Sobre la teoría de la salvación del socialismo
Miriam Celaya
La Habana 03-08-2011 - 10:40 am.
A propósito de un artículo de Pedro Campos que aboga por un socialismo
'ahora sí' viable.
Los últimos cinco años en Cuba han sido fecundos en la elaboración
teórica de soluciones a los profundos problemas del país, principalmente
los relacionados con los males de la economía y con otras virulencias
endémicas como la burocracia, la corrupción, y un elástico e
interminable etcétera.
Generalmente, estas atrofias sociales suelen abordarse por los
analistas afines al gobierno como si se tratase de trastornos
provisionales o de reciente adquisición debido a una fatalidad no
imputable a la política interna del país —el llamado "Período Especial",
por ejemplo, está resultando casi tan socorrido como el "bloqueo"— o
como si fuesen deficiencias de una naturaleza tan sutil e invisible que
hubiesen pasado inadvertidas durante décadas, incluso para los avezados
ojos de nuestros muy experimentados líderes del gobierno.
Los teóricos que intentan redescubrir un tipo de socialismo a la cubana
que "ahora sí" sería viable, no son precisamente miembros de la
nomenklatura —mucho más reacios a los cambios— sino individuos y grupos
de ciertos sectores reformistas, que quizás apuestan sinceramente por
mejorar la realidad cubana a partir de la introducción de
"transformaciones en el modelo". En un ejercicio de buena fe, me inclino
a creer que se trata mayoritariamente de propuestas bienintencionadas,
aunque confío en que tanto ellos como esta escribidora sabemos que las
buenas intenciones, si bien condición necesaria, nunca serán suficientes
para revertir el grave descalabro nacional.
Entre los más activos teóricos de las reformas se encuentra Pedro
Campos, animador de una corriente denominada Socialismo Participativo y
Democrático, quien ha venido presentando algunos proyectos de empresas
cooperativas socialistas administradas por los trabajadores, entre otras
propuestas. Su letra se inserta en lo que pudiera llamarse una tendencia
crítica del oficialismo, lo que considero importante subrayar, habida
cuenta de que su posición con respecto al gobierno no representa
exactamente un antagonismo entre pensamientos diferentes, sino de
posiciones diferentes para sustentar un mismo pensamiento, que se resume
esencialmente en dos palabras: revolución y socialismo. Sin embargo,
creo oportuno reconocer que dentro de la "disidencia revolucionaria",
Campos finalmente comienza a reconocer, al menos de jure, la legitimidad
de los derechos de los substancialmente diferentes, es decir, de los
disidentes no revolucionarios y no marxistas.
"Democracia, para controlar la burocracia", una entrega de Pedro Campos
publicada en el espacio digital Kaos en la Red, es un trabajo demasiado
extenso para reseñarlo en su totalidad, no obstante, por contener
criterios que dimanan desde una posición ideológica que no comparto,
creo conveniente detenerme en algunas consideraciones puntuales que
pudieran propiciar un debate entre adversarios que se respetan y
reconocen mutuamente sus derechos a la opinión y a la discrepancia,
aunque lamentablemente, nunca haya tenido la ocasión de discutir frente
a frente con el autor sobre nuestros respectivos puntos de vista.
No obstante, ésta podría ser una forma de indagación que me permita un
acercamiento al pensamiento y estrategias de transformaciones con los
que "mis diferentes" imaginan su proyecto de una Cuba futura, y atisbar
en qué medida tal proyecto permite incentivar un posible intercambio
que, eventualmente, contribuya en alguna mínima medida a fortalecer las
imprescindibles bases cívicas de ese futuro.
Por principio, recelo de los textos que se inician con un encabezado
martiano; sobre todo, como es el caso, cuando se trata de defender el
socialismo contra la burocracia, utilizando para ello una frase extraída
de un discurso en el cual el Apóstol precisamente renegaba del
socialismo definiéndolo como un sistema en el cual el hombre pasaría "de
ser esclavo de los capitalistas, (…) a ser esclavo de los funcionarios".
Tales triquiñuelas, además de tergiversar el pensamiento martiano,
acaban resultando pueriles a fuerza de gastadas. Por otra parte, las
también frecuentes referencias a "lo que dijo Fidel", o "lo que dice
Raúl", como fuentes de legitimación suprema, resultan un vicio muy
extendido entre los que analizan la realidad cubana desde la perspectiva
"revolucionaria" y sugiere una mal disimulada intención de evadir las
consecuencias que suelen sufrir por estos lados los críticos de
cualquier denominación. Dicha práctica, además, tiende a disminuir el
valor potencial de los argumentos. Una propuesta no debería validarse
según su apego al discurso de un caudillo. No obstante, es justo admitir
que, en el artículo de referencia, Pedro Campos va ganando en osadía a
medida que se adentra en el análisis, hasta llegar a declaraciones
francamente valientes para el contexto cubano.
