Benedicto XVI estuvo en Cuba esta semana. Allí, donde el cambio se bate
entre las reformas del castrismo y los reclamos de los disidentes
famosos, también hay personajes más anónimos, que desde sus
emprendimientos comerciales a su música rap o sus grafitis modifican el
rostro de la isla. Este es un recorrido por ese nuevo laberinto habanero.
por Daniel Lozano, desde La Habana
La Cuba que el Papa Benedicto XVI recorrió de lunes a miércoles vive
entre dos cambios: el iniciado por el gobierno y el soñado por la nueva
generación de rebeldes. El bando oficialista tiene a su Presidente Raúl
Castro empeñado en encontrar el camino más corto para lograr la
"actualización" del sistema socialista, tras 53 años de Revolución. Para
los otros, liderados por Yoani Sánchez, ya es tarde. Desde su atalaya de
Generación Y, la bloguera insiste en que "todavía no ha llegado el
momento de contar lo bella que está la tarde, hay otras urgencias. Ya
hablaremos del sol, ahora a narrar la penumbra. Vivimos la Cuba
postmortem", asegura en su apartamento de Nuevo Vedado, desde el que se
divisa la Plaza de la Revolución. El centro del poder que critica con
sus crónicas cotidianas desde 2007. "Vienen tiempos difíciles", vaticina.
Si el cambio fuera un poema de la premio Cervantes Dulce María Loynaz, y
se pudiera medir, como ella hizo con el amor, una punta, la del gobierno
estaría en la montaña. La otra, la rebelde, clavada en el viento. Entre
los extremos se distribuye una gama de rostros que busca resurgir de sus
cenizas económicas y que, a su manera, representan el cambio lejos del
look guerrillero.
En ese nuevo labertino, el cine cubano ocupa su lugar. Sumido en un
letargo de dos lustros, una nueva escuela lucha por cambiar para volver
a ser lo que fue. Juan de los Muertos ha iniciado el despegue. Este
ejercicio cinematográfico delirante, en el que los zombies invaden la
isla desde la base de Guantánamo, se ha vendido a medio mundo y se ha
convertido en objeto de culto local. Aclamada en diciembre durante el
Festival de Cine de La Habana, sufre el boicot del gobierno, que se
niega a estrenarla. Los puestos de DVD piratas ofertan copias, algunas
de muy mala calidad.
"Somos dos supervivientes de todos los desastres de la Revolución, un
Quijote y un Sancho que se convierten en la salvación de la patria",
sintetiza Jorge Molina (45), coprotagonista del filme en el que ejerce
de cazazombies, en una Cuba fantasmagórica que sobrevive al borde del
abismo. "Es la primera vez que algo así ocurre: dos pícaros marginales,
dos buscavidas al margen del sistema, herederos del Lazarillo de Tormes
y que nada tienen que ver con el nuevo hombre soñado por Fidel y el Che,
se transforman en dos grandes héroes". Muchas dosis de ciencia-ficción,
pero también mucho realismo recubierto del famoso sarcasmo cubano.
La conversación con Molina transcurre junto al teatro habanero que acaba
de estrenar Aire frío, del tantos años olvidado dramaturgo y poeta
Virgilio Piñera. Personajes muy distintos al matazombies Juan, pero con
el mismo devenir existencial. Y punto de encuentro de la intelectualidad
cubana para reivindicar la figura de quien fuera perseguido por su
homosexualidad y palabras libres.
Molina es, además, cineasta de culto: inventó el cine gore a la caribeña
en su primer largometraje, Molina's Ferozz, mezclando sangre y sexo en
una versión extrema de Caperucita Roja. El cineasta más bizarro del país
ya prepara su próximo filme, "una mixtura de Lolita (Nabokov), de El
Angel Exterminador (Buñuel) y El inquilino (Polanski)". Sólo falta un
empujón de sus productores españoles, en un país que vive una nueva ola
de talento, pese a que las ayudas oficiales se han evaporado por la crisis.
En una escena cumbre de Juan de los Muertos, el protagonista clama a los
cuatro vientos: "Soy un superviviente de la guerra de Angola, del
Mariel, del Período Especial y de la cosa esta que vino después". Mordaz
alusión al período actual que vive la Cuba del 2012, con la miniapertura
capitalista emprendida por Raúl Castro para salvar de la quiebra a la
Revolución.
