Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Mi hermano en la fe católica y
además compañero de sueños de un futuro democrático para Cuba,
catalogaba de absurdas y necias las medidas represivas adoptadas por el
régimen cubano contra una decena de pacíficas mujeres del grupo Damas de
Blanco, el pasado lunes 21 de abril.
Además, mi buen amigo tildaba de ilógicas e innecesarias las acciones
gubernamentales que, por demás, difundían por el mundo la vocación
represiva del gobierno. Eso de usar la fuerza contra unas pacíficas
mujeres que clamaban por la excarcelación de sus esposos era un acto,
cuando menos, vergonzoso.
Con muy buen tino razonaba que para el gobierno hubiera sido mucho más
fácil y conveniente ignorarlas. Que tal actitud hubiese impedido el
escándalo suscitado a nivel mundial.
Pero la lógica totalitaria es muy propia y generalmente se aparta,
niega y contradice a la lógica natural o espontánea.
El totalitarismo, al carecer de los atributos y requisitos
universalmente reconocidos a la democracia: elecciones libres,
pluralismo partidista y sociedad de derecho, entre otros, tiene como
coartada o excusa la falsa unanimidad.
Un supuesto consenso general le exime de consultar al pueblo en
elecciones multipartidistas y de reconocerle ciertos derechos políticos
y sociales que son la médula del modo de vida democrático.
¿Qué sentido tiene la existencia de un partido ajeno al del gobierno, si
el único existente, el oficial, concita el apoyo absoluto de todos los
miembros de la sociedad? Y así, sucesivamente, la unanimidad sirve de
excusa para legitimar los atropellos y violaciones por parte del poder
político.
Por tal motivo, la oposición, la malquerencia o la simple animosidad
hacia el gobierno, no puede existir ni siquiera representada por una
minoría de la población pues esa minoría, en una democracia, es
depositaria de derechos inalienables.
La única justificación a la luz de la lógica totalitaria que tiene la
existencia de una oposición, es la de estar formada por tres o cuatro
locos y trasnochados. Y aún mejor, por tres o cuatro mercenarios pagados
por el imperialismo yanqui. Con tales pretextos se disculpa la represión
como legítima defensa frente a un enemigo muy poderoso y se justifica la
violación, por el estado totalitario, de los derechos más elementales
inherentes a las sociedades libres.
Pero, claro está, en el fondo de todo este bagaje especulativo, cuyo
íntimo propósito es ocultar la perfidia totalitaria, existe el temor de
que, al contagio de los que osan desafiar al régimen, se sumen
voluntades que echen por tierra la falsa unanimidad y que finalmente
pongan en peligro inminente la existencia misma del poder político.
Estos sistemas, con semántica justificación llamados totalitarios, no
pueden darse el lujo de permitir la más mínima disidencia u oposición.
Nacieron del miedo y el engaño y se mantienen por el ejercicio constante
del "estate quieto", el "rompe hueso" y el "arranca pescuezo".
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