Raúl y la frontera de la eficiencia
By ALEJANDRO ARMENGOL
El resultado más importante, durante estos años en que Fidel Castro ha
estado ausente --públicamente y en las decisiones cotidianas-- del poder
en Cuba, es que el castrismo no ha terminado ni da muestras de debilitarse.
No deja de resultar asombroso que una figura que durante décadas ejerció
el poder de forma tan personal pueda pasar a un aparente segundo plano y
al mismo tiempo no ocurrir nada en la nación en que impuso sus criterios
hasta en los aspectos más triviales.
Caben al menos dos preguntas indispensables: ¿era realmente tan personal
su mandato? y ¿hasta qué punto ha dejado de ejercer un papel guía en
estos años transcurridos en que se ha sabido tan poco de su
padecimiento, de sus posibles recaídas --que sin duda han ocurrido--, y
en que sus subalternos han proseguido con una fidelidad absoluta un
guión que parecía trazado desde mucho tiempo antes, aunque mantenido en
el más absoluto secreto, pese a declaraciones y advertencias conocidas?
Respecto a la primera caben pocas dudas. Fidel Castro determinó por años
desde los sabores de helados hasta las diversas estrategias en la arena
internacional. Fue todopoderoso y omnipresente. Cabe entonces buscar en
la segunda interrogante las claves de esa limitada transición sin
sobresaltos y sumamente controlada.
Lo que hemos presenciado es la conclusión de un estilo de gobierno, sin
que ello implique el final de ese gobierno. Por mucho tiempo se pensó
que era imposible, pero en la práctica está funcionando, aunque no se
pueden descartar sorpresas.
Desde la perspectiva del exilio, a partir del 31 de julio de 2006 --con
la entrega temporal del mando de Fidel Castro-- el proceso ha tendido a
verse con una óptica pendular, cuando la realidad y la historia cubana
tienden al círculo o a la espiral. Se han acumulados discusiones sobre
dos conceptos supuestamente antagónicos: sucesión y transición. La
sucesión es el legado hereditario, el paso de un monarca a otro, el
feudalismo cubano en su mejor representación. La transición tiende a
definirse como todo lo contrario: el paso o el salto de un sistema a
otro. En este sentido, quizá mejor que hablar de transición, sería
apropiado utilizar el concepto de transformación. Cuba entre la estática
(sucesión) y la dinámica (transición).
Sólo que la realidad es mucho más compleja. Hemos estado asistiendo a
una sucesión que es, hasta cierto punto, también una transición. Si la
sucesión ya se ha producido oficialmente con la presidencia de Raúl
Castro, la interrogante que continúa en pie es el alcance de los
cambios, y si realmente éstos van a alcanzar la categoría de cambios
estructurales,una ilusión que ha ido disminuyendo hasta casi
desaparecer. De momento, la mejor definición que puede aventurarse sobre
estos llamados ``cambios estructurales'' es la desaparición del ideal de
igualdad, nunca alcanzado pero siempre esgrimido como razón de ser de la
revolución.
Ahora ya se sabe que quienes gobiernan en la isla no pretenden que todos
los ciudadanos disfruten de los mismos beneficios, ventajas e incluso
privilegios. Ello implica el reconocimiento de una división social y
económica entre los cubanos, que el gobierno ya no tiene miedo en
admitir. Por ahora, la cuestión fundamental es que esta transformación
está resultando lenta en extremo, y no cabe duda que la marcha del
proceso la dictan razones políticas: hacer lo necesario para evitar
cualquier peligro de inestabilidad que pueda llevar a un estallido social.
¿Le interesa al actual mandatario cubano una transición? Sí, en cuanto a
lograr que el socialismo funcione. No, si ello implica una pérdida del
poder o el fin del sistema que se comenzó a implantar el primero de
enero de 1959.
Pero si a Raúl Castro no le interesa una transición política, enfrenta
graves dificultades para lograr una transición económica. Está
interesado en lograr una mayor eficiencia en la economía nacional. Pero
tanto el limitado sector privado como el amplio sector de economía
estatal están en manos de personas que conspiran contra esa eficiencia,
por razones de supervivencia. La fragilidad de un socialismo de mercado
es que su sector privado, si bien en parte está regulado por el mercado,
en igual o mayor medida obedece a un control burocrático. Al mismo
tiempo, ese control burocrático decide, en la mayoría de los casos, a
partir de factores extraeconómicos. Políticos e ideológicos principalmente.
Raúl Castro cuenta con la enorme ventaja de que no hay fuerzas poderosas
conspirando en favor de producir una transición traumática en Cuba. La
isla no es Irak ni Irán, ni tiene (hasta el momento) petróleo y tampoco
representa un peligro para Estados Unidos.
Sin embargo, también el gobernante cubano enfrenta la gran desventaja de
que --a diferencia de la época de Fidel Castro-- no cuenta con fuentes
de financiamiento determinadas por factores extraeconómicos, salvo en el
caso de Venezuela.
Durante el gobierno de Fidel Castro se impuso el criterio de no guiarse
por una mentalidad empresarial, preocupada por el rendimiento y las
ganancias, sino lograr ventajas económicas como resultado de los
objetivos políticos.
Raúl Castro parece ser todo lo contrario: el hombre que quiere que ``las
cosas funcionen''. Sólo que nadie sabe cómo va a lograrlo y la
eficiencia continúa siendo una frontera y no una conquista.
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