Fidel y Raúl o la herencia imposible
By CARLOS ALBERTO MONTANER
Fidel cumplió 83 años hace unos días. Su hermano Raúl sólo tiene 78. Es
el benjamín alegre y juguetón de la familia. Hasta canta en chino. Fidel
conmemoró su cumpleaños con un breve escrito en el que recordó que la
función del revolucionario era defender causas justas. Raúl celebró el
suyo, hace unos meses, explicando que no hay comida, gasolina o
materiales para reparar las casas destruidas. Raúl afirmó que el país
está en medio de una gravísima crisis. Los cubanos, dice, no trabajan lo
suficiente. No producen. No cuidan el entorno. Malgastan los escasos
recursos de que disponen. Raúl se propone disciplinarlos con su puño de
hierro cuartelero. Más disidentes a la cárcel. Más funcionarios
corruptos o flojos a sus casas. Más militares al control de las empresas
públicas.
Para Fidel, gobernar es defender causas justas. Las narcoguerrillas
colombianas, por ejemplo, o las heroicas guerras africanas, esos quince
años de batalla en los que murieron miles de cubanos en Angola y Etiopía
tratando de implantar el socialismo del siglo XX hasta que les cayó el
Muro de Berlín en la cabeza. Para Raúl, en cambio, gobernar es conseguir
que los cubanos puedan tomarse un vaso de leche, aunque tenga que
fusilar al amanecer a medio país y colocar un sigiloso policía cada
cincuenta metros.
La diferencia entre uno y otro la explicó hace un siglo el sociólogo
alemán Max Weber. Fidel encarna la quintaesencia del poder carismático.
Es un héroe, un arrebatado profeta, una persona excepcional cuya
ilimitada autoridad descansa en su carácter suprahumano. A Fidel se le
teme y se le obedece aunque nos conduzca al sacrificio. El mesianismo es
eso: alguien elegido por los dioses para guiarnos a palos hacia el
paraíso. Los apóstoles no tienen que rendir cuenta de sus actos porque
no están sometidos a la ordinariez de la ley ni sujetos a la cadena del
pedestre sentido común.
El poder de Raúl es racional. Sueña con institucionalizar el gobierno y
revitalizar al desmoralizado Partido Comunista para poder transmitir la
autoridad ordenada y disciplinadamente. Su objetivo, en el quinquenio de
vida útil que le queda (de formación muy soviética, Raúl todo lo mide en
quinquenios) es, primero, mantener el poder, y, segundo, lograr ese
maldito y esquivo vaso de leche que no hay manera de extraerles a las
mezquinas vacas socialistas. Ya ha dicho que él no fue elegido para
enterrar al sistema, sino para salvarlo. Pero ahí existe una
contradicción que descubrió Gorbachov en la década de los ochenta: el
comunismo no es reformable. No hay manera de salvarlo y hacerlo eficaz.
Hay elementos contradictorios en el comportamiento de Raúl. Hace muchos
años que sabe que el colectivismo no funciona. Cuando Gorbachov publicó
su libro Perestroika, Raúl le pidió a su mejor asistente personal en las
Fuerzas Armadas, el oficial Jesús Renzolí, experto en la cultura y los
entresijos rusos del poder, que lo tradujera y lo repartiera entre los
mandos militares. Renzolí lo hizo, pero Fidel mandó recoger la edición
rápidamente. La perestroika (la reforma) y el glasnost (la libertad para
la crítica) eran inventos de la CIA. Raúl obedeció sin chistar, como
siempre ha hecho. Al poder carismático no se le discute.
n algún momento Raúl va a comprender que no sólo el socialismo es
irreformable: tampoco es posible heredar el poder carismático y
transformarlo en poder racional. En Cuba ya no hay marxistas-leninistas
que se traguen el cuento ideológico. Por eso ni siquiera puede organizar
el Congreso del Partido Comunista. Ha tenido que aplazarlo sine die.
Medio siglo de fracasos es una lección demasiado intensa y prolongada
como para poder ignorarla. Raúl y su entorno saben que las jóvenes
generaciones de cubanos perciben a la cúpula dirigente como una tribu
distante, extraña y enemiga, de la que es conveniente huir a bordo de
cualquier cosa capaz de flotar. ``Eso'', sencillamente no tiene arreglo.
Es verdad que Fidel no lo designó como heredero para enterrar el sistema
sino para mantenerlo, pero se trataba de una misión imposible. El poder
carismático puede ejercerse contra la realidad. Fidel consigue caminar
sobre las aguas. Raúl se hunde. El poder racional está condenado a
obedecer a la realidad. Raúl debería leer a Max Weber. Nunca se es muy
viejo para aprender cuatro dolorosas verdades.
CARLOS ALBERTO MONTANER: Fidel y Raúl o la herencia imposible - Opinión
- El Nuevo Herald (16 August 2009)
http://www.elnuevoherald.com/opinion/story/520367.html
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