Ingha y Guy: algo del corazón de África entre nosotros
septiembre 3, 2012
Historias de turistas
Vicente Morín Aguado
HAVANA TIMES — Fue una verdadera suerte y uno de esos instantes
inolvidables en la vida, el haber encontrado a estos dos sudafricanos,
cuando vivíamos en La Habana uno de los peores momentos, si de
relacionarse con los turistas se trata.
Ingha era trabajadora social y Guy médico, ambos de piel blanca, al
decir de los cánones tradicionales para catalogar a las personas. Sus
almas tenían todo el espectro de tonalidades posibles en los seres humanos.
Con mi inglés recordado de tres semestres universitarios y la infinita
voluntad de relacionarse demostrada por ellos, comenzamos a caminar por
La Habana Vieja.
Mi cabeza era algo así como la farola del Morro: giraba a un lado,
atendiendo a cada pregunta, formulada con exactitud, despacio y
abundante gestualidad; giraba al lado opuesto, mirando a los recién
estrenados miembros de la policía especializada, encargado de frenar el
natural abordaje de los cubanos a los turistas.
Lo contradictorio es que los cubanos eran y siguen siendo la especial
atención de los visitantes, llegados allende los mares.
Para los sudafricanos el asunto tenía connotación especial, tratándose
de un país recién salido del Apartheid, el cual reconocía en Cuba algo
emblemático si se trata de la lucha por eliminar cualquier forma de
discriminación entre los seres humanos.
Abordar el problema racial vino al directo, convirtiéndose en el primer
dilema serio que debí afrontar: ¿Hay racismo en Cuba? Les respondí SI y NO.
No si lo abordamos como asunto legal, constitucional; SI cuando se trata
de la realidad cotidiana.
Entonces me pidieron una demostración de la segunda parte y, caminando
un poco, encontramos una evidencia interesante.
Resulta que pedí unos instantes para comunicarme con mi casa, voy hasta
un teléfono público y allí mismo, pegado a la pared, encontramos un
cartel convocando a los jóvenes para incorporarse a cursos de Danza y
Ballet clásicos.
Observé que entre los requisitos, se especificaba una clara exclusión a
personas de piel oscura. Guy eternizó esta injusticia con un flashazo de
su enorme "Canon Eos-300."
Tomamos la ruta habitual de la calle Obispo rumbo a la Plaza de Armas,
cuando dos cuadras antes de nuestro destino, llegó la segunda
disyuntiva, determinada por el inevitable chequeo policial.
Una joven policía me solicita los documentos, intentando preguntarle a
Ingha sobre cómo se estableció nuestra relación. Siendo una trabajadora
social, ella supo ubicarse, utilizando además la excusa de su
desconocimiento del español. La muchacha uniformada terminó considerando
que yo no debía ser una "amenaza social" y me permitió seguir adelante.
Respiré profundo, pero desde entonces viví en un permanente estado de
incertidumbre, durante los siguientes días de intenso intercambio con
los sudafricanos.
Preparamos una comida en la casa de un familiar, especialmente porque el
hombre en cuestión, militar retirado, había combatido en Angola, además
de cumplir misiones en otros territorios africanos.
Junto a sus experiencias en el llamado continente negro, trajo a Cuba un
buen equipo de música, muebles y otras facilidades importantes para
atender a una visita, cosas faltantes en mi hogar, pues yo no he viajado
más allá de Baracoa en el oriente cubano.
Resultó una noche feliz. Con Bob Marley tronando desde cuatro grandes
bocinas, poco a poco fueron incorporándose los vecinos, sin importarle a
los sudafricanos cuántos eran los participantes y mucho menos el natural
incremento de comensales y bebedores de ron.
Aparecieron traductores mejores que yo, para concluir en un auténtico
debate, donde todos salimos enriquecidos culturalmente, además de
comidos y bebidos.
De madrugada, ellos regresaron en taxi a su hotel, acordando un
encuentro conmigo tarde en la mañana, para visitar un sitio imposible de
olvidar cuando de extranjeros en Cuba se trata, La Plaza de la Revolución.
Llegamos al monumento a José Martí en un carro americano, auténtica
satisfacción para Ingha y Guy, pero verdadero reto para el chofer,
evitando los controles policiales del momento, pues entonces existía la
prohibición, finalmente eliminada por el actual gobierno, de rentar a
turistas los autos operados por trabajadores con licencia como
cuentapropistas.
Después de otear La Habana desde su punto más alto, en la torre de la
Plaza, estrella solitaria, símbolo de la unidad e independencia de
nuestra nación, caminamos rumbo a una piquera de taxis, con el objetivo
de regresar al hotel. Sería la despedida formal entre nosotros,
brevemente interrumpida por otro avatar.
Esta vez el agente del orden público estaba vestido de civil,
mostrándome su carné de oficial desde el bolsillo casi transparente de
una camisa blanca. Hizo algunas preguntas, de esas que pueden tener
cualquier respuesta, pues usted se queda perplejo ante la incongruencia
del asunto: ¿Qué actividades realizan ustedes? ¿Cómo se conocieron?
¿Dónde usted trabaja? ¿Es usted guía profesional de turismo?…
Felizmente alcancé a prometer dejarlos en su hotel y concluir así el
recorrido, pues otra cosa sería en extremo descortés, además de que los
amigos de Sudáfrica se mantuvieron firmes junto a mi persona. Este
agente conocía algo de inglés y comprendió la situación. Anotó en una
libretica mis datos personales, diciéndome entre advertencia y
recomendación:
Por favor, dedíquese a otras actividades, para atender turistas el
estado cuenta con un personal profesional, encargado específicamente de
esta tarea.
—–
Vicente Morín Aguado: morfamily@correodecuba.cu
http://www.havanatimes.org/sp/?p=70714
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