Wednesday, July 05, 2006

CUBA UN ESTADO POLICIAL TOTALITARIO Y EXTORSIONADOR

CUBA: UN ESTADO POLICIAL, TOTALITARIO Y EXTORSIONADOR

Por José Ignacio del Castillo
La Revista de Libertad Digital
España
Infosearch:
Celso Sarduy Agüero
Jefe de Buró
Cono Sur/Sudamérica
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Julio 5, 2006

El mes de septiembre de 1981 el escritor cubano César Leante pidió asilo
político en Madrid, aprovechando una escala de avión camino de cierto
Congreso de Escritores a celebrar en la Alemania comunista.

En esa misma fecha comienza un periodo de calvario de siete años cuyos
pormenores son objeto de esta desgarrada narración que reseñamos.
Natividad González Freire, esposa del asilado, ha logrado plasmar en
Descubriendo a Fidel Castro (ed. Pliegos) el tormento padecido por toda
la familia que quedó en Cuba. Prepárese el lector para sorprenderse con
cada página. Difícil concebir un sistema que combina con tal perfección,
el refinamiento en su maldad con la brutal eficacia. El régimen diseñado
para que Castro disponga a su antojo de la vida y la hacienda de once
millones de cubanos sobre la base de la mentira y el terror.

Conforme se avanza en la lectura, vamos comprendiendo que el régimen no
escatimará ningún medio en su propósito de destruir al disidente y de
utilizarlo como escarmiento para potenciales émulos en el futuro. Ni
siquiera la ascendencia íntegramente española, por supuesto no admitida
por las autoridades cubanas que no reconocen la doble nacionalidad,
puede salvar a la víctima. Como manifiesta la autora en su testimonio
ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (pág. 237), ya el mismo
día del exilio comenzaron las intimidaciones para lograr que la familia
repudie al asilado. Que manifieste su compromiso con el castrismo
renunciando al reagrupamiento familiar —¿se acuerdan del burdo montaje
castrista con Eliancito? — y la emigración. Sigue la pérdida del
trabajo, el hostigamiento de la Seguridad del Estado a través de visitas
intempestivas, llamadas con insultos y silencios amenazantes, citaciones
en el centro de investigación y detención del Ministerio del Interior
así como espías y delatores por todas partes. Una de las hijas llega
incluso a ser despojada de su título universitario. La correspondencia y
el teléfono son intervenidos y manipulados...

Durante siete años Castro (nadie más que él manda en Cuba) insiste en no
reconocer el derecho de esta familia a abandonar el país, al tiempo que
exige que la estirpe tilde de "traidor" al familiar asilado. Descubrimos
que la sola petición de salida conlleva efectos terribles:
desclasificación profesional e imposibilidad de desempeñar más empleos
que aquellos sumergidos que nadie acepta, notificación de la Seguridad
del Estado al Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de la zona para
que advierta a los vecinos que han de cortar toda comunicación con los
disidentes. El estado procederá a confiscar los ahorros, además de
prohibir la venta de enseres domésticos. En caso de autorizarse la
salida, éstos pasarán a ser propiedad del estado (serán confiscados), etc.

Además de la ordalía personal, el relato nos va poniendo en contacto con
todas las realidades de la vida cubana. Los mecanismos de control de la
población interna se extienden como en círculos concéntricos. En el
ámbito vecinal, los CDR llevan completa relación, a través del
correspondiente equipo delator, de la participación o desafección de
cada individuo respecto del régimen (asistencia a reuniones y mítines
políticos, participación en jornadas de trabajo "voluntario", opiniones
manifestadas, etc.). Como el informe más importante a la hora de valorar
cualquier instancia ante el omnipresente estado, sea ésta para cursar
estudios o para solicitar empleo, para acceder a vivienda o tener
cartilla de racionamiento, es el de la CDR, no es difícil ver el
tremendo aparato coercitivo que su sola existencia representa. Igual
ocurre en los centros de trabajo, a través de los cuales se distribuyen,
a capricho y siempre de forma tardía y escasa, los aparatos eléctricos
como radios, refrigeradores o televisores: los desafectos quedan
excluidos del reparto. Por descontado que los automóviles y las
viviendas de alto standing son exclusiva de los incondicionales de la
nomenclatura.