"La cosa esta que vino después" es la que recibió al Papa Ratzinger 14
años después de que su antecesor, Juan Pablo II, dejara para la historia
una frase aún inconclusa: "Que Cuba se abra al mundo, que el mundo se
abra a Cuba". En el 98, Cuba sufría el Período Especial, casi una década
de colapso económico tras la caída de la URSS. Ese mismo año, Hugo
Chávez ganaba las elecciones en Venezuela. El nuevo aliado estaba a
punto de entrar en escena para sacar a Cuba del laberinto de
penalidades. El paso de los años ha arrastrado a la Revolución cubana a
una situación similar a la vivida en los 90.
Rolando Enrique Fernández (39) recuerda cada detalle de la primera
visita papal. Y por meses esperó la de Benedicto XVI. Militante católico
y asiduo a la iglesia inaugurada por la Madre Teresa de Calcuta en La
Habana, este documentalista y especialista de cine se ha hecho a sí
mismo en la órbita de la Iglesia, gracias a los cursos y seminarios
impartidos por el Arzobispado habanero: guiones, cine, radio… Su actual
proyecto, Locos por el cine, es "un viaje al mundo de las filias y
fobias de un grupo de personajes unidos por su pasión por el séptimo arte".
Las paredes de su casa están tan desconchadas como las calles de La
Habana. Su cuerpo, tan flaco que parece hijo del Período Especial,
contrasta con el culto a los músculos -logrados a base de horas de
gimnasio, anabolizantes e incluso inyecciones de cacahuete- que vive la
capital.
Nueva industria
La nueva Habana, esa que se quiere levantar de sus escombros, te golpea
al atravesar la puerta de un viejo palacete en el corazón del Vedado.
Incluso el fotógrafo, habanero de pies y boca, se pregunta si se ha
equivocado de ciudad. Luces sicodélicas, obras de arte, techo altísimo,
música house y un bar de medianoche preparado para hablar de la vida y
del amor. Un restaurante de lujo rebosante de delicatessen en la capital
que olvidó la buena gastronomía. Estamos en el paladar (restaurante
privado) más cool de La Habana. El creador de Le Chansonnier se llama
Héctor Higuera (38). Es uno de esos emprendedores que está empeñado en
marcar una nueva época en la isla. "Ha llegado el momento", afirma
convencido. "Viví unos años en Francia y allí conocí de cerca su comida.
Me hice adicto a París".
Territorio favorito de diplomáticos y habaneros macetas (adinerados), un
lugar exclusivo que llena sus 10 mesas y cuyos platos dependen siempre
de la "caza" de Héctor en los mercados de la ciudad, desde marisco a la
carne pasando por la cocina francesa con sazón caribeña.
En el país de los piropos, Yarisleisy Bauta (20) es la reina. Uno en
cada esquina: "¡Cuidado! El sol derrite los bombones". Estamos en un
palacete olvidado cerca del Malecón. Yarita, como la llaman, posa sin
problemas: es su trabajo. Se retuerce frente a una reja oxidada.
"Comencé a los cinco años, posando frente a mi espejo. Desde entonces
quería ser modelo. Mi madre me apuntó a una escuela", recuerda. Muchos
años de esfuerzo, gimnasio y régimen severo, hasta que hace dos años fue
fichada por La Maison, el centro principal de la moda en Cuba. En la
mansión de Miramar se organizan varias pasarelas a la semana para
exhibir las creaciones de los diseñadores cubanos ante visitantes
extranjeros, turistas en su mayoría.
Su cuerpo interminable y sus facciones, que mezclan sangre china y
cubana, han lanzado a Yarita a la cumbre local de la moda, donde gana
unos US$ 30 al mes por 16 desfiles.
Karen Rivero (32) ilustra sobre papel. Una de sus obras más complejas es
Insomnio, que condensa "todo lo creativo que puede surgir de tu
imaginación en una noche de desvelo". Esta ilustradora y diseñadora
gráfica apostó muy fuerte por "mi pasión de siempre" y hoy ilustra
libros, cuentos infantiles, carteles de películas y camisetas.
Como miles de cubanos de su generación, creció entre referencias
visuales soviéticas ("los muñequitos" o dibujos animados), hasta que al
aterrizar en la Escuela de Diseño de La Habana "sufrí una revolución
total en mi vida: del pueblo a la gran ciudad". Y sonríe: "Uf, qué frase
más trillada". Desde entonces no ha parado de crear: exposiciones
colectivas, finalista en varios premios de España y Corea del Sur,
vestuario para obras de teatro como La ramera respetuosa… Sus
ilustraciones son buscadas por reconocