Friday, April 25, 2008

Cuándo termina un exilio?

TRIBUNA: RAFAEL ROJAS
¿Cuándo termina un exilio?

RAFAEL ROJAS 24/04/2008

María Zambrano escribió que el exilio se presenta ante quienes lo
padecen como una condición interminable o eterna: "La inmensidad, el
ilimitado desierto, la inexistencia del horizonte y el cielo fluido. La
existencia del ser humano a quien esto acontece ha entrado ya en el
exilio, como en un océano sin isla alguna a la vista, sin norte real,
punto de llegada, meta". Sin embargo, María Zambrano regresó a su patria
en 1984, después de 45 años de peregrinación, y murió como persona en
democracia.

El exilio cubano seguirá mientras la isla carezca de libertad de
expresión y asociación

Raúl Castro sigue sin reconocer la legitimidad de la oposición y el exilio

La actual sucesión cubana da la razón a quienes, en las dos últimas
décadas, han sostenido que la revolución, entendida como cambio social
promovido por un Estado, terminó hace mucho tiempo, y que lo que
subsiste en la isla es un Gobierno autoritario que administra conflictos
domésticos. Pero que la revolución haya terminado no significa que su
contraparte histórica, el exilio, también concluya.

En el lenguaje del poder cubano la palabra revolución funciona como
sinónimo de socialismo y patria, a pesar de que los tres términos posean
significados distintos. La confusión se debe a que en el habla oficial
todos los conceptos y símbolos nacionales desembocan en el mismo campo
semántico: el de un régimen de partido único y economía estatal,
encabezado desde hace medio siglo, por los hermanos Fidel y Raúl Castro.

Llamar revolución a un orden institucional, copiado del soviético, como
el que funcionó entre 1971 y 1992, no pasa de un ardid simbólico de las
élites del poder insular. Más absurdo aún resulta entender como
revolución lo que viene sucediendo en Cuba en los últimos 16 años,
cuando se ha producido un cambio social que el Gobierno no quiso ni
propició y que apenas en los últimos meses comienza a ser legalmente
reconocido.

El exilio, como es sabido, no surgió como reacción contra aquella
revolución que triunfó en enero de 1959, sino contra la radicalización
comunista del Gobierno revolucionario entre 1960 y 1961. Lo decisivo
para la formación de cualquier comunidad exiliada, en la España de
Franco, la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler, el Chile de Pinochet
o la Cuba de Fidel, es la ausencia de libertades públicas, la
imposibilidad de ser opositor sin arriesgar la vida o perder la libertad.

De ahí que aunque la revolución haya terminado y aunque la definición
ideológica del régimen tome una tímida distancia del
"marxismo-leninismo", la experiencia del exilio seguirá reproduciéndose
mientras la ciudadanía carezca de derechos de asociación y expresión.

El Gobierno de Raúl Castro puede declararse mañana a favor de una
"economía social de mercado", abrir la pequeña y mediana empresa
privada, dejando intacto el partido único y penalizando el ejercicio de
algunos derechos. Aún en ese escenario poco probable, de verdadera
apertura económica con cierre político, habrá exilio.

Si en Cuba se produjera una transición a la democracia y dentro de cinco
o diez años se concedieran plenos derechos civiles y políticos, muy
pocos de los exiliados actuales se repatriarían. En Miami, Madrid,
Barcelona, París y México seguirán viviendo cubanos, afincados en esas
ciudades, pero con una relación muy distinta con el país de origen que,
finalmente, reabre sus puertas. Entonces no dejará de haber emigrantes
cubanos, pero será muy difícil llamarlos exiliados.

Los exilios duran lo mismo que los regímenes que los producen. En el
caso de Cuba, por lo prolongado del régimen, es inevitable que el exilio
cambie. Cambia de muchas maneras, pero, sobre todo, generacional e
ideológicamente. Las diferencias entre un cubano que llegó a Miami en
1961, otro que llegó por el Mariel en 1980, un balsero del 94 o uno que
se ganó la lotería de las visas en el 2002 son palpables. Los cuatro
dejaron atrás un país diferente, aunque sueñen con un futuro parecido.

El exilio y el régimen que lo produce son antípodas, pero no entidades
equivalentes. Un exilio es una comunidad civil, cultural y política, no
un Gobierno y mucho menos un Estado. Es error de algunos exiliados
considerarse gobierno y es malicia del régimen de la isla presentar a
Miami como un Estado opositor. De ahí que sean injustos la medición del
éxito o el fracaso y el veredicto sobre la eficacia política de sujetos
tan disímiles.

Mucho se ha hablado, y con razón, del triunfo económico del exilio y de
la dinámica inserción de los cubanos en la política de Estados Unidos.
Muchas veces se contrapone esa historia de éxito al fracaso que
representa la persistencia del régimen cubano. El exilio, en efecto, no
ha logrado su objetivo histórico: generar un cambio de régimen en la
isla. Sin embargo, pocas veces se repara en el hecho de que,
ideológicamente, el exilio y la oposición también pueden atribuirse la
victoria.

Cuando por mero afán continuista o por malabares de la sobrevivencia,
los gobernantes cubanos reconocen que la política económica de la isla
es "obsoleta", que la gran literatura exiliada "forma parte del
patrimonio nacional" o que el "socialismo debe democratizarse", es
difícil no concluir que, a regañadientes, están dando la razón a sus
críticos y adversarios. Los nuevos gobernantes de Cuba se apropian, de
manera incompleta y autoritaria, de las ideas que durante medio siglo
han sostenido la oposición y el exilio.

¿Cuántos intelectuales, académicos o funcionarios han tenido que
exiliarse en los últimos veinte años por defender abiertamente el
mercado libre campesino, la pequeña y mediana empresa privada, la
tolerancia de la crítica en los periódicos o el respeto a la comunidad
exiliada? Los 75 disidentes encarcelados en la primavera de 2003 y los
300 presos políticos, que malviven en Cuba, perdieron su libertad por
sostener públicamente muchas ideas que hoy acepta el Gobierno de Raúl
Castro.

La meta de los exiliados cubanos, con independencia del método
utilizado, ha sido siempre la democracia. Aunque todavía se vea lejana,
cuesta trabajo imaginar que esa meta no se alcanzará en el futuro de
Cuba. Quienes la alcanzarán no serán, probablemente, muchos exiliados y
sí algunos de los que hoy se presentan como sus enemigos más feroces.
Esa paradoja, de derrota política y victoria ideológica, debe ser
asumida en toda su tragedia, en toda su amarga epopeya. Reconocer al
exilio como precursor de la democracia cubana será una tarea intelectual
del futuro.

El Gobierno de Raúl Castro, aunque aparentemente dispuesto a avanzar en
una reforma económica limitada, mantiene la misma actitud de soberbia de
su antecesor, al desconocer la legitimidad histórica de la oposición y
el exilio. Ese Gobierno no sólo conserva las mismas prácticas
represivas, como vimos recientemente con la "dispersión" de las Damas de
Blanco, sino el mismo lenguaje descalificador que identifica a los
opositores con un sujeto "antinacional".

Las élites sucesoras parecen no advertir que el inmovilismo político
puede conspirar contra la deseada popularidad de las reformas, dentro y
fuera de la isla.

Rafael Rojas es historiador cubano, exiliado en México, premio Anagrama
de Ensayo por su libro Tumbas sin sosiego.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/termina/exilio/elpepiopi/20080424elpepiopi_4/Tes

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