José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Todo el efecto cómico,
burlesco, pero sobrecogedor a la vez, que se desprende de esas sátiras
antimilitaristas, como la famosas comedias de Chaplin, Armas al hombro y
El gran dictador, puede ser percibido de un tirón en La Habana, mediante
una circunstancia real que se repite varias veces al día.
Ellos le llaman el arqueo. Y es una operación de comandos policiales,
destinada a la recolección del dinero que diariamente facturan las casas
de cambio de moneda -las denominadas CADECA-, así como el resto de los
establecimientos que aquí se dedican al comercio en pesos convertibles
(cuc).
Ejercicio de la esperpéntica donde los haya, durante los arqueos.
Guardias pertrechados con armas largas, y en zafarrancho, descienden del
vehículo para ocupar posiciones en el entorno del establecimiento donde
tendrá lugar la recaudación.
En el tiempo que dura (puede ser media hora, o más, según los niveles de
factura en cada caso), ningún peatón puede acercarse al establecimiento,
ni siquiera es posible pasar por la acera de enfrente. Los guardias
armados lo impiden.
Mucho menos permitido es acercarse al vehículo que transporta las
recolecciones, en cuya parte trasera permanece herméticamente encerrado
un hombre que es el único con acceso directo a los depósitos del dinero,
y que no tiene roce ni con los propios guardias.
En el arqueo sólo pueden estar presentes el funcionario policial
encargado de la recogida y la persona que hace la liquidación.
Entretanto, los demás empleados deben abandonar su puesto de trabajo y
esperar fuera de la oficina.
Sea en las CADECA o en cualquier otro establecimiento, los servicios
quedan totalmente interrumpidos. Mientras, el público debe esperar
pacientemente, a una distancia prudencial, haciendo cola bajo la
vigilancia de un guardia armado.
Nos demuele la rabiosa impotencia al verlos aparecer, siempre en el
momento menos oportuno. Y es muy manifiesto el modo en que la gente
respira, aliviada (como si les hubieran estado apretando el gaznate),
cuando al fin ve partir aquel vehículo llevando su carga de amenaza
entre las cajas presumiblemente repletas de cuc.
Cada escena remite a la de esas películas en las que los ejércitos
invasores requisan el botín de guerra.
Resulta gracioso imaginar cuántas tropas serían necesarias y cómo se
vería el espectáculo si este método fuera utilizado para la recogida de
ganancias en todos los establecimientos comerciales de grandes ciudades
como Tokio, New York o Ciudad de México. Al mismo tiempo ocasiona
escalofríos la simple suposición de que a un loco se le ocurra lanzarse
al atraco durante uno de nuestros arqueos. Habría que recoger a los
muertos con palas mecánicas.
Quien haya sido testigo de uno solo de estos despliegues en zafarrancho
de combate, que común y cotidianamente se dan por cientos en La Habana,
contra objetivos inermes e inocentes, podrá tener una comprensión más
cabal del espíritu agresivo, violador, avasallador, que anima a los
sistemas totalitarios y militaristas. Podrá apreciar en su yema la
naturaleza del ridículo. Y además, tal vez pueda entender las razones de
nuestro miedo paralizante y enfermizo.
Cuba: Botín de guerra (2 September 2009)
http://www.cubanet.org/CNews/y09/Sept09/02_C_3.html
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