Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Un amigo suele recordarme que
la solución de la problemática nacional será a través de escenarios
convulsos. Según su punto de vista, la violencia estará en los primeros
planos de un desenlace que cada vez adquiere mayor visibilidad.
El aumento de los signos negativos en cuanto a la cohesión social a
partir del agotamiento del discurso ideológico del poder, los
escandalosos niveles de corrupción con sus correspondientes efectos
desmoralizadores, y la crisis de la economía para la que no existe un
programa creíble de salvación, son algunos de los fundamentos esgrimidos
por mi colega para justificar sus apreciaciones en torno a un final
apocalíptico del castrismo.
Realmente, apostaría a que no está lejos de una realidad compleja y
abierta a vaticinios desalentadores en cuanto al alcance de un arreglo
racional. La clase gobernante persiste en no salirse de los rieles de la
confrontación y el aislacionismo. A la mano tendida siguen las
dentelladas como respuesta. No existe voluntad de cambiar una estrategia
sustentada en el enemigo externo, coartada para consumar el control
absoluto del país.
En el intento de convertir al país en una especie de referencia en la
geografía del tercer mundo, se han obviado una serie de parámetros
necesarios en una nación sostenible, decente y equilibrada. A la
búsqueda de la eficiencia económica se opone la lealtad a un partido, y
a la crítica no autorizada se le denomina contrarrevolucionaria. Al lado
de la necesaria transparencia institucional se levanta el mismo muro que
facilita el descontrol y las venalidades.
No existe ese proyecto en el cual el pueblo cubano sería el verdadero
protagonista de su historia, como expresan los dueños y empleados de una
tiranía cincuentenaria. No hay dudas de que el país fue secuestrado por
un grupo de guerrilleros que poco a poco armaron un socialismo que nada
tiene en común con las teorías de Marx, Engels, ni tan siquiera de Lenin.
Es una tarea difícil clasificar un sistema sobre el que planean las
fantasmagóricas sombras de José Stalin, Adolfo Hitler y Benito
Mussolini. ¿Qué autenticidad reclama una élite que en su afán de
permanecer en el poder no ha tenido escrúpulos para llevar a cabo tan
desnaturalizado cóctel de doctrinas?
La sociedad de hoy contiene los elementos para llegar a una peligrosa
combustión. Mi amigo augura un fin regido por la anarquía en sus
versiones más azarosas. El tiempo se agota y la nomenclatura no quiere
oír los avisos de la historia que le indica la puerta de salida. ¿Habrá
tiempo para una transición pacífica? La postura de Raúl Castro indica
lo contrario. Hay que prepararse para soportar los peores escenarios.
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