Confieso mis intolerancias
JOSÉ PRATS SARIOL | Miami | 18 Jul 2013 - 9:59 am.
¿Por qué tendríamos que creer en una rectificación de fondo? ¿Por qué
aceptar una transición con los mismísimos demoledores del país?
Ahora resulta que las víctimas somos intolerantes: no aplaudimos el
reformismo del castrismo tardío como solución para Cuba. Daría risa, si
no fuera diabólico.
El último truco es un grotesco monumento a la astucia. Tan grotesco como
los nuevos apellidos del "patriciado criollo": los Castro Espín y los
Castro Soto del Valle, los Guevara, los Cienfuegos…, dignos bocados para
cierto historiador heráldico, de rimbombante estilo.
Y se han lanzado con todo: cónsules dando conferencias en Miami sobre
repatriaciones y compras de casas, autos e inversiones en cooperativas;
giras autorizadas para disidentes, con suave aterrizaje y vigilada
tolerancia; apoyo a evangelizaciones conciliatorias de la Iglesia
Católica y otras congregaciones cristianas, con el "amor todo lo puede"
de bandera para incautos; invitaciones a artistas, escritores y
deportistas residentes en el extranjero; mensajes a Washington sobre
control policíaco y mediático de las masas y seguridad caribeña contra
los narcos y capitales sucios…
La élite del poder apuesta a que su continuidad parezca el menor de los
males. Y lo está haciendo muy bien. Por lo pronto sus oponentes
aparecemos como conservadores de una confrontación antigua, intolerantes
de los nuevos tiempos, aires, arreglos jugando golf, donde tal vez hay
invitaciones para apellidos llenos de pátina o riqueza: Céspedes y
García Menocal, Bacardí, Saladrigas, Díaz Balart, Lobo, Zayas, Mas,
Goizueta, Fanjul …
En realidad, no me gusta ni el sustantivo (tolerancia) ni el verbo
(tolerar). Suelen alojar un barniz hipócrita que tapa prejuicios,
dogmas, discriminaciones. Sacan una pezuña demagógica por debajo de la
saya de la abuelita buena, como ahora Raúl Castro y sus "Lineamientos";
como puede leerse en el discurso de Díaz-Canel al clausurar el congreso
de la Unión de Periodistas, donde repite lo de dentro de la revolución
todo, es decir, un nuevo ropaje para la anciana censura, tras una poco
verosímil autocrítica al Partido.
Prefiero encasquetarle el prefijo: Soy intolerante con las religiones
fundamentalistas, las dictaduras y caudillos, la pederastia, el racismo,
la homofobia, el sexismo en sus vertientes machistas o feministas, los
fanatismos políticos de cualquier signo, las leyes injustas, las
salvajes desigualdades económicas que avergüenzan al planeta. Y no me da
pena, más bien todo lo contrario, defender mis tajantes intolerancias:
Decir que con ellos —los Castro y su pelotón— nada.
Como apenas me represento a mí mismo, puedo darme ese lujo, por lo
general no apto para políticos, empresarios, diplomáticos, funcionarios.
Pago, desde luego, el precio. A veces muy caro, como el exilio cuyas
letras aún me cobran.
No toleré a un viejo amigo gay, lingüista noruego, cuando comenzó a
andar en Cuba con menores de edad, allá por los 90 del siglo pasado.
Rompí la amistad. Pongo mis límites morales, cercas donde no dejo pasar
al único partido que su misma ley autoriza, fronteras a quienes
transitan a un capitalismo despiadado, sin sindicatos autónomos.
Me fui de una casa en Puebla, en México, cuando el dueño habló de los
pobres como haraganes, indios churrosos y analfabetos que están así por
falta de voluntad y apego a sus costumbres enfermizas. Me fui tras
decirle que su punto de vista era intolerable.
No tolero en silencio el actual disfraz reformista de la dictadura
cubana. Señalo a los guerrilleros sobrevivientes, generales y familia
cercana, como nuevos empresarios inescrupulosos. Pero entiendo a los que
por necesidad, oportunismo, creencia o ingenuidad, aceptan, sonríen o
celebran el engaño final, el colofón al estilo ruso o sandinista.
¿Por qué tendríamos que creer en una rectificación de fondo, de extirpar
las raíces del sistema, cuando ni siquiera ellos lo dicen? ¿Por qué
aceptar una transición con los mismísimos demoledores del país? ¿Por qué
en las postrimerías sí y en medio siglo no?
Soy un intolerante. No permito que me tupan las entendederas con
argumentos donde al final va a resultar —como dice Raúl Castro en sus
últimos discursos a públicos cautivos—que la "revolución" ha sido
víctima de la ingratitud, la picardía, la vulgaridad y la siesta de los
cubanos.
Ah no. Entiendo a los gobiernos que circundan a Cuba, muy en particular
al de los Estados Unidos y al de México. Sus intereses —se sabe— son los
suyos, incluyendo negocios turísticos, agrícolas, industriales. Razono
los de la comunidad cubana de Miami, cuyos cambios sociales, económicos,
demográficos y culturales en las dos últimas décadas, giran hacia el fin
del embargo, constituirse en una emigración como la mexicana de Los
Ángeles, de pachucos a yucas, boniatos, ñames.
Comprendo la amenaza de un baño de sangre o un éxodo masivo tras una
crisis de gobernabilidad. Comprendo la miseria del arroz con averigua y
el espanto de las venganzas, la diferencia entre lo real y lo anhelado.
Pero me asquean las negociaciones donde tú me manipulas a mí y yo a ti,
hasta que nos ponemos de acuerdo en cómo manipular a la mayoría.
Ese toma y daca recuerda el "Aé, aé, aé la Chambelona", el choteo
caracterizado por Jorge Mañach que asoma en algunas estampas de Eladio
Secades. Infecta, desmemoriza, se parece a aquellas historias de
Inglaterra que Chesterton ridiculizara.
Va a ocurrir. Quizás ya está ocurriendo. Tal vez sea el mal menor. Pero
no me pidan que calle. Mucho menos que salude. No sé jugar golf. No
podría colar la bolita ni en Varadero ni en Miami Springs. Confieso un
apego cariñoso, testarudo, a mis intolerancias.
Source: "Confieso mis intolerancias | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1374091866_4262.html
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