Wednesday, October 28, 2015

Carlos Marx y su buen verdugo

Carlos Marx y su buen verdugo
Lo que a sabiendas hizo Marx fue darnos algo que al cabo retrasó y
empeoró al mundo y a los seres humanos. Los cubanos resumimos un ejemplo
cabal de esto último
Miguel Cabrera Peña, Santiago de Chile | 28/10/2015 9:30 am

El asunto comenzó como comienza todo en este mundo. Primero fue el
verbo, la palabra. Pero esta no venía a relatarnos el mito sobre cómo
los judíos construyeron su identidad. La palabra llegó exhibida como
ciencia y como manera única de hacernos comprender lo inapelable del
destino, el comportamiento de la realidad-real, un mecanismo rector en
el pasado, presente y futuro.
En el siguiente artículo analizamos, mediante un aspecto de la teoría
económica de Carlos Marx, el intento de engaño intelectual que más ha
perdurado en la historia, y ha perdurado a pesar de que en el mismo
siglo XIX encontró su verdugo también intelectual: la escuela austriaca
de economía, estación obligada en el pensamiento liberal contemporáneo.
Cabalgaremos sobre una noción de Eugen von Böhm-Bawerk, figura relevante
de la escuela austriaca, también conocida como neoclásica o
marginalista. Böhm-Bawerk escribió que El capital cuenta con tantos
errores como argumentos, y precisó que "los tres volúmenes muestran
trazas evidentes de haber sido una ocurrencia sutil y artificial pensada
para hacer que una opinión preconcebida parezca el resultado natural de
una investigación prolongada".
Las selecciones del economista
A pesar de que Marx llegó a poseer los conocimientos enciclopédicos que
él mismo elogió en Hegel, no tuvo en cuenta la estatura del abad
italiano del siglo XVIII Ferdinando Galiani —apreciado por Nietzsche— y
desoyó a escolásticos de la escuela de Salamanca. Evadió establecer a
partir de ellos, y en destellos previos, una teoría del valor sobre la
mercancía. Habrá que preguntarse si Marx, de una curiosidad a toda
prueba, desoyó a Galiani y a los salmantinos o estos no le sirvieron
para lo que había preconcebido.
Valga aclarar que estamos muy próximos al convencimiento de que el judío
germano algo debió conocer de los escolásticos que dentro y en los
alrededores de la escuela de Salamanca se involucraron en asuntos
fundamentales de la economía. Autores salmantinos sembraron raíces en la
escuela austriaca, como recordó muy recientemente Adrián Ravier. Entre
otros que vinculan el pensamiento español con la corriente europea están
Marjorie Grice-Hutchinson, Joseph Schumpeter, Raymond de Roover y Jesús
Huerta.
Se ha dicho que los escolásticos influyeron a John Locke (1632-1704) y a
Hugo Grocio (1583-1645), político y escritor holandés estudiado por el
académico León Gómez. Cecilia Font asegura que esos autores españoles,
ubicados entre el XVI y XVII, fueron traducidos y publicados en Europa,
y señala Font al Colegio Romano y las universidades de París y Lovaina,
sin contar que varios de los hispanos fueron profesores en el que se
llamará Viejo Continente.
Jesús Huerta no duda en colocar la teoría subjetiva del valor como
primer aporte de la tendencia hispana, cuyo cuerpo intelectual y
religioso, a propósito, anticipó una crítica de no poca monta contra Max
Weber. Precisamente esa subjetividad será una de las vigas sobre las que
se levantó la escuela neoclásica, aunque se subraye la necesidad de
nuevas investigaciones en torno a la huella que recibió. Téngase en
cuenta, además, que Marx publica El capital en 1867 y el primer libro
del fundador de la escuela austriaca, Karl Menger, apareció tan
cercanamente como 1871.
Por encima de cualquier consideración, autor o grupo de autores, a Marx
le convenía repetir —y en buena medida lo hizo— a clásicos como Adam
Smith y David Ricardo, al segundo más que al primero, quienes
significaron un retroceso en relación con las nociones salmantinas y de
Galiani y quedaron en más de un tema a muchas millas de distancia de los
neoclásicos.