Para aquellos que no doblegan su voluntad ni con esta marginación y que
tratan de manifestar su descontento, la autora nos recuerda que el
régimen todavía dispone de las Brigadas de Intervención Rápida,
eufemismo utilizado para designar las cuadrillas de matones,
especialistas en kárate, encargadas de disolver a palos cualquier signo
público de contestación. La misma función cumplen los "actos de repudio"
a los que periódicamente llama Castro a sus secuaces. En ellos la turba
visita la casa del disidente para insultarle y golpearle, por traidor,
llegándose en ocasiones al linchamiento y la muerte como ocurrió durante
el célebre episodio de los refugiados en la embajada del Perú en 1980.

En el último escalón de esta omnipresente represión se encuentran Villa
Marista y el resto de prisiones y calabozos de la isla para amontonar
presos políticos. Algunos no son liberados, ni aun con sus penas ya
cumplidas. Combínese esto con un carné de identidad que es en realidad
una ficha policíaca de 25 páginas según nos informan en la página 87 del
libro: "Además del nombre, fecha de nacimiento, sexo, estado civil,
domicilio y profesión, consta la dirección del centro de trabajo o
centro de estudios al que perteneces, cargo o grado de enseñanza que se
tenga y direcciones y teléfonos de los respectivos locales. Además se
deja una buena cantidad de páginas para anotaciones especiales de las
autoridades a las que estás sometido (nunca mejor dicho). Jefes o
directores deben escribir en ellas si has sido baja del trabajo o los
estudios y causa por la que te despidieron. Puntualizar si eres ex preso
político o desocupado y sobre este último punto si el motivo es que has
solicitado la salida del país. Además, imitando la práctica
nacionalsocialista, llegan a señalar la foto del ciudadano que ha
solicitado su salida con un cuño en el lado superior izquierdo para que
no haya dudas de que eres de los que no fraternizan con la tiranía..."

Más refinados que los soviéticos, los pasaportes interiores son
sustituidos con la obligación rigurosa de notificar el cambio de
domicilio a la estación de policía, aunque sólo sea por los días que
coges vacaciones y por duplicado. El original en el domicilio de origen
y la copia en el de destino. Ya que hablamos del tema de las vacaciones,
la autora no se olvida de explicarnos que durante más de quince años se
consideró poco revolucionario tanto el tomarlas como el pedir su
correspondiente pago en metálico. De este modo en el "paraíso de los
trabajadores", éstos pasaron décadas sin poder disfrutar del natural
asueto, si es que no querían pasar por contrarrevolucionarios.

Ahí no acaba la presencia del Gran Hermano. No sólo deben comunicarse
los desplazamientos interiores, sino también la presencia de invitados
temporales en la propia casa, parientes incluidos, con una notificación
a la policía para que consigne la extensión de sus estancias. Para que
tales órdenes no se violen, volvemos a topar con el aliado ineludible:
la organización nacional de los CDR, dispuesta a avisar de cualquier
movimiento raro en los hogares y a denunciar a todo el que no se pliegue.

Un estado proxeneta y esclavista

Si el sistema policiaco pone los pelos de punta, todavía nos quedan
múltiples ocasiones para estremecernos con esta lectura. Por ejemplo la
perfidia que utiliza el castrismo para conseguir las divisas con las que
la casta dominante vive opulentamente en medio de la miseria general
engendrada por el régimen.

Castro trafica con carne humana a todos los niveles. Las jineteras que
se prostituyen para el turismo deben "compartir" la verdolaga (los
dólares) con la Seguridad del Estado —como si de su chulo se tratase—,
además de pasar a engrosar el cuerpo de los chotas (soplones), si es que
no quieren acabar en la cárcel por traficar con extranjeros. Jugosas
divisas para el castrismo deja también el negocio del secuestro. Difícil
encontrar otra palabra que describa de modo más exacto la actividad
desarrollada por la oficina de Consultas Internacionales InterConsult
—asesorada por la Seguridad del Estado— y encargada de solucionar por
unos 35.000$ la liberación de especialistas universitarios o de
familiares de exiliados a los que el estado prohíbe la salida sin el
pago de este rescate. "Tarifa" similar rige para la autorización de
matrimonios entre cubanos y extranjeros.

