Saturday, February 13, 2010

CARTA ABIERTA AL SR. RAÚL CASTRO RUZ DE ALFREDO FELIPE VALDÉS, HIJO DE LA DAMA DE BLANCO LOYDA VALDÉS GONZÁLEZ Y DEL PRISIONERO DE CONCIENCIA ALFREDO FELIPE FUENTES

CARTA ABIERTA AL SR. RAÚL CASTRO RUZ DE ALFREDO FELIPE VALDÉS, HIJO DE
LA DAMA DE BLANCO LOYDA VALDÉS GONZÁLEZ Y DEL PRISIONERO DE CONCIENCIA
ALFREDO FELIPE FUENTES
2010-02-12.
(www.miscelaneasdecuba.net).-

Artemisa, 28 de enero de 2010

Sr. Raúl Castro Ruz
Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba

No había despertado yo aquella mañana y ya sentía, en pleno sueño, el
tropel calle abajo, los gritos y el eco de las piedras que después supe
impactaban contra una ventana. En esos días estaba por cumplir 7 años y
era 1980.

No voy a contar aquí lo que todo el mundo sabe, incluso mejor que yo,
pues sólo lo viví desde la ventana de mi casa. Sin embargo, no lejos de
la mía, sobre la otra ventana y junto a las piedras, llovían las
ofensas, las bajas amenazas.

Quienes fueron amigos la noche anterior, al otro día llegaban prestos a
herir, a exterminar un pecado: mi vecino había decidido abandonar el
país. Al parecer en un entorno que para sentirse pleno necesitaba un
total reconocimiento, semejante abandono era un crimen, se consumaba una
traición, se elegía otro camino. No sé si entonces se sabía lo que se
estaba haciendo. No sé cuánta conciencia hubo en todo aquello. Mis
amigos y yo cantábamos "pin pon fuera, abajo la gusanera", como si fuera
una canción infantil.

La gente no fue sólo por mero instinto. Hubo allí quien arengó. Se
marchó organizado, se odió organizado y hoy, de cuando en cuando, veo-
casi siempre en deplorable condición y con los ánimos de antaño
perdidos- a los que, entonces dirigentes, encabezaron aquella triste
cruzada.

Ahora la ventana ha cambiado y es la mía, pero el odio es el mismo al
que asistí en aquellos días de mi infancia. Una mañana del último
diciembre me despertó mi madre para contarme que en plena calle de La
Habana fue, no sólo amenazada, sino atacada por lo que usted llama el
pueblo enardecido, pero yo me veo forzado a llamar horda grotesca, ya
que pueblo es otra cosa.

De paso, fue insultada en su condición de mujer casada cosa que, está de
más decir, no viene a propósito con el motivo que la llevaba a marchar
por las calles, ni a ustedes a impedírselo (Y que además bien vale una
acusación por difamación y calumnia) también se le acusó de mercenaria,
primero en la calle y después en el noticiero estelar de la televisión.

Mi madre no estaba sola. A su lado caminaban varias mujeres clamando por
la liberación de sus esposos y sus hijos encarcelados en marzo del 2003
en la conocida Causa de los 75. Que yo sepa, de entonces a la fecha,
estas mujeres no han ofendido ni atacado a nadie con su reclamo. No le
hablo, presidente, de la justicia de ellas, ni de la de usted ni de la
mía. Se trata de una razón anterior y más simple.

Tiene que ver con la manera de defender un criterio y hacerlo valer no
importa cuán poderoso, cruel o miserable sea el enemigo. Se trata de la
decencia y el respeto -que no debilidad- para defender lo que se quiere.
Ninguna causa es buena cuando se defiende con vulgaridad y bajeza. Es
culpable el que ofende la libertad en la persona sagrada de nuestros
adversarios, más si los ofende en nombre de la libertad. Esto dijo
Martí, alguien que entregó más que cualquier otro cubano por la causa de
Cuba. Yo agregaría: quien lo permite o estimula es también culpable.

Lo peor de todo es que muchos de los "héroes" protagonistas del triste
espectáculo eran hombres. De hecho quien empujó a mi madre, quien
posiblemente le destrozó los espejuelos, quien le arrancó la bandera de
las manos y después la tiró al piso para pisotearla fue un hombre. Y en
este punto permítame expresarle mis dudas al respecto porque un acto
como este basta para descalificar al más viril de los caballeros. Para
decirlo claramente es un acto de cobardía.

Creo que para ser revolucionario o reaccionario, religioso o ateo,
primero se ha de ser humano, hombre respetuoso. Capaz de contener la ira
y la grosería por más que la sufra. Semejantes groserías no ofenden en
nada a quien las recibe; desacreditan a quien las profiere.