Si Marx no menciona a los salmantinos, sí repasó al irlandés William
Thompson en El capital, pero sobre todo bebió abundantemente en Johann
K. Rodbertus, adelantado al hombre de Tréveris en un puñado de nociones
que en la popularización de Marx se le atribuirían. De cualquier modo,
son sobradamente conocidas las fuentes utilizadas por el judío germano
—que él tuerce en diversos sentidos— para que lo condujeran al horizonte
que previó, que ambicionó desde un principio.
La teoría subjetiva del valor no se ajustaba a la hipótesis de Marx, la
cual sostiene, como es público, que a través de la lucha de clases y la
dictadura del proletariado el planeta desembocaría en un comunismo que
apenas describió, pero que en buenas cuentas parece una suerte de Edén o
éxtasis masivo inacabable.
La ley del valor como piedra fundacional
Los seguidores del creador del socialismo "científico" se devanan aún
hoy los sesos para que Marx escape de sus incontables derrotas contra la
realidad y el tiempo, y de tal modo las fantasías y vericuetos de toda
laya sobrepasan en miles de páginas la monumentalidad de la Suma
Teológica. En la obra de Marx se conjugan la riqueza de pensamiento por
un lado, y la falta de claridad, precisión y veracidad por otro, indica
Konrad Löw en La fascinación del comunismo.
Pero para aplanar el camino hacia la apoteosis comunista no tuvo Marx
que hallar la causa primera, sino reparar la que ya existía, obsequiada
por varios y en especial por Rodbertus. El hombre de Tréveris dijo a su
amigo Federico Engels en carta de 1867 que "los mejores puntos de mi
libro son" el doble carácter del trabajo, como valor de uso y cambio y
"la plusvalía independientemente de sus formas particulares…".
Para Rodbertus el capitalista explota al trabajador porque hay un número
de horas que no le paga. Sin embargo, para esto resultaba imprescindible
que Marx probara científicamente su versión de Rodbertus. Esta reza que
el tiempo de trabajo socialmente necesario determina la magnitud del
valor de la mercancía.
De acuerdo con el fragmento de la carta a Engels, las consecuencias
serían cruciales y una de ellas es que si el trabajo no determina el
valor de la mercancía, el "robo" del capitalista al trabajador —es el
vocablo que usa Rodbertus— quedaba científicamente en entredicho. Así,
se tambaleaban las concepciones de Marx acerca de la clase social,
base-superestructura, etc. Más que sobre la filosofía dialéctica, se
cernía sobre el materialismo histórico una amenaza tremenda. Sin el
trabajo decidiendo el valor de la mercancía el marxismo cojearía de
ambos pies y no podría hacer su camino.
Al unísono con formulaciones similares de Stanley Jevons en Inglaterra y
Leon Walras en Suiza, fue Karl Menger quien en 1871 cortó el cuello a la
hipótesis marxista. Menger afirmó que no era en los costos donde se
decidía el precio de la mercancía. Pero lo decisivo estuvo en su
afirmación acerca de que el precio se forma en la cabeza de los hombres
según intereses, preferencias y necesidades, que es una proyección
subjetiva individual, lo cual será identificado, luego de algunas
adiciones, como utilidad marginal.
Es decir, ni el trabajo ni los trabajadores determinan el valor de la
mercancía y muchos menos de manera objetiva. Para hundir legítimamente
la postura de Marx, los austriacos aseguraban que empresario alguno
podía pagar por los factores de producción un precio superior al que los
consumidores están dispuestos a pagar por el bien final. Los costos
—donde están el trabajo y los trabajadores— no determinan el valor, sino
que constituyen la consecuencia de precios que se forman en la
subjetividad de los consumidores.
La linealidad historicista de Marx, que domina toda su obra, era puesta
de cabeza por los neoclásicos. Podríamos decir que el valor de la
mercancía palpita incierto en el futuro del proceso de producción, que
genera los riesgos y ansiedades del empresario, quien paga salarios por
adelantado. La que pronto se popularizaría como teoría marxista de la
explotación o plusvalía sufrió entonces, hace casi un siglo y medio, un
mazazo del que no se ha podido recuperar.