Conocida es la obsesión de Fidel Castro por la medicina. En un país con
cortes diarios de electricidad y con libretas de racionamiento que no
dan derecho más que a un par de calzoncillos, una camisa y un pantalón
al año, donde es necesario cargar permanentemente con la cesta de la
compra por si se encuentra algo y donde tener un jubilado en casa tiene
un valor inapreciable por su capacidad de guardar colas a diario durante
horas y horas, todo es escaso salvo los médicos. No es sólo una cuestión
de megalomanía la que ha llevado a Castro a decidir que Cuba tenga más
licenciados en medicina por cada mil habitantes que Dinamarca. Un médico
es una mina para Castro. El régimen alquila los médicos afectos a los
gobiernos de otros países subdesarrollados "amigos" cobrando por ellos
miles de dólares al contado, mientras que los médicos menos
"comprometidos" son empleados en la Isla. Castro consigue a la vez
divisas para sí mismo y para su oligarquía y presentarse como el máximo
líder del compromiso social en el mundo subdesarrollado.

Dime de qué presumes y te diré de qué careces. La Revolución Cubana,
bajo el disfraz de libertadora, ha ejercido sistemáticamente el oficio
de negrero con su población. Jamás ha reconocido el derecho a la
objeción de conciencia, con un servicio militar obligatorio de dos años
de duración a partir de los dieciséis. Ha enviado a miles de jóvenes
como carne de cañón a la guerra en África (Etiopía, Angola, Mozambique,
Zimabwe...) como ha documentado fehacientemente Juan Benemelis en su
libro sobre Castro y las guerras en África. Una mayoría de ellos fueron
negros (quizás de ahí el complejo obsesivo que tiene el castrismo de
acusar a los EE.UU. de mandar a su población negra a las guerras). Se
trataba de aparentar que las tropas cubanas se hermanaban en la lucha
por la liberación de África y ocultar el carácter imperialista y
megalómano del régimen de Castro.

Ahora Castro sigue traficando con sus rehenes. Los inversores
extranjeros no pueden contratar directamente a sus trabajadores cubanos.
Los contratos sólo se hacen a través del Ministerio correspondiente. Al
final el trabajador cubano no llega a cobrar ni la vigésima parte del
salario que las denostadas multinacionales vampirescas entregan al
estado cubano por sus servicios. De hecho, Castro parece haberle cogido
gusto al tema. Víctor Llano, en Libertad Digital, denunció prácticas
similares por parte de cierta empresa pública cubana que explotaba en
España a trabajadores traídos desde Cuba. Prácticas que se vieron
confirmadas por el correspondiente expediente de la Inspección de
Trabajo que de momento ha puesto fin a las mismas.

Como escribe Guillermo Cabrera Infante en el prólogo, Del infierno
conocemos todos los círculos, pero no del viaje para salir de ellos:
este libro es una guía para condenados. El infierno incluye la represión
de la cultura, inclusive la destrucción física de obras por parte del
propio comisario político del Ministerio. Incluye también la
manipulación infantil en la escuela pública para fabricar nuevos Pavil
Morozovs —el niño que delató a su padre a la policía política de Stalin
por desafección al socialismo. Y ¿qué decir del increíble deterioro de
las mansiones coloniales y del resto de bellísimas edificaciones de La
Habana y de otras ciudades? Un auténtico Patrimonio Cultural de la
Humanidad arruinado por la ineptitud de unos fanáticos del poder
político a los que aplauden muchos de aquellos que luego juegan a dar
lecciones de inquietud ante la administración privada de la cultura y
alardean de una supuesta preocupación por la herencia que recibirán las
generaciones futuras. El testimonio de Natividad González Freire sí que
debe sacudir ciertas conciencias. Aquellas que presumen de humanitarismo
y que con su silencio o implícita complicidad todavía siguen sosteniendo
el mayor régimen opresor del Hemisferio Occidental.

http://www.lanuevacuba.com/nuevacuba/notic-06-07-513.htm

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