Inmovilismo y responsabilidades
Según Campos, "Desde su llegada a la Presidencia, el ahora también
Primer Secretario del PCC, trata de sacar el país del inmovilismo y
acertadamente ha hablado de eliminar secretismos y regulaciones
absurdas, de dar participación a los trabajadores, espacio a las
diferencias y a las contradicciones, de descentralización, de unidad de
la nación, de hacer una prensa crítica, y no se cansa de decir que hay
que cambiar la mentalidad, los métodos, los estilos y las estructuras".
Tal afirmación sería relativamente cierta si en la práctica fuera
posible constatar la realización de dichas intenciones. Sin embargo,
desde la célebre Proclama de Fidel Castro, del 31 de julio de 2006, que
le permitió seguir "gobernando" el país simbólicamente y en efigie
durante otros dos años, antes de pasar formalmente el poder al actual
General-Presidente, han trascurrido cinco años completos, sin que se
aprecien cambios sustanciales en cuanto al "inmovilismo", el
"secretismo" y la larga lista de "regulaciones absurdas" que critica Campos.
En cambio, Campos señala otras cuestiones de particular importancia
cuando ataca no solo la persistencia de engorrosas prohibiciones y la
lentitud de los procesos de implementación de las medidas que deberían
impulsar las llamadas "formas no estatales de propiedad" —eufemismo que
evita la herética frase "propiedad privada"—, sino también lo
injustificable de que no se deroguen las regulaciones y trabas legales
que obstaculizan el progreso de los cambios propuestos durante el VI
Congreso del PCC, fundamentalmente en lo relativo a la vivienda, los
alimentos y el transporte.
"La urgencia de la crisis a la que ha hecho referencia Raúl, demandaría
reuniones inmediatas y permanentes del parlamento cubano, la instancia
legal para cambiar todo lo que deba ser cambiado; pero a nadie se le
ocurre", se queja Campos. Y ello es tan cierto, añado yo, que ni
siquiera se le ocurre al mismísimo General de las Reformas.
El doble rasero de la "economía estado-centrista" es duramente fustigado
por Campos en algunas afirmaciones en las que denuncia la validez de la
aplicación de las leyes de mercado de la economía en divisas solo para
el Estado, mientras se vulnera y asfixia la economía de moneda nacional;
la acelerada supresión de gratuidades, eliminación de subsidios y
rebajas de presupuestos en contraste con la persistencia de bajos
sueldos; la prensa única y oficial —que declara "continúa plenamente
controlada por el aparato ideológico"— reflejando los problemas de la
economía estatal, pero manteniendo las propuestas en los viejos esquemas
que excluyen la participación de los trabajadores; no se concretan los
avances en el proceso de descentralización, sino que se mantiene el
monopolio del mercado, los recursos, las empresas y las decisiones
políticas; y señala que "el sector militar acapara las empresas más
productivas en divisa, el mercado interno de divisas y los proyectos
principales compartidos con el capital extranjero". Incluso, Campos
menciona esa otra dependencia que nos lastra en la actualidad: la del
petróleo de Venezuela.
Pero sus cuestionamientos no se circunscriben a la esfera de la
economía, sino que se extienden a los campos minados de lo político y
hasta denuncia ciertos puntos oscuros y neurálgicos, como la represión
interna y el tema de las relaciones con EEUU. He aquí que plantea que
"la Seguridad del Estado no debería inmiscuirse en cuestiones políticas
o ideológicas", y añade que se continúa "hostigando, por diferentes vías
a la disidencia, (…) y a quienes, por cualquier razón, difieren de las
políticas gubernamentales o están en desacuerdo con las figuras que el
Consejo de Estado determinó que encabezaran la dirección del país".
En su relación de males incluye el acoso a negros y mestizos a través
del principio de "asedio al turismo", refiere que "los lebreles del
neo-estalinismo pueden acusar de agentes del imperialismo o
contrarrevolucionario a cualquier ciudadano que intercambie criterios
con un diplomático norteamericano o con un disidente político
respectivamente. Y quien se atreva a recibir un centavo de ayuda de
alguna entidad internacional sospechosa de tener algún vínculo con el
gobierno norteamericano, puede ser acusado de 'traidor y agente de la
CIA' y puede ser sentenciado a varios años de cárcel".