Estas personas mal educadas decían ser partidarias de la revolución,
decían defenderla. Curiosamente una revolución que ha predicado el amor
ha terminado permitiendo el odio. Lo permitió hace 30 años cuando yo era
un niño y veía, desde mi ventana, las piedras caer sobre mi vecino. Mi
vecino lapidado como en los tiempos de la barbarie.

De mi vecino no he sabido más, según dicen nunca regresó, pero otros que
padecieron agresiones semejantes hoy son recibidos con sumo respeto y
hasta se les sienta a la mesa para conversar. Yo sé que antes de
transcurrir otros 30 años todos los cubanos y cubanas que hoy son
apedreados podrán sentarse a la misma mesa y contribuir a ella en la
misma medida que de ella necesitan. Todavía recuerdo los editoriales de
entonces, para ellos no hay regreso, decían.

Por suerte regresaron. Quien esto le escribe no se ha ido de Cuba y en
ella no se esconde ni lo hará, y siente una profunda tristeza al ver
como el gobierno se hace eco de tales actos presentándolos en la tv de
la manera que cree que le conviene. Yo le pido que permita una réplica
abierta y libre. Yo le pido que publique esta carta en el mismo
periódico que denigró a mi madre y a sus compañeras.

Me pregunto, qué revolución puede acusar a personas de hechos
gravísimos, bien tipificados como delitos y en lugar de recurrir a las
leyes -severas por cierto- que tiene para castigarlos, o lo que es lo
mismo aplicar la forma racional y civilizada, permite y respalda por
televisión un ataque callejero, la forma irracional y primitiva. Aplicar
las leyes y cumplirlas todos, comenzando por el Estado, quien no le
responde a mi padre una solicitud legal, a pesar de que la Constitución
lo obliga a ello. Mi padre lleva esperando años la respuesta que el
Estado le debe por ley.

Escribiendo esta carta me enteré de otros ataques y encarcelamientos a
personas por sólo expresar un criterio. Pero hay algo peor y muy grave:
en estos momentos un hombre lleva casi dos meses privándose
voluntariamente de ingerir alimento. Lo ignoro todo sobre el caso, pero
sé que en el momento que escribo y usted espera sin saberlo mi carta, él
debe estar acercándose peligrosamente a su fin. Cuba no puede permitirlo.

Si vamos a prohibir algo prohibamos que un hombre se nos muera de
hambre, y hagámoslo con la única manera humana: la súplica. Si no es
cuerdo o decente, menos lo será frente al maltrato o la indiferencia.
Por favor, Raúl, escuchemos qué nos tiene que decir este hombre.

Veo en una huelga de hambre, además de un acto de valor, el
reconocimiento de una frustración extrema, algo anda mal entre nosotros.
Orlando Zapata Tamayo es su nombre y según creo se encuentra cautivo en
una prisión de Camagüey. Me costó trabajo terminar de escuchar a su
madre, el llanto casi no la dejaba hablar.

¿Se ha preguntado usted el daño que le causa a la revolución todos esos
actos de odio? Bajo él ha padecido, más que seres humanos, el espíritu
de una colectividad, la esperanza de una nación. Por ese mismo odio
sufrió cárcel un poeta al escribir "Fuera de juego", un libro que hoy
nos da lástima de tan inofensivo.

Por igual motivo fue , atormentado Virgilio Piñera, así mismo se dejo
morir de hambre a Pedro Luis Boitel en una celda de castigo, así se
trasladaron a la fuerza a familias enteras para vivir en lugares
extraños, así se le obligaba a confesar a los religiosos, mediante una
planilla, la condición de su creencia en las escuelas cubanas y por eso
mismo decenas de seres humanos, incluyendo mujeres y niños perecieron en
la bahía de la habana a bordo de un remolcador, es cierto que en la
historia de Cuba hay siglas penosas como el BRAC y el SIM pero también
la historia de Cuba tendrá que cargar con las siglas de la UMAP
igualmente penosas.

Ante esa realidad de qué vale propinar una paliza o encarcelar o
desacreditar a quien lo diga. Si hoy se pide perdón por estos abusos, si
se reconocen con humildad y valentía, es decir con grandeza, se estará
defendiendo nuestra cubanía. Le propongo dejar por escrito un
ofrecimiento público de disculpas a quienes se les deba, si se les debe.
Creo que todos debiéramos firmarlo, desde ambas partes y de todos los
lugares.

Sr presidente, ¿Ha pensado usted en este país como un inmenso teatro
donde casi todos se entregan al fingimiento, donde todos se ven
compelidos a decir "sí" ante un poder cuyas necesidades de consenso y
unanimidad además de ridículas, por lo imposible, son patológicas e
innecesarias?

