Saturday, April 27, 2013

La palabra maldita

La palabra maldita
Viernes, Abril 26, 2013 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Cuba es un país en caos
delictuoso, donde se cultiva la transgresión de la ley como práctica
corriente, orgánica, desde altos y bajos fondos articulados en dos
estratos que hoy se entremezclan, complementándose, debido a la crisis
sistémica.

Y la culpa de todo, digámoslo así, la tiene una palabra: sacrificio. Su
significado latín de hacer sagradas las cosas le cayó del cielo a la
dictadura para imponernos el hambre y la total miseria como conductos
sacrosantos para la conquista de un futuro, que es como la verja,
mientras más cerca, más lejos.

Al final, por el conducto sacrosanto nos vino justamente el origen de
esta muy grave falla antropológica que ahora marca nuestra identidad, la
cosa nostra cubana.

En la historia de las últimas décadas, el trapicheo y el cambalache
ilegal no dejaron de ser nunca palancas para el socorro de la gente de a
pie. Lo que menos importaba es que desde lejos nos dieran cero en
urbanidad y aun en comportamiento civilizado. Quizá en Helsinki o en
Tokio resulte moralmente inadmisible (además de inaudito) que un
empleado se robe dos pollos en el mercado donde trabaja, uno para la
comida de su familia y el otro para venderlo con el fin de cubrir otras
urgencias. Pero, en Cuba, antes de evaluar la implicación moral del
acto, se impuso comprender que era imperativo de supervivencia.

Así empezamos. Y es lo dicho, no era malo completamente, aun cuando
tampoco fuera bueno. Lo malo consistía en que, casi sin querer,
estábamos trenzando, desde abajo, los primeros hilos de este entramado
facineroso que hoy nos enreda a todos en la Isla, sea como actores
activos o copartícipes pasivos.

Desde abajo, he dicho, porque desde arriba el entretejido de nuestra
plataforma mafiosa se trenzó mucho más atrás, en las propias bases del
surgimiento de Cuba como nación. Sólo que con el gobierno revolucionario
alcanzaría estatus de mal endémico, omnipresente e irremediable, donde
la corrupción económica, el nepotismo, el fraude y el violento abuso de
la fuerza bruta dejaron de manifestarse a través de casos puntuales, más
o menos abundantes, para ser la esencia misma del poder, su esencia
delictiva.

Por arriba, el entretejido de esta cosa nostra a escala nacional obtuvo
sus primeras puntadas en los propios inicios de la revolución. Mientras
que por abajo, nos vimos obligados a degenerar, atrapados en la red de
un totalitarismo arrasador de bienes y valores, que nos impuso el delito
como derivación del sacrificio.

El sacrificio, dispuesto, implantado y férreamente controlado desde
arriba por quienes jamás lo asumieron para sí, nos inoculó el acto
delictivo como parte de nuestra idiosincrasia, de nuestras nuevas
tradiciones. Mientras, en los bajos fondos del poder la corrupción ya
estaba a cargo, con mando absoluto y sin contrapartidas institucionales.
No es que en otros países y sistemas no exista, pero generalmente suele
darse como excrecencia, en tanto en Cuba se ha hecho esencial como
representación del poder, al tiempo que entre la población común
sustituyó al trabajo y a sus agentes naturales, la eficacia económica,
la producción de bienes y la formación de valores morales y espirituales.

Así, pues, hoy, vivimos en un país de manos arriba y todos al suelo, y,
según parece, nuestra inminente inserción en (digamos) la democracia,
lejos de subvertir tan vergonzoso cuadro, en los primeros años al menos
será campo fértil para su afianzamiento. Si el totalitarismo incubó el
patógeno, un sistema democrático lastrado con todas las taras del
subdesarrollo vendrá a ser su ideal caldo de cultivo.

No obstante, algo ganaríamos si, aunque fuese para empezar, obligáramos
a los políticos del futuro a desechar de su vocabulario esa palabra
maldita: sacrificio.

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