Actitud no científica
Este desnudar a Marx bastaba e incluso sobraba para que el germano
abandonara su hipótesis, que en un científico honesto no tenía que
significar pasarse al bando de los que, de muchos modos, generaban la
miseria, que era enorme. Debió emprender otras vías para lograr la
liberación de los trabajadores, otros puntos de vista, otro método para
abordar los problemas sociales y económicos de su tiempo.
La perseverancia en un error donde está el corazón que bombea sangre a
muchas de sus posturas constituyó un fracaso teórico que garantizaba, a
la vez, la ineficacia de su implementación. Lo que a sabiendas hizo
Marx, sin embargo, fue darnos algo que al cabo retrasó y empeoró al
mundo y a los seres humanos. Los cubanos resumimos un ejemplo cabal de
esto último.
Resulta un maniqueísmo palmario que aquel que lidera o se acoge a un
campo del saber y el actuar, al abandonarlo por cualquier causa tiene
obligatoriamente que trasladarse a un espacio contrario al anterior, en
el caso de Marx al conservadurismo de su tiempo. Tal vez la renuncia al
marxismo por Cornelius Castoriadis sirva para deshacer, en nuestros
días, dicho maniqueísmo. No por gusto Edgar Morin lo calificó de titán
del pensamiento.
Un ensayo de Böhm-Bawerk
El académico Arturo Fontaine reseñó la acción que desnudó a Marx y a su
amigo Federico Engels ante el lector del XIX y el de hoy. Como se
conoce, el primer tomo de El capital fue el único que se publicó en vida
de su autor. Aquí admitió Marx una contradicción entre la experiencia y
su doctrina.
Al igual que otros coetáneos y posteriores miembros de la escuela
austriaca, como Friedrich von Wieser, Ludwig von Mises y el premio Nobel
Friedrich Hayek (1899-1992), Böhm-Bawerk escrutó y criticó el desempeño
económico del socialismo, pero cuando este aún no existía en la práctica.
Pero antes de detenernos en el ensayo de Böhm-Bawerk titulado "Una
Contradicción no Resuelta en el Sistema Económico Marxista", digamos que
este autor es atacado en nuestros días desde frases de Marx como la que
sigue: "la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de
trabajo, prolongando la duración del mismo…". Lo risible es que
inmediatamente después de esto el autor del ataque hincha el pecho y
remata que la impugnación de Böhm-Bawerk contra Marx está "dirimida".
Cegado por su odio contra el capitalista, asentado quizá en el fracaso
económico permanente desde el punto de vista personal, el alemán no
imaginó que en gran parte del mundo se trabajarían ocho horas por
jornada con dos días libres a la semana. Su odio le impidió prever que
la ley de muchos Estados dictaría para millones de trabajadores que la
hora extra se pagaría mejor, incluso como tiempo y medio. Por si fuera
poco, no falta donde se realizan ejercicios ergonómicos dentro del
horario laboral, como el autor de este artículo tuvo ocasión de
testimoniar en Tampa, en un emblema capitalista como General Electric.
En el ensayo citado, Böhm-Bawerk afirmó que la fuerza y claridad del
razonamiento de Marx no eran tales como para convencer a nadie, y agregó
que pensadores serios y valiosos de su época como Karl Knies,
representante de la tendencia historicista alemana, opinaban que la
enseñanza de Marx estaba repleta, de principio a fin, de toda clase de
contradicciones, tanto de lógica como de hechos.
Las expectativas de la promesa
Para no intrincar la contradicción propia admitida por Marx, digamos que
tiene en el centro su ley no probada del valor. Pero el filósofo y
economista no bajó los brazos y no admitió, junto con la contradicción,
la imposibilidad de salvar su ley. Al contrario, sostuvo que la
contradicción era solo aparente y requería unir muchos cabos sueltos. En
fin, postergó la respuesta para los siguientes volúmenes de su obra,
evoca Böhm-Bawerk que cita El capital.
La promesa, de cuya explicación lógica o convincente dudaron destacados
economistas, creó expectación en diferentes sectores y llegó a
convertirse en un suceso público. Incluso se convocó un concurso de
ensayos que premiaría al que resolviera el dilema. El asunto a dilucidar
consistía en "la tasa promedio de rentabilidad y su relación con la ley
de valor", de Marx. Nadie logró descifrar el laberinto y el premio quedó
desierto.
