Friday, June 22, 2012

Un mal herrero y un peor carpintero

Un mal herrero y un peor carpintero
Viernes, Junio 22, 2012 | Por Gladys Linares

LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Producto de la difícil
situación económica imperante, muchos cubanos han comenzado a ejercer
oficios para los cuales no están realmente calificados. En general,
también se han perdido el sentido del honor y el respeto por la calidad
y por el cliente.

Olas de aprendices sin maestro se ofrecen como albañiles, plomeros,
jardineros, etc., y sin conocer a derechas estos oficios acometen
trabajos que luego pretenden cobrar como profesionales.

Dos de mis vecinas han sufrido experiencias de este tipo. En el patio de
una de ellas, Bárbara, se ha destapado una plaga de babosas empeñadas en
acabar con sus plantas ornamentales. Bárbara ha buscado en las Tiendas
de la Agricultura algún producto para acabar con ellas, pero siempre
recibe la misma respuesta negativa. Ha puesto en práctica algunas
recomendaciones, pero lo único que le ha dado resultado es cazarlas por
las noches.

Un día se le ocurrió hacer unos bancos para encaramar sus matas. Compró
las cabillas viejas de un edificio demolido cerca de su casa. Luego, un
amigo las cortó y las dejó listas para soldar.

Entonces, habló con un herrero cuentapropista, quien le dijo que
saldrían seis bancos, y le cobraría 18 CUC. La mujer calculó que cada
banco le salía a 3 CUC, y como le pareció bien, aceptó y le entregó las
cabillas. Pero más tarde ese mismo día el hombre regresó a pedirle que
le adelantara una parte del dinero, alegando que era para garantizar que
no lo dejara "embarcado", a lo que ella, sin inmutarse, le respondió:
"En ese caso, devuélvame las cabillas."

El hombre se aconsejó, y se fue a cumplir el encargo. Al día siguiente,
regresó con cinco bancos, y cuando ella le pagó 15 CUC, él, molesto, le
reclamó los tres que faltaban. Entonces ella le respondió: "Usted me
pidió 18 CUC por seis banquitos, pero solo me trajo cinco." El herrero
no tuvo más remedio que cobrar y marcharse.

Pero algo peor le sucedió a Cándida con un silloncito que mandó a
arreglar. Llevaba bastante tiempo roto, pues Cándida esperaba conocer un
buen carpintero para encargarle el trabajo. Un día, finalmente, una
vecina le dijo que un ebanista a pocas cuadras de su casa le había
arreglado las puertas de un closet y que habían quedado bien. Le dijo,
además, que el hombre había pasado una escuela de carpintería, así que
Cándida no perdió tiempo y lo buscó enseguida.

Mientras regresaba a su casa, tuvo la certeza de que ese era el
carpintero que le arreglaría su silloncito. Al día siguiente, el hombre
vino para ajustar el trabajo, y aunque a Cándida le pareció caro -10
CUC- aceptó, pues pensó que valdría la pena por un trabajo bien hecho.

Para hacerle al sillón las dos patas traseras nuevas, Cándida le dio un
tablón de caoba. El hombre le pidió la mitad del dinero por adelantado,
y ella se los dio, aunque no sin desconfianza.

A los tres días el carpintero se apareció con el sillón. Cuando Cándida
vio su mueble tan querido lleno de puntillas –no se le había ocurrido
aclararle al falso ebanista que no usara ninguna-, la madera del asiento
rajada por una de ellas, las patas de otra madera diferente a la que
ella le había dado –y teñidas para simular el color de la caoba- no pudo
contenerse y comenzó a reclamarle.

Pero aquel hombre le dijo tranquilamente a la pobre mujer: "Sí, pero así
va a tener sillón para rato. Usted se muere y todavía hay sillón."

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