Wednesday, March 01, 2006

Cronicas de un verdugo (II)

HISTORIA
Crónicas de un verdugo (II)

Mi prisionero favorito

Raúl Soroa

LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - "Estuve castigado por
problemas con el alcohol. Lo superé, hasta hoy nunca he vuelto a darme
un trago. Perdí a mi esposa e hija, los grados, el prestigio… entonces
me ubicaron en Isla de Pinos… uno a veces se encariña con los presos,
con uno en especial…"

Los estampidos los sintió lejanos, en plena caída. Luego las risas, las
burlas de los guardias. Lo desataron y lo trasladaron de nuevo a la
celda. Lloró hasta quedarse dormido. Despertó envuelto de nuevo en las
tinieblas. Llevaba meses ¿o eran días? en la oscuridad, solo. Siempre le
había tenido miedo a la oscuridad. De niño sentía pánico cuando la madre
apagaba la luz del cuarto, y por eso le compraron la lámpara aquella,
pequeña, una luz en la sombra, una estrella que espantaba el miedo. Aquí
la negrura es absoluta, pero se había acostumbrado. ¿Qué tiempo llevaba
encerrado en ese lugar? ¿Por qué lo habían traído para acá? ¿Por la
quema de colchones? ¿Por lo de la bazofia? ¿Por negarse a trabajar? No
recordaba.

Reptó hasta el agujero que servía de letrina. Era un gato, pensó con
cierto orgullo. Podía ver bastante bien en la noche. Esperó, su olfato
también se había desarrollado. Sintió el olor antes de verlas. De un
rápido zarpazo agarro una, era bastante grande. El bicho se debatió
entre sus dedos antes de ser devorado. Soy un gato, sonrió. Luego se
puso de pie y palpó la humedad de la pared. Hundió la lengua en el
agujero por donde una vez al día brotaba el agua. Bueno, brotaba un poco
de agua, un hilillo que había que lamer. Pero estaba seco. A veces
pasaba eso, y entonces era difícil aguantar la sed. Atrapó otro insecto
y lo masticó despacio. ¿Por qué estaba aquí? Tienen un ligero sabor a
hierro. Lo malo es la sed, no sale agua del maldito agujero.

La pequeña luz en el cuarto, la cara difusa de la madre, el miedo a la
oscuridad. No recordaba nada con precisión. Se quedó quieto. Los bichos
comenzaron a caminar. Son astutos, trepan despacio, con cautela. Pero él
es más astuto. Los deja hacer sin moverse. Aguanta la respiración y
luego de un golpe los atrapa. Hoy es un buen día, ha logrado agarrar
seis. De todas formas, ellos se aprovechan cuando duerme y hacen de las
suyas. A veces siente cómo le mordisquean los labios, cómo se arrastran
y corren por la piel. Al principio les tenía un poco de miedo, pero ya
no. Ahora es él el cazador, ahora son ellos los que temen. Un día logró
apoderarse de una rata. Era grande y feroz, se defendió bien en la
oscuridad. Logró derrotarla. Pero no había vuelto a tener esa suerte.
Son rápidas, mucho más astutas que los bichos, y pocas veces aparecen
por aquí.

Esta es la tercera vez que lo sacan al patio. El no ve nada, sólo un
intenso fuego que le quema los ojos. Poco a poco logra divisar algunas
sombras indefinidas. Lo amarran al palo, y entonces escucha las voces de
mando, y comprende que lo van a matar. Siempre se desmaya y luego
despierta cubierto de mierda y orine, y lo arrojan entre risas a la
celda. No sabe si lo han matado de verdad o si está vivo. A lo mejor
tiene más vidas que un gato, el gato, ése es él. Odia esos viajes al
patio, la tortura de la luz, el simulacro. Siente mucho miedo, si lo
dejaran tranquilo en su celda. Siente pasos en el corredor. El guardia
introduce por el agujero de la puerta el cacharro de la comida. Vacío,
otra vez vacío, hijo de puta. Es el mismo hijo de puta. Dentro de un
rato vendrá a joder, a gritarle cosas. Se divierte mucho con eso.
Algunas veces le golpea, lo coge de saco, de puchimbá. Pero ya no, ya no
hace eso. Ahora le grita "abrecaminoespantamuerto". A veces abre la
celda, le da dos o tres patadas y se orina sobre él, lo escupe, le dice
maricón, contrarrevolucionario, y le pega hasta sacarle sangre. Cuando
le sacan sangre vienen los bichos, y aprovecha para cazarlos con más
facilidad. Los demás guardias lo ignoran, a veces alguno le grita cosas
por aburrimiento, pero cuando está este cabrón. Siente los pasos por el
pasillo, una puerta que se abre, gritos. Alguien pide misericordia,
alguien llama a su madre, alguien pide perdón coño por su madre
teniente. El se ha acostumbrado. Al principio, bueno, antes, no podía
dormir. Pero ya no los escucha. Pero éste grita como hace tiempo no
escuchaba a nadie gritar. Lo manda a callar, que lo dejen tranquilo en
su celda, que no vengan a buscarlo para martirizarlo con la luz. Es
feliz aquí. Si no fuera por ese hijo de mala madre y por los otros que
lo sacan al patio. Tranquilo, tranquilo. Se muere de sed y de calor. Es
un horno, un maldito horno. ¡Cállate ya, hijo de puta!, le grita al
hombre que no deja de pedir que le perdonen. De pronto cesan los
alaridos del hombre, y sólo algún que otro lamento se escucha de vez en
cuando.

Hace calor. Aquí siempre hace calor. Pero cuando dice a hacer frío,
entonces sí que es Siberia. Pero hoy hace calor y hace silencio. Ya no
se escuchan los quejidos del tipo. Es una noche tranquila. A veces el
griterío es tremendo y se escuchan malas palabras y golpes y
maldiciones. Pero él ya ni escucha, que sólo quiere que lo dejen
tranquilo, y el guardia lo deja tranquilo, no viene. Parece que está
bastante entretenido con el otro, y sigue cazando y juega con los bichos.

Lo vienen a buscar de nuevo al amanecer. Apenas se sostiene. No puede
caminar, los guardias se niegan a aguantarlo. Está sucio y apesta. "Está
todo cagado, teniente", dicen, y le golpean para que camine. El teniente
obliga a los guardias a arrastrarlo. Que se hace tarde, no pesa nada, es
un esqueleto cubierto de mugre, y la luz en los ojos. De nuevo al patio.
De nuevo a jugar a que lo matan. El sólo quiere que le dejen tranquilo
en su celda. Se pone cabrón y se revira. Muerde la muñeca de uno de los
soldados que le arrastran, y una lluvia de golpes cae sobre lo que una
vez fue un cuerpo, y le gritan gusano de mierda. El no entiende nada, y
pierde el conocimiento.

Tiene sed. Despierta amarrado al poste. No le vendan los ojos, ¿para
qué? Ve sombras alineadas frente a él. Siente menos miedo. La primera
vez se desmayó nada más que lo amarraron al poste. Escucha las voces, el
sonido de las armas. Terminen de una vez, él sólo quiere regresar a su
celda. A esta hora es que aparece el chorrito de agua. Si se siguen
demorando se va a ir el agua. Les grita "terminen, que se va el agua".
Después tiene que conformarse con lamer la pared húmeda. La segunda vez
se desmayó cuando las voces de mando. La tercera aguantó un poquito más,
pero siempre esperaban un tiempo para volver al jueguito del fusilado.

Le duelen los ojos. El sol le quema la cara. Es un sol suave del
amanecer, pero se ensaña con su piel acostumbrada a la sombra. Se
demoran. Escucha con alivio las voces de mando. Esta vez no siente
miedo. Quiere que acaben ya para regresar a su celda, extraña su pequeño
rincón, sin sol y sin guardias que ahora no los ve bien, pero escucha
que le apuntan y siente la orden de fuego y ve las llamitas que se
encienden ante sus ojos, y un golpe terrible en el pecho y el abdomen, y
el sonido de los disparos. Dolor. Esta vez no se desmayó, y la sangre y
una lasitud y la oscuridad, como si apagaran el sol de golpe y los pasos
conocidos del teniente que se acerca y le pone algo frío en la cabeza.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/feb06/29a8.htm

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