2007-04-26.
Pedro Corzo, Escritor, Editor y Periodista
Estas cuartillas pueden ser causa de debates y discusiones. Es posible
que más de uno me juzgue de bilioso, frustrado e intolerante, pero vale
la pena el riesgo por tal de exorcizar los demiurgos, que como feliz
mortal me atormentan ante tanta falta de identidad, oportunismo y
connivencia.
Soy de los que cree que el individuo tiene compromisos ineludibles en la
sociedad que vive. Qué tan culpable es quien comete un crimen como quien
lo contempla impasible. Que el concepto de justicia no se adquiere sino
que es congénito. Que el bien y el mal solo tiene un paralelo: No
hacerle a otra persona lo que no creemos justo para nosotros. Que el
derecho de uno termina donde empieza el del prójimo. Que ningún concepto
filosófico justifica aplastar la dignidad de nuestros semejantes. Que la
tolerancia no implica impunidad. Que la reconciliación es posible si
existe un arrepentimiento sincero de las partes. Que lo único que es tan
importante como un hombre en la comunidad es otro hombre y que por
ningún motivo ni uno o el otro deben ser mancillados y que si los
hombres se identificaran por sentimientos y no por ideologías el mundo
sería más comprensible y menos caótico.
Tal parece que la sociedad moderna, en buena medida dirigida por
tecnócratas, ha filtrado en casi todos nosotros, conceptos utilitaristas
donde lo importante son los resultados y no las vilezas en que se puede
incurrir para obtenerlos.
Parece también que la moral, los valores que han caracterizado nuestra
sociedad occidental y que todos resumimos en denominar ética cristiana
se han convertido en un lastre, porque hasta las personas que se han
conducido dentro de esos cánones tienden a justificar a quienes los han
violado.
También es posible que se pregunten el por qué estos apuntes se titulan
La Hora 25, si tal hora no existe, y es que es una manera concreta de
recordar a un hombre, Constantin Virgil Gheorghiu, que de un modo
desgarrador y angustiante describió en sus libros, uno de ellos titulado
la Hora 25, cómo el individuo-masa se empeñaba en roer los cimientos
morales de la sociedad por tal de destruir al hombre.
Opino que Gheorghiu, se anticipó a su tiempo y fue una especie de
profeta del desastre porque nunca antes hemos estado más próximos a esa
hora 25 que en el momento presente y nó en 1949, fecha en que escribió
el libro.
En estos tiempos se justifica todo. Se comprende todo. La sociedad es
laxa y los valores se estiran más que una goma de mascar. La
responsabilidad se diluye en una complicidad generalizada al extremo que
la víctima puede ser considerada provocador de su victimario y concluir
que las acciones de cualquier depredador se originan en una educación
ineficiente, hogares en conflicto o creer que un volcán en erupción en
las antípodas le indujo a cometer delito.
Otros tal vez cuestionen el por qué de estos apuntes y la respuesta es
sencilla y es que agravia contemplar una sociedad que premia a quienes
han rehuido compromisos con su comunidad, o lo que es aún más
deleznable, glorificar a los que han cometido crímenes contra sus
conciudadanos.
Todos tenemos tiempo y espacio para errores y equivocaciones y también
para rectificar; pero cuando nuestras acciones han causado perjuicios la
responsabilidad ante las mismas es ineludible y la deuda contraída debe
ser saldada. Pero lamentablemente en este mundo de hoy es más fácil ir a
la bancarrota moral que asumir las responsabilidades contraídas con los
acreedores..
Recuerdo que en los años 60. En Santa Clara, Cuba, ciudad de mis
esperanzas, existían dos sectores de jóvenes militantes entre numerosos
inapetentes de compromisos políticos que integraban un grupo mayoritario
que fácilmente fue asumido por la sociedad totalitaria que se
engendraba. Aquella mayoría contempló, con una mezcla de miedo,
indiferencia y satisfacción cómo ambas facciones se enfrentaban y como
la muerte, la cárcel, el destierro o la no menos angustiante conversión
a No Persona aniquilaba a una de las dos corrientes.
Estaba yo en el grupo de los perdedores en término político, porque sin
lugar a dudas el fracaso del sistema nos reivindicó ideológicamente.
Decenas fuimos a prisión o al destierro donde se continuó luchando
mientras fue humanamente posible. Otros encontraron la muerte y de los
que permanecieron en la isla pocos soportaron con un estoicismo superior
a cualquier otro tormento una sociedad que les ofrecía privilegios a
cambio de una sumisión cómplice.
De aquella mayoría sin compromiso un sector partió al extranjero, y a
expensas de no participar en el drama de su nación y a costa de muchos
sacrificios y esfuerzos personales reconstruyeron sus vidas y hoy son
respetables y productivos ciudadanos de su comunidad condición que no ha
impedido que muchos hayan retornado a su raíz y quieran restablecer los
interrumpidos vínculos con su tierra nativa; acción que les enaltece,
pero que en mi opinión hace obligada una pregunta, ¿Por qué no
cumplieron con el país cuando más energía tenían y más podían hacer; o
es que la vuelta a la matriz está motivada por los mismos egoísmos que
les hicieron a huir?
Por supuesto que de ese grupo mayoritario los más quedaron en la isla.
Muchos envejecieron con penas y ninguna gloria; integrando anónimamente
y debido a la compulsividad del sistema, la maquinaria destructora del
totalitarismo.
Un sector minoritario de la mayoría se sumó a los triunfadores y a pesar
de no poseer las convicciones del núcleo original fueron capaces de
desplegar energía suficiente para trepar por la estructura del poder; al
extremo de que creyentes y conversos, ya confundidos por la comunidad de
crímenes de sangre y de conciencia cometidos, fueron capaces de depredar
su entorno en aras de una supuesta sociedad más justa, o en beneficio de
sus miedos o intereses más bastardas. No creo que la diferencia de
motivos exima la responsabilidad por las acciones.
Pero todo parece indicar que el tiempo hacedor y destructor de sueños y
promesas esta convocando a esta Hora 25 en la que la deserción se premia
y al que confronta se cuestiona; en la que antiguos aliados se profesan
una agresiva hostilidad y viejos enemigos comulgan en el mismo templo y
como si fuera poco los criminales de sangre o de conciencia se reciben
como héroes en detrimento de quienes nunca disfrutaron los platillos y
los bombos de la ya quebrantada dictadura.
Pero justo es reconocer que aun en esta Hora 25, la que viene después de
la Última Hora, hay personas con convicciones. Individuos que conservan
sus valores, que defienden sus ideas sin considerar lo que van a recibir
a cambio. Para ellos, sin importar como piensan, estén a favor o en
contra, allá o aquí debe haber respeto. Para los que murieron por lo
que creían, aunque estén en la zanja opuesta, admiración. En tiempos
como éstos hay que respetar al que cree, al hombre que desesperadamente
y aún con pocas ilusiones defiende la espiritualidad y la dignidad del
hacer por principios y no por conveniencia.
Abril 2007.
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