Igualmente, hace referencia a los ataques dirigidos desde la televisión
a "los blogueros independientes, religiosos laicos que critican aspectos
no democráticos del sistema político o cualquiera que visite la embajada
de EE UU", calificando dichos programas como "verdadera fábrica de
adversarios".
Las regulaciones migratorias vigentes son otra diana sobre la que Campos
dispara sus dardos, destacando que "más parecen un lucrativo negocio
para la burocracia y una especie de castigo o multa a los cubanos que
desean viajar por interés personal, que mecanismos para facilitar la
vida a los ciudadanos".
Pero acaso lo más extraordinario no estriba en que las críticas de Pedro
Campos coinciden al calco con las denuncias que han venido haciendo
durante años individuos y sectores de la oposición y del periodismo
independiente, pagando por ello un alto precio. Campos, además, ofrece
una revelación insospechada en un socialista: "el problema de fondo es
sistémico". Y más aún: "Se ha reconocido que el viejo modelo no
funciona, pero en lugar de cambiar todo lo que debe ser cambiado, el
gobierno/partido trata de 'actualizarlo', lo que equivale a mantener
intactas sus bases de sustentación: el estatalismo burocrático, la
concentración en el Estado de la propiedad y las decisiones, trabajo
asalariado, y demás esquemas del neo estalinismo sobre el control de las
libertades individuales y la democracia". Sin dudas, una encomiable
temeridad.
Sin embargo, Campos no puede evitar sucumbir a la manida contradicción
de condenar al modelo, al sistema y al partido/gobierno, y en el mismo
paquete tratar de diluir la responsabilidad de la cúpula en una culpa
colectiva, como si los decisores del país y el resto de los cubanos
estuviésemos al mismo nivel.
Ciertamente, el saldo por la debacle de una nación no puede recaer solo
sobre un pequeño grupo de individuos, hoy apenas un puñado de achacosos
ancianos que aun así controlan el destino de 11 millones de almas. Pero
si la responsabilidad va a ser cooperada, habrá que compartir igualmente
la participación en las enmiendas y en las decisiones, esta vez dándonos
ventajas a los que hemos sido mantenidos por más de medio siglo al
margen a la hora de tomarlas. Porque lo que no debe olvidar Campos es
que el 70% de la población cubana actual nació después de 1959, huérfana
de democracia, y no participó directamente en la construcción de este
Frankestein.
Para Campos los hermanos Castro son los "máximos responsables", pero los
revuelve con otros reos, creando un caldo en el que caen igualmente
"todos los cubanos con alguna cultura política" (solo una ínfima cifra
de la población cubana podría realmente aparecer incluida en esa
categoría), "los que prefirieron irse del país antes que buscarse algún
problema", "los que escogieron los métodos violentos equivocados para
enfrentar los déficit democráticos" (omite piadosamente que los líderes
históricos de la revolución llegaron al poder y secuestraron la nación
precisamente haciendo uso de esos métodos desde julio de 1953 hasta el
presente). Y en una caprichosa parábola, Campos hace aterrizar la mayor
de las culpas sobre… "el imperialismo norteamericano que impuso y
mantiene el bloqueo".
Así, como en las malas películas, en las que el villano que dimos por
muerto aferra en un postrer momento el tobillo de la heroína que intenta
escapar, aparece la pezuña imperialista una vez más para erigirse en el
súmmum del mal. Sin negar la torpeza de las políticas de sucesivas
administraciones estadounidenses, infinidad de veces me he preguntado
qué hubiese sido de la revolución de los Castro sin ese recurso
inagotable: el imperialismo yanqui.
En fin, que el artículo de Campos, pese a sus valores, mantiene el
espíritu de una catarsis donde el autor parece tratar de liberarse de
los demonios de sus propios temores. Es bueno que lo haga, a fin de
cuentas, porque siempre es un primer paso que requiere de una gran dosis
de coraje. Sugiero asumir su ánimo inclusivo como otro paso positivo en
lo que un colega y amigo acuñara como la indispensable "despenalización
de las discrepancias".
Por lo que a mí atañe, agradezco a Pedro Campos la gentileza de
reconocer públicamente el derecho de quienes piensan diferente a él y,
también por mi parte, le ofrezco mi consideración y respeto junto a la
total disposición a mantener el debate.
http://www.ddcuba.com/opinion/6162-sobre-la-teoria-de-la-salvacion-del-socialismo
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