La deconstrucción de Castro
ALEJANDRO ARMENGOL
Fidel Castro se está deconstruyendo él mismo.
Una figura legendaria poco a poco se despoja del mito, un eterno
guerrillero se torna en un abuelo que aconseja, un político hábil se
desvía en ocasiones de su discurso, dicta o escribe algunas frases medio
incoherentes y deja a quienes aún lo leen con el desencanto de haber
sido partícipes de un ejercicio pueril.
Pero cuidado, nada de lo que hace esta figura --que por tantos años
provocó recelos, esperanzas y odios-- es espontáneo o gratuito. Ni
siquiera ahora, cuando asistimos a su ocaso.
Somos cómplices de esa salida de escena de Fidel Castro, que aún puede
prolongarse por largo tiempo o interrumpirse en algún momento. El lo
sabe y ya tomó una decisión al respecto. Entre el poder y la vida
decidió por la última.
Se empeña en resistir, al precio de sacrificarlo todo o casi todo. Una
vez más, ha vuelto a sus orígenes. El revolucionario cubano que desde
temprano se identificó con Alejandro Magno, un personaje entre la
historia y el mito, al que persiguió con un nombre repetido en
documentos e hijos, no es más que eso: un hombre aferrado a la vida. Lo
demás es un nombre, apenas un ideal, pero jamás un modelo.
Morir joven nunca entró en sus planes. Abandonar el poder tampoco. Pero
sabe adaptarse a cualquier circunstancia.
La vida, pese a las vejaciones de la enfermedad, la humillación de la
edad y los desengaños del cuerpo vale aún la pena. Sólo es necesario
acomodarse a la situación, adaptarse a los tiempos, salvar lo que se pueda.
Lo que vale la pena conservar se resume en aspectos muy concretos. En
primer lugar, la continuidad de un proceso. Contribuir a esa continuidad
es su tarea principal en estos momentos. Para demostrar que está vivo,
el pasado año bastaron algunas fotografías y un buen número de escritos
de valor diverso.
Los cubanos saben que está ahí, aunque ya nadie tenga la esperanza de
volverlo a ver aparecer en público. Pero esa presencia --en textos que
aparecen ocasionalmente, en carteles y fotografías que continúan
invadiendo el paisaje de la isla y en las referencias constantes de su
hermano, que ahora administra la nación-- es necesaria para que todo
siga igual o para que lo que cambie no afecte la permanencia del mandato
de quienes llegaron al poder hace ya 50 años.
Un mandato que ya puede prescindir de un Fidel Castro que se inmiscuya
en todos los aspectos de la vida cotidiana de quienes viven en la isla,
pero que aún no puede renunciar a su presencia.
Desde que se conoció la enfermedad que lo obligó a alejarse de la escena
pública, Fidel Castro no ha estado ausente ni un momento de un proceso
simbólico, de una repetición de las mismas imágenes que se explotaron
hasta la saciedad durante decenas y decenas de años. Pero ahora, las
fotos de entonces ya no cumplen el mismo papel: intentan ir más allá del
pasado y el presente, para alcanzar una permanencia que desafía al
futuro. En las palabras y las acciones se ha aceptado lo inevitable del
paso del tiempo: de guerrillero a viejo sabio, de estadista a consejero,
de lo invulnerable a lo frágil. En las imágenes se desafía lo
transitorio: eterno, indestructible, sólido. Sobre todo, no dar pie a la
posibilidad de una derrota.
En esa batalla, no de ideas sino de imágenes, La Habana siempre le ha
ganado la partida a Miami. Reconocerlo no es demostrar fervor por el
estado de la isla, tampoco una muestra de simpatía. Es simplemente decir
la verdad.
Jugar a la carta del pasado ha definido por muchos años la única
estrategia visible del exilio. Desde ese punto de vista, se entiende la
incapacidad para entender lo que ocurre en Cuba. El célebre slogan ''No
Castro, no problem'' ha resultado ser mucho más que una calcomanía
llamativa para colocar en el maletero del automóvil. Resume una forma de
pensar caduca, un círculo vicioso.
Contrario a las apariencias, desde una perspectiva completamente opuesta
al pensamiento chato de muchos aquí en Miami, el análisis del
estancamiento actual de la situación en la isla debe partir de encontrar
los verdaderos vectores de freno a la evolución del proceso cubano: Raúl
Castro es uno de ellos. No sólo es Fidel quien frena a su hermano menor,
el que ha impedido el avance de reformas y cambios. Es también el
general de ejército el que aún no se siente seguro en la guayabera de la
presidencia. Y la explicación es bien sencilla: falta de imaginación. La
clásica distinción entre el creador y el traductor. Donde uno no se
detiene, el otro duda. Esa carencia de imaginación de Raúl Castro, y esa
falta de osadía, características escondidas bajo una apariencia de
hombre práctico y administrador eficiente, son las que se han puesto de
manifiesto durante el año recién concluido, de una forma que ya debe
resultar alarmante para el círculo cerrado del poder central en la isla,
que por otra parte se encuentra incapacitado --o es igualmente
pusilánime, para emplear un lenguaje más fuerte-- a la hora de tomar la
iniciativa.
Del discurso monótono, pronunciado por el actual mandatario durante la
clausura del acto de celebración por el 50 aniversario de la revolución,
sólo se destaca un aspecto. Raúl retoma la advertencia de Fidel Castro,
de que el proceso puede ser destruido por quienes lo dirigen. Pero ahora
no sólo hay desconfianza sino también alarma. Y esta alarma tiene
nombre: Barack Obama.
La cuestión clave que enfrenta La Habana este año es la posibilidad de
una negociación con Washington. Y en este proceso Fidel Castro será el
protagonista indiscutible. Paradoja que en el ocaso de su vida tenga que
enfrentar un problema de tal envergadura. ¿Con cuánto tiempo cree él
contar para lograr sus objetivos? Ya debe haber decidido si lo hace a
partir de una crisis o de un proceso paulatino. Y todo apunta a que tras
un tanteo inicial vendrá una crisis, si Washington no se apresura en una
respuesta.
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