El germano no habló del tema en el segundo tomo, cosa que por adelantado
supo Engels, quien revisaba los papeles del amigo fallecido y publicaría
los volúmenes segundo y tercero.
No deja de ser sospechoso que el acaudalado Engels anunciara que la
solución estaba en el manuscrito por publicar, o sea el tercero, pero a
la vez desafiaba principalmente a los seguidores de Rodbertus, que
discrepaban de Marx, a solucionar "cómo puede y debe ser creada una tasa
promedio equitativa de rentabilidad sin contraponerse a la ley del
valor, sino en virtud de ella". No deja de ser sospechoso porque el
inglés conocía —repetimos— lo que traía el tercer tomo, donde apareció
la respuesta 27 años después de que Marx admitiera su contradicción.
Cabría preguntarse, ¿estaba invitando indirectamente Engels a que le
resolvieran el problema a Marx, su compañero ideológico?
La frustración
Luego de que Engels reiterara que su amigo fallecido había conseguido la
solución que aparecería en el tercer tomo, este al fin vio la luz, pero
la explicación fue desconcertante incluso para muchos marxistas y
socialistas, arguye Böhm-Bawerk.
En buenas cuentas, lo que dice en el tercer tomo fue que el valor del
trabajo acumulado de un bien "se transformaba" en su precio de mercado o
"precio de producción", de acuerdo con la terminología de Marx. Lo
desconcertante era que en tal formulación la hipótesis según la cual el
valor de un bien es generado por el trabajo perdía toda utilidad y se
hacía innecesaria y prescindible.
Para Böhm-Bawerk esto equivalía a abandonar la ley del valor, que
fundaba la teoría de la plusvalía. Su análisis crítico y minucioso logró
indudable influencia. Una parte importante del pensamiento socialista de
hecho renunció a la teoría del valor de Marx. Hoy nos preguntamos: ¿cómo
era posible renunciar a esto sin renunciar en pleno o al menos a buena
parte del materialismo histórico? Por cierto que la ley de Marx no pudo,
evidentemente, con la famosa paradoja del diamante y el agua, a pesar de
que embutió a la piedra de un trabajo al que la paradoja no alude. Los
austriacos sí dieron con el acertijo.
Sin probarse científicamente la ley del valor creada por el germano,
vértebras insustituibles de su doctrina desaparecen y las consecuencias
son sencillamente devastadoras. No por gusto se dice en Marx y el
Proletariat, del académico Timothy McCarthy, que el alemán "no
descubrió, sino que inventó al proletariado revolucionario", lo cual se
verifica también en su fracaso como líder obrero.
De acuerdo con todos los despliegues aquí relatados, la criatura
marxista debió morir muy poco después de nacer, hace casi 150 años. La
escuela austriaca no mostró nociones problemáticas que suelen ser parte
de la obra de cualquier hombre de ciencia, sino que desde un estatuto
legítimo de la ciencia puso dique al cauce por donde transcurre
obligatoriamente el marxismo, según su propio creador.
¿Dónde ubicar a Carlos Marx?
En el Principio esperanza, del filósofo Ernst Bloch, marxista que
también le compuso la plana, más de uno ha querido cobijar al luchador
alemán, pero para eso habría que olvidar los ríos de sangre que de
muchas formas su doctrina generó, llenó y desbordó en los más distantes
confines del planeta.
Se ha manifestado infinidad de veces que no fue el hombre de Tréveris,
sino políticos los que se aprovecharon de su doctrina. No es así. Marx
les regaló la plataforma a los políticos para sus crímenes y
represiones. De esto último basta un cálculo, digamos físico, en El
libro negro del comunismo. Sin embargo, para los cristianos y para
quienes terminamos perdonando, por el fin que persiguió —el comunismo
paradisíaco—, Marx habitaría quizá en aquella casa de que hablara Bloch
en una conferencia: "la casa de los sueños".

Source: Carlos Marx y su buen verdugo - Artículos - Opinión - Cuba
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