La revolución que viene
By ARIEL HIDALGO
Justamente hace 15 años, durante un programa radial en Miami, me
preguntaron si creía que podía producirse en Cuba una explosión social y
que la gente se lanzara a las calles. Era fines de julio del 94, los
tiempos difíciles del llamado período especial. Contesté que no lo creía
probable y agregué, medio en broma medio en serio, que a la única calle
a la que la gente podía tirarse era la del Malecón para intentar escapar
en masa del país por vía marítima. Una semana después, el 5 de agosto,
estalló la protesta multitudinaria del maleconazo, de gente que había
acudido allí por falsos rumores de que las autoridades permitirían a la
gente embarcarse en masa como ya había ocurrido cuando el Mariel y
cuando Camarioca.
El problema migratorio, y en particular el éxodo masivo, ha sido siempre
un tema de intereses encontrados para el régimen cubano. Lo necesita
como válvula de escape de todas las fuerzas explosivas internas, pero al
hacerlo entra en un campo muy riesgoso de desestabilización social. Por
eso acompaña siempre estos procesos con un alto grado de actividad
represiva. A mi juicio estamos ahora, precisamente, en un momento en que
esas fuerzas explosivas se encuentran nuevamente en su más alta expresión.
El peligro está presente hoy más que nunca. Si el creador de una
dinastía, al borde de la muerte, abdica y el sucesor promete soluciones
que luego se estancan porque el monarca sobreviviente ejerce tras el
trono su influjo paralizante, las expectativas se convierten en un
peligro potencial. Si a ello se une el inicio de un período de mayores
penurias para el pueblo, si el recurso de culpar al enemigo exterior
comienza a perder credibilidad --hasta el punto de que el propio sucesor
reconoce públicamente que el embargo no es el verdadero responsable de
la escasez de alimentos-- y en las calles gran número de aquellos que
hasta ahora han sido el sostén del poder, como supuesta encarnación de
los ideales del pueblo, comienzan a exigir el cumplimiento de promesas
burladas es preciso advertir, en estos calurosos días de verano, que el
trono descansa sobre un polvorín.
Sin embargo, ni los disidentes en la marginalidad social ni los
inconformes socialistas participativos aún integrados al sector legal u
oficial son partidarios de una solución violenta. Los disidentes, sin
ser monolíticos en sus proyecciones ideológicas como pretende hacer ver
la propaganda gubernamental, coinciden en la estrategia pacífica, ya sea
por considerarla como la única vía actualmente posible o porque están
convencidos de que sólo esa vía puede garantizar a la larga el triunfo
definitivo de las libertades; los socialistas participativos, en su
mayoría, porque aún creen que la revolución se estancó por
impostergables políticas de defensa ante las amenazas del enemigo
externo, pero que es posible, en la marcha, corregir el rumbo, como la
convocatoria de un congreso nacional donde estén representadas todas las
corrientes de pensamiento, propuesta que ha recibido muy buena acogida
entre ellos. Además, ninguno de los dos sectores está en condiciones de
poder determinar reacciones explosivas en la población, sino que sus
influjos alcanzan otros ámbitos, el primero sobre la opinión pública
internacional y el segundo sobre el sector oficial que rodea a la cúpula
gubernamental.
Quien tiene ese real influjo sobre la población es justamente esa
cúpula, el propio poder, y no sólo por contar con todos los medios
masivos de comunicación, sino porque sus leyes y decretos la afectan
directamente. Pero hasta ahora las medidas para atajar el descontento,
principalmente el reparto de tierras en usufructo, son mucho menos que
insuficientes, sobre todo en una población incrédula que no se siente
segura cultivando una tierra ajena de la cual nunca sabe cuándo va a ser
despojada.
No se trata ya simplemente de corregir el rumbo, sino de dar un timonazo
tan radical como fue el proceso inicial que transformó la gran propiedad
privada en estatal. No se trataría ya de centralizar, sino de
descentralizar. No se trataría de estatizar, sino de desestatizar, no ya
a favor de intereses de grupos minoritarios, sino de las grandes
mayorías. Y como nadie está interesado en una revolución violenta, el
cambio apuntaría a producirse, más bien, como una revolución de seda. La
reconciliación nacional está siendo apoyada, tanto dentro como fuera del
país, por amplios sectores que podrían ser puntales de ese proceso de
cambios. En la película cubana La anunciación, de Enrique Pineda Barnet,
el abuelo, Octavio, deja escrito en su herencia a sus descendientes:
``Amense por encima de las diferencias, que no hay mejor amparo que
nosotros mismos.''
Del poder, por tanto, dependerá que en el camino no se produzcan
disturbios desestabilizadores. De lo contrario el propio trono puede
resquebrajarse. Para decirlo en términos martianos de cuando el maestro
vaticinó la revolución rusa: ``Si la monarquía no hace una revolución,
la revolución deshará la monarquía.''
ARIEL HIDALGO: La revolución que viene - Opinión - El Nuevo Herald (3
August 2009)
http://www.elnuevoherald.com/opinion/v-fullstory/story/510637.html
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