Thursday, June 23, 2011

Diploguapos

Diploguapos
Thursday, June 23, 2011 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) – Aunque no aparece en la lista
de trabajos por cuenta propia que autoriza la ley, el empleo como
escolta personal está de moda ahora en La Habana, y es, sin duda, uno de
los más pujantes y rentables, con cero inversión y apropiado beneficio.

Por más que lo de cero inversión es relativo. Cualquiera que aspire a
ser escolta de uno de nuestros nuevos ricos tendrá que haber invertido
mucho tiempo montándose un talante -y una historia en los mejores casos-
de guapo de barrio. Y tendrá, además, que demostrar dominio sobre las
armas de fuego y sobre artes marciales, técnicas que aquí se aprenden
mediante dos vías por excelencia: las llamadas "tropas especiales" del
régimen y las películas del sábado.

El empleo de escoltas personales por civiles sin vínculos con el régimen
estuvo en desuso en Cuba hasta hace poco tiempo, o sea, durante casi
medio siglo. Únicamente los caciques de más alto rango, junto a algunos
de sus parientes y protegidos, parecían ser merecedores de gastar en
seguridad personal una cuota de la plusvalía obtenida en la explotación
del trabajo del pueblo.

Por cierto, algún día los historiadores (¿o los frenólogos?) tendrán que
analizar el motivo por el cual nuestros caciques apenas utilizaron
negros como escoltas personales en cincuenta años, teniendo este país
una elevada población de negros, y constando como consta tan
notablemente su valentía personal en la historia de nuestras guerras
independentistas del siglo XIX.

Últimamente se observan algunas moscas entre la nata blanca que les
precede, pero la ausencia de negros entre sus huestes de seguridad
personal configuró en decenios anteriores otra de las ambiguas
propensiones de los caciques.

En cambio, entre los escoltas de nuestros actuales nuevos ricos sí
abundan y hasta priman los negros. Y no es que en su actitud no haya
también sustancia para el estudio de los frenólogos, pero al menos
revela una dosis mayor de racionalidad.

La antigua esclavitud de los africanos continúa extendiendo
consecuencias tan abominablemente arrasadoras que en este mismo minuto,
en nuestro hemisferio, no hay un solo descendiente de Europa que pueda
sentirse, en rigor, libre de sus pecados. Pero esa es otra cuestión
mucho más extensa y compleja.

El empleo en La Habana de escoltas, digamos, de nuevo tipo, fue
reintroducido tal vez por algunos famosos directores y cantantes de la
música popular bailable. En su éxito y en los beneficios económicos que
empezaron a recibir por sus presentaciones en el Palacio de la Salsa,
del hotel Riviera, allá por los años noventa, podríamos hallar el
origen. Sin descontar la influencia de las películas del sábado.

Vestir con sobretodos en medio del tórrido verano habanero y rodar
automóviles de marca que ningún particular poseía aquí, aunque hubiesen
salido al mercado 10 años antes, fue algunas de las novedades que
sacaron a la calle aquellos pichones de nuevos ricos. Y como valor
añadido, las escoltas personales.

Pudo haber sido esa la génesis de uno de los fenómenos más pintorescos
que hoy adornan La Habana. Seas un sonero de ranking, o cualquier otro
tipo de hombre de éxito que mueve dinero (da igual si es lícito o no),
no estarás en la onda si no llevas escolta. Algunos les llaman
representantes, ayudantes o sencillamente amigos, por más gracioso que
suene esto de cobrar por ser amigo del jefe, abriéndole el paso y
mediando entre él y los rivales, los fans o la policía.

Por lo general los escoltas habaneros de hoy no son meros matones, sino
más bien mediadores de la energía positiva entre el peligro y sus
patrones. Por eso lo de nuevo tipo. Están ahí, junto al jefe,
representando una advertencia, aún más que una amenaza. Confiados en que
su talante (y a veces su historia) de guapos de barrio, junto a su argot
de presidiarios, sean suficientes para persuadir, que es mucho más
saludable que repeler, sobre todo en nuestras circunstancias.

De tal modo, cuando al fin los burócratas del régimen se animen a sumar
esta actividad a la lista de trabajos por cuenta propia reconocidos por
la ley, quizá el nombre formal que mejor le encaje sería el de
"diploguapos". Guapos de pañuelo, como los chipojos, pero por suerte
mucho más amables que los de gatillo, especialidad que sigue siendo
exclusiva entre la nata blanca que precede a los caciques.

http://www.cubanet.org/articulos/diploguapos/

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