Pruebe usted un día lo contrario. Dese el lujo de ser impugnado.
Acéptelo. No se pierda el privilegio de saber qué piensa en realidad, en
lo más íntimo, hasta el más indigno y oscuro de los cubanos. Sienta la
humilde curiosidad de verse emplazado y permítalo más allá de que sea
justo o no. Si es justo agradézcalo porque usted saldrá ganando y si no
lo es de seguro se desvanecerá por sí solo.

De cosas así construyen su imagen los seres humanos, de ahí sale el
recuerdo que dejará al final en sus semejantes. Somos un reflejo. Tengo
hijos y no encuentro fuerzas para impedirles que se quejen de mí como
les plazca. No es porque yo sea un hombre bueno, es que me muero por
saber lo que piensan de mí y cómo lo piensan, que a veces es lo peor.

Por ejemplo, ¿sabe usted cuántos cubanos están descontentos con su
salario y van descontentos a cualquier marcha del pueblo combatiente?
¿Sabe usted cuántos cubanos quieren viajar libremente o cuántos quieren
tener acceso a Internet? ¿Sabe usted que muchos de nuestros hospitales
se encuentran en pésimas condiciones, que en ellos los pacientes esperan
largas colas, a veces de toda una mañana porque no tenemos suficientes
médicos?

Peor aún, los servicios de urgencias son precarios en múltiples lugares,
no hay suficientes ambulancias y las personas deben ir al hospital por
sus propios medios en condiciones lamentables. Y qué decir de los
médicos. Viven con menos de veinte dólares por mes cuando en Cuba no se
vive con menos de cinco al día y para colmo trabajan en pésimas condiciones.

La educación. ¿Cree usted que los cubanos están contentos con las
escuelas al campo? ¿Sabe usted cuántos cubanos odiaron que sus hijos
fueran llevados al campo en todos estos años? ¿Sabe usted que se ha
llegado a amenazar con manchar el expediente de un alumno si no marcha a
las labores agrícolas? Exigir y criticar no significa destruir eso es
también algo natural. Puro aire.

Muchos están cautivos por señalar problemas que ahora usted denuncia con
palabras más fuertes. Hace algún tiempo uno de los represores del
quinquenio gris compareció en TV y la polémica provocada, y en la que se
vieron involucrados los intelectuales más importantes de nuestro país,
no fue motivo del más mínimo comentario en los medios de prensa, y se
trata de un asunto de capital importancia en la historia de los últimos
cincuenta años.

Recuerdo ahora el dólar. Cuando todavía algunos guardaban prisión por
tener el sucio y cochino dólar, como se le llamaba, el dólar comenzaba a
ser despenalizado con tremenda naturalidad, o sea como el aire. Es que
el aire no se puede penalizar al menos no por mucho tiempo y le aseguro:
los cubanos ni siquiera hemos respirado demasiado.

Trato de decirle que tenemos algo inevitable en común, somos cubanos y
le aseguro en la misma proporción. No es un orgullo, es un destino y por
eso un orgullo ¿Ud. imagina al Padre de la Edad de Oro, al Mártir de Dos
Ríos, quien tuvo el privilegio de morir sin haber herido a nadie, al
hombre que en lo más cruento de la vida no dejó de cuidar a la Mujer, al
Héroe Nacional suyo y mío- por tanto modelo y patrón- golpeando a una
mujer o a un hombre en plena calle amparado en un poder frente al cual
el individuo es un átomo, aunque sea un átomo de traición? No hay perdón
para los actos de odio. El puñal que se clava en nombre de la libertad,
se clava en el pecho de la libertad, dijo Martí.

Le pido pues, que prohíba agresiones como las que aquí le he narrado. En
sus manos está que la Historia de Cuba no tenga que guardar en su
memoria un acto más de villanía. Eso sí empaña a Cuba. Castígueme a mí
si le da placer, pero castigue el odio, la represión y la violencia por
deber, ante todo con usted mismo. Permita y pida que aquel que disienta
lo diga como le plazca y sobre lo que le plazca mientras no ultraje ni
agreda. Si un cubano se nos marcha herido y humillado cómo vamos a
esperar que nos devuelva afecto. Esa no es una buena manera de defender
la revolución.

Por último me limito a decirle que si llega ese momento de liberación y
de él derivan consecuencias violentas para alguien y destructivas para
la paz de Cuba puede contarme entre los suyos para impedirlo.

Alfredo Felipe Valdés, hijo de Loyda Valdés González, Dama de Blanco

CARTA ABIERTA AL SR. RAÚL CASTRO RUZ DE ALFREDO FELIPE VALDÉS, HIJO DE
LA DAMA DE BLANCO LOYDA VALDÉS GONZÁLEZ Y DEL PRISIONERO DE CONCIENCIA
ALFREDO FELIPE FUENTES - Misceláneas de Cuba (13 February 2010)
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=25667

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