Luis Cino
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Uno de mis vecinos, ya no tan
fidelista, que conversa conmigo cuando nadie nos ve, no sale de su
asombro porque al leer una carta de José Martí a Tomás Estrada Palma,
descubrió que lo llamaba "querido hermano".
Mi vecino no sabía que Estrada Palma, de cuya estatua de la Avenida de
los Presidentes, tan arrancada como el águila del Maine, sólo quedan los
zapatones de bronce agarrados al pedestal, era hombre de toda la
confianza de Martí y fue quien lo sustituyó al frente del Partido
Revolucionario Cubano. Para mi vecino, el primer presidente de "la
república mediatizada" fue "un anexionista que impusieron las bayonetas
de los yanquis".
Le expliqué que Don Tomás se creyó (tal vez por su honradez excepcional
en el manejo de los fondos públicos, o aconsejado por los guatacas que
siempre hubo) imprescindible, y quiso reelegirse, lo que provocó un
alzamiento. Antes que negociar con los alzados, prefirió solicitar la
intervención norteamericana.
Pero eso no es ser anexionista precisamente, sino en todo caso,
plattista. Tan plattista como los que durante décadas han esperado que
los marines acaben con el castrismo, los partidarios a ultranza del
embargo-bloqueo, los que apuestan por Obama (como si tuviera una varita
mágica) y los gobernantes actuales, que están dispuestos a conversar "de
todo" con el gobierno norteamericano, pero se niegan a hablar de
libertades políticas y derechos humanos con su pueblo.
El plattismo existió en Cuba desde que se desinfló el anexionismo de los
terratenientes anti abolicionistas cubanos con la derrota del sur
confederado en la Guerra Civil Americana, muchos años antes de la
Enmienda Platt, y sobrevivió (aún sobrevive) a su derogación. Ante la
insistencia del vecino en que "los Estados Unidos siempre quisieron
apoderarse de Cuba", le recordé que en 1898 podían haberse quedado con
Cuba, como se quedaron con Puerto Rico y Filipinas hasta mediados del
siglo XX. Era lo normal en aquellos tiempos de guerras imperialistas.
No sé si lo convencí. Al menos me dijo que iba a leer más y profundizar
en la historia de Cuba. A muchos les hace falta, no sólo a los nublados
por el adoctrinamiento oficial. Están aquellos que limitan los 56 años
de la era republicana a la chambelona, el tiempo muerto, el plan de
machete, Machado y Batista .También los que idealizan un tiempo en que
la comida valía centavos, todos vestían dril 100, usaban zapatos de dos
tonos y las victrolas tocaban boleros y guarachas en cada esquina. De
ambas visiones hubo, y mucho más. No todo fue tan malo ni tan bueno. Por
el justo medio debió estar la República, cuya proclamación cumplió 107
años el 20 de mayo.
Hoy, Cuba es una república porque así lo dicen los dos primeros
artículos de la Constitución de 1976. Sólo por eso. Por todo lo demás,
dista del concepto que la mayoría de los estados democráticos tienen del
término "república".
Conocer la historia es el único modo de no trocar el camino e incurrir
en los mismos errores. Sería muy saludable que algún día podamos
abandonar la manía nacional de cifrar esperanzas y culpas en los
gobiernos norteamericanos o en caudillos mesiánicos al estilo de Fidel
Castro.
Recientemente me causó dudas leer que tras recibir un maletín lleno de
dólares de manos de un general norteamericano desembarcado del acorazado
Missouri, el caudillo liberal José Miguel Gómez dio por terminado su
alzamiento contra el gobierno de Mario García Menocal. Según el colega,
como constancia hay una filmación en que El Tiburón dice a sus huestes:
"¡Caballeros, esto se acabó!". Linda anécdota, otra más sobre "la
república mediatizada por el imperialismo yanqui". Sólo que cuando debió
ocurrir el hecho, en la segunda década del pasado siglo, el cine era
mudo. O como lo definió la poetisa Fina García en su poema Cine mudo:
No es que le falta
el sonido,
es que tiene
el silencio.
Cuba: La República justo al medio (26 May 2009)
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