Los bisabuelos de la revolución cubana | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/gina-montaner/article73681612.html

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