Glenda Murillo, Fidel Castro
Nunca hables de aviones
El último escándalo, el de Glenda Murillo Díaz, que cruzó la frontera
desde México para instalarse en Estados Unidos, da leña para otros fuegos
Norberto Fuentes, Miami | 30/08/2012 10:33 am
Fidel Castro Díaz-Balart tuvo un desliz. Muy costoso. En 1992, en medio
de una borrachera con sus amigotes habaneros, soltó la bravuconada de
que él era "un gran físico nuclear lo mismo en Cuba que en cualquier país".
Fidel, su padre, no tardó en enterarse. Y al otro día Fidelito estaba
despojado de todos sus cargos al frente de la todopoderosa Comisión de
Energía Nuclear.
Los desmanes, la dilapidación de recursos estatales, las orgías incluso,
fueron levemente ajustadas. La explicación interna de su despido fue que
había llegado "al borde de lo ilegal". Ser el hijo de Fidel Castro
sirvió por lo menos para eludir la cárcel.
Antonio Castro Soto del Valle tomó el cetro de hijo favorito a partir de
entonces. El matriarcado de hierro impuesto por Dalia en el último
matrimonio de Fidel ha mantenido bajo control a Antonio. Por lo pronto,
no se conoce ninguna referencia suya a ejercer sus habilidades de
ortopédico bajo cualquier otro cielo.
Douglas Rudd y Molé, uno de los heroicos pilotos que contribuyó a
derribar la flotilla de aviones de la CIA en Playa Girón, conoció la
experiencia. Mucho antes de la boutade de Fidelito, dijo lo mismo pero
referido a su oficio: "Yo lo mismo soy piloto de MiG-21 en Cuba que de
Concorde en Francia". Pero como no era el hijo de Fidel Castro, fue a
dar de inmediato a la cárcel, donde debió extinguir una condenada de 30
años (no los cumplió todos).
Pero los muchachos, los atribulados "hijitos de papá", son otra cosa. Se
trata, es evidente, de una generación más afortunada en este sentido del
trasiego internacional. Vean sino los casos de Alina Fernández, la
famosa "hija rebelde" de Fidel Castro, escapada de la Isla con pasaporte
falso y peluca, y el del hijo de Juan Almeida, el comandante histórico
de la Revolución, Juan Juan Almedia, que también cruzó tranquilamente
las ventanillas de la Inmigración cubana, éste con la cobertura de
recibir tratamiento médico en el extranjero.
El último escándalo, el de Glenda Murillo Díaz, de 24 años, que cruzó
desde México por el puesto fronterizo de Laredo, Texas, el 16 de agosto,
para instalarse en Estados Unidos, da leña para otros fuegos.
Glenda es hija de Marino Murillo, de 51 años, conocido como el "zar de
las reformas" en Cuba, vicepresidente del Consejo de Estado y miembro
del Buró Político del Partido Comunista.
La noticia pues es que otra hija ha dado el salto. Pero hay un error de
apreciación, ya que el hijo de la Revolución es Marino, no ella. Ella ya
es una nieta de la Revolución.
De cualquier manera se suma a una tropita que va creciendo. Y que augura
dos cosas: una formidable, visceral lucha por el poder dentro de Cuba
cuando los papás desaparezcan, a la vez que la sonriente perspectiva de
que el entendimiento entre los que se quedan allá como los que arriban a
las playas del capitalismo, sea tan rápido como fácil. En definitiva,
son los mismos.
Apareció publicado en La Repubblica (Roma) y La Tercera (Santiago de
Chile). Se reproduce con la autorización del autor.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/nunca-hables-de-aviones-279677
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