Friday, September 16, 2011

Gross en el desierto de Nuevo México

Publicado el jueves, 09.15.11

Gross en el desierto de Nuevo México
Miguel Cossio

Tras un largo almuerzo, que tuvo como tema central el mejoramiento de
las relaciones entre Washington y La Habana, Bill Richardson escuchó el
recado del anfitrión: no se llevará de Cuba a Alan Gross; tampoco podrá
verlo durante su estancia aquí; ni tendrá una reunión con mi jefe, el
general Raúl Castro.

Vaya postre el que le tenía reservado Bruno Rodríguez Parrilla, el aún
canciller de los Castro, debió de pensar el ex gobernador y, quizás, el
político demócrata fuera de la administración Obama con mayor acceso al
Salón Oval cuando de asuntos cubanos se trata.

Richardson había llegado a La Habana casi una semana antes con la
ilusión, tal vez bien fundada, de solucionar el caso del contratista
estadounidense, condenado a 15 años de cárcel. Pero el colofón de aquel
almuerzo deshizo de golpe y porrazo todos los buenos oficios y la
promesa a la señora Judy Gross, de que vería a su marido y comprobaría
personalmente su verdadero estado de salud. "Me quedé perplejo", declaró
luego el ex gobernador.

Definitivamente, Cuba no deseaba una mejoría en las relaciones
bilaterales. Los funcionarios cubanos asistentes al almuerzo habían
dejado claro que su gobierno estaba dispuesto a esperar la llegada a la
Casa Blanca de una nueva administración despues de la presidencia de
Barack Obama. Según Richardson, fue Jorge Bolaños, el jefe de la Sección
de Intereses de Cuba en Washington, con décadas dentro del aparato
cubano y con quien llevaba un año tratando el tema, el que dio la señal
de luz verde para el viaje tras el fin del proceso judicial contra Alan
Gross.

Gilbert Gallegos, asesor de Richardson que lo acompañó a Cuba, dijo que
durante el período de conversaciones previas tanto Bolaños como su
superior, el ministro Rodríguez, no habían dejado dudas respecto a un
posible diálogo sobre la excarcelación de Gross.

Un político muy cercano al ex gobernador de Nuevo México me contó que,
tiempo antes del viaje, Richardson recibió una carta de invitación del
gobierno cubano, la cual trasladó al Departamento de Estado y al Consejo
de Seguridad Nacional, para su visto bueno.

Sin embargo, una vez que llegó a Cuba, el régimen decidió dar marcha
atrás. ¿Qué pudo pasar? La cancillería cubana niega haber extendido la
invitación y asegura que el caso Gross nunca estuvo sobre la mesa de
discusión.

La lógica simple indica otra cosa. En Cuba no hay espacio para la
política espontánea. Nadie viaja a la isla de los Castro sin una agenda
pautada, mucho menos un político estadounidense de la talla del ex
gobernador.

La pregunta de fondo que deja el viaje de Richardson es quién administra
de veras y toma las decisiones últimas de la política exterior de Cuba,
una vez desaparecidos los pesos pesados que controlaban su quehacer
diario, como Carlos Rafael Rodríguez y Carlos Aldana, y también sin la
presencia de los welter ligeros, Robertico Robaina y su sucesor Felipito
Pérez Roque.

Una hipótesis plausible es que todavía y desde Punto Cero Fidel Castro
despierta de tanto en tanto de su letargo; y esta vez haya preguntado
sorprendido y con la ceja levantada, ¿qué fue lo que Bolaños y Brunito
le prometieron a este señor de Nuevo México?

http://www.elnuevoherald.com/2011/09/15/1025671/miguel-cossio-gross-en-el-desierto.html

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