Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Cuando mañana Barack Obama
asuma la presidencia de los Estados Unidos, se abrirá una brecha de
cambios en aquel país, lo cual repercutirá en otras naciones. Hasta José
Luis Rodríguez Zapatero, jefe del gobierno español, ha elogiado las
expectativas creadas por el joven mandatario, a quien considera como el
triunfo de la ilusión, aunque la textura de los sueños suele ser frágil
y ambigua.
Quizás Obama realice cambios profundos en el ciclo político y social de
la compleja sociedad norteamericana, cuya democracia reactiva su vigor
y deja a un lado los parches para ver las costuras rotas en las guerras
contra el terrorismo.
Obama pondrá a prueba la capacidad de la política para producir nuevos
comienzos y reestrenar esperanzas de paz y prosperidad en medio de la
crisis financiera y económica que sacude al mundo. Hay muchas
expectativas sobre el nuevo presidente, que representa la integración
de esa diversidad humana y política que desde los Estados Unidos irradia
hacia Latinoamérica, Asia, África y Europa.
El líder norteamericano apuesta por la ampliación de los derechos y
libertades en su país, por la creación de empleos, la mejoría de los
servicios sanitarios y la estabilidad de la clase media. Su agenda
social suena bien dentro y fuera de los Estados Unidos, pero su carisma
provoca recelos en los escleróticos gobernantes de Cuba, quienes vuelven
a esgrimir la jerigonza de los principios y sacan del baúl de la guerra
fría las más delirantes consignas contra su enemigo simbólico.
Cabe preguntar: ¿Qué podrá hacer Obama frente al totalitarismo y la
violencia? ¿Contribuirá a la apertura democrática en Cuba? ¿Reforzará el
poder de los Castro mediante el diálogo sin compromisos?
Antes de que naciera Obama los hermanos Castro timoneaban la isla a
contracorriente y utilizaban los ropajes del cinismo político. Jugaron
la estrategia del engaño, la denuncia y el victimismo. La aplicación del
embargo les vino como anillo al dedo para sujetarse al poder, aplastar a
la oposición, denigrar a los Estados Unidos y aprovechar las
circunstancias internacionales para exportar la revolución, ganar
legitimidad y ejercer un protagonismo mediático que enmascara a la
dictadura y denigra al país.
El régimen cubano retoca las máscaras de la experiencia, el pragmatismo
y la prudencia, pero el arsenal del cinismo político no lo salva del
fracaso. Hoy, como antes, rehúye los cambios y muestra la misma
indiferencia ante los problemas reales de la nación. Ni Cuba es el
centro de América ni los Castro son ganadores. Las luces de la ilusión y
la esperanza están en el norte, donde más de un millón de cubanos
esperan por el desbloqueo interno.
Los cambios, como la cultura, suelen ser contagiosos. Estados Unidos es
un paradigma para los cubanos a pesar de los discursos anticuados y de
las señales de humo enviadas por nuestros obsesivos mandarines, cuya
verborrea no engaña ni a los niños que gritan consignas en los matutinos
escolares.
En la isla gravita la incertidumbre aunque hay cambios en el horizonte.
No bastará el vigor de la democracia norteamericana para iluminar el
túnel del castrismo, pero las máscaras empleadas hasta ahora tocan fondo
ante el discurso renovador de Barack Obama.
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