Martes, Abril 3, 2012 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Por más que los medios de
prensa recaben la colaboración ciudadana para cuidar el ornato público y
adoptar modales civilizados, la inquietante situación no mejora. Quien
haya vivido en La Habana en los últimos 20 años, podría corroborar con
cientos de ejemplos, el paulatino declive en ambos aspectos.
La falta de educación sigue siendo alarmante, no tan solo debido a la
cantidad de personas implicadas, incluidos no pocos profesionales; sino
también por la profusión de gestos chabacanos, palabras pedestres y
actitudes que son como puñetazos sin manos.
¿Quién que resida en la capital o la haya visitado ocasionalmente, no ha
sentido esos golpes impunes que salen tras las columnas del Museo de
Bellas Artes, transformadas en auténtico urinario público?
Parques y escaleras de edificios multifamiliares se han convertido en
destinos favoritos del orine y el excremento de los ciudadanos. Tras el
paso de los días, el olor de esas evacuaciones se vuelve infernal y
difícil de esquivar. Es preferible caminar por la calle y soportar el
castigador sol del mediodía tropical, que enfrentarse a esos gases
lacrimógenos que invaden los portales de la ciudad.
Es cierto que hay escasez de baños públicos en la ciudad, pero eso no
justifica un proceder que ya es parte de una cultura marginal donde vale
todo, sin importar las afectaciones al medioambiente, ni el
exhibicionismo que implica realizar esas indispensables evacuaciones en
la vía pública.
No son solo mendigos y alcohólicos los que dejan esas "decoraciones"
fecales que causan tanta molestia al transeúnte, sobre todo después del
desprevenido pisotón.
A menudo los ciudadanos, fundamentalmente jóvenes, no esperan llegar al
inodoro de su casa. Les parece normal, si van en grupo, turnarse en la
vigilancia para hacer sus necesidades fisiológicas.
Hace unos días vi como una pareja de borrachos de la tercera edad,
hombre y mujer, se las ingeniaba entre vahídos y lenguaje ininteligible,
para orinar a pleno día en los portales de una tienda en la céntrica
calle Galiano, de Centro Habana.
El espectáculo era dantesco. Finalmente, la mujer orinó apoyada en sus
rodillas y las palmas de sus manos, ante la mirada y los gritos de
rechazo de los transeúntes. Sus partes pudendas quedaron al aire libre
mientras el hombre trataba de cubrirla, sin éxito, con movimientos
torpes. El espectáculo terminó con los dos revolcados sobre el charco de
orina y la demorada intervención de la policía.
Ni el barrio del Vedado, otrora un sitio limpio y ejemplo de urbanidad,
se salva de este regreso colectivo al primitivismo. Es común ver como
los dueños de perros los sacan a la calle para que desocupen sus
vísceras, sin preocuparse por recoger los desechos.
El crecimiento en espiral de estas posturas irracionales e incivilizadas
contradice. El empobrecimiento y vulgarización del vocabulario y la
predisposición a zanjar los problemas interpersonales mediante la
violencia física se suman para completar el lamentable espectáculo.
Les aseguro que no exagero, y pienso que nada de lo relatado es casual.
Algo falló en la construcción del socialismo. Afortunadamente a La
Habana aun le queda algo de civilidad dentro de un país que cada día se
parece más a un zoológico.
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