Los cubanos y las Navidades
La yuca al precio de la carne de puerco, la carne de puerco al precio
del oro y la nostalgia por el cable que ofrece la patria.
Enrisco , Nueva Jersey | 25/12/2008
Los cubanos siempre han tenido problemas con la Navidad, ese producto
extranjero. A los taínos, por ejemplo, nunca se les ocurrió celebrarle
el cumpleaños a un judío, que fue crucificado por decir que era el Hijo
de Dios. Los taínos, indígenas agricultores, preferían consumir dioses
locales como Taicaraya (la diosa de la Luna) o Armalabuya (el dios de la
música y la fiesta), en vez de dedicarle tiempo a un supuesto dios que
nunca había visto de cerca una yuca. ("Una cosa es multiplicar los panes
y los peces —diría el cacique— y otra muy distinta el casabe y las
biajacas").
Por eso no fue hasta 1511, con el desembarco de Diego Velázquez, que en
Cuba se empezó a cantarle happy birthday a Nuestro Señor. Es lógico
pensar que los españoles —ocupados en fundar villas y quemar al indígena
Hatuey— tuvieran que conformarse, en aquella primera Nochebuena, con un
banquete de yuca y jutía; o sea, exactamente el mismo menú con que en mi
casa celebramos la Nochebuena de 1992, en pleno Período Especial.
Y mi experiencia de aquella Nochebuena del 92, me dice que la
celebración de esa práctica foránea —me refiero a la Navidad, no a
quemar indígenas— no se hubiera mantenido en la Isla desde 1511 hasta
1968, de no haber sido por la sustitución de la jutía por el lechón
asado y el añadido posterior de Hatuey, ya convertido en cerveza
(fracasado el intento de convertirlo al cristianismo, esta conversión
funcionó mucho mejor).
Tal práctica extranjerizante fue desterrada oficialmente del calendario
nacional cuando los cubanos decidieron que era preferible pasar el 24 de
diciembre de 1969 cortando caña, para producir diez millones de
toneladas de azúcar, que sentados en familia tragando marejadas de carne
de puerco, arroz moro, yuca con mojo y turrones. Cuando las navidades
regresaron en 1998, de la mano de un Papa polaco, ya eran totalmente
irreconocibles, con la yuca al precio de la carne de puerco, la carne de
puerco a precio de oro y, los turrones, tan elusivos como los indios en
las montañas de Baracoa ante el avance de Diego Velázquez.
Por eso, cuando los cubanos querían celebrar la Nochebuena como Dios
manda (me refiero al dios Armalabuya), simplemente emigraban al
extranjero, aunque no siempre fuera fácil conseguir yuca en Estocolmo o
un arbolito de Navidad en el Sahara.
Duro será este año, cuando al bajarse de una balsa, un compatriota,
deseoso de llegar a tierras de libertades y de arbolitos de Navidad —con
más luces que todo Pyongyang—, descubra que, debido a la crisis, su
familia en Miami lo único que puede ofrecerle como banquete de
Nochebuena es parte del cable que se está comiendo.
Y entonces se pondrá nostálgico —porque no hay lujo más fácil de
adquirir que la nostalgia— y recordará el cable que se estaba comiendo
en Cuba; porque —dirá suspirando— no hay cables mejores que los que
ofrece la patria.
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/los-cubanos-y-las-navidades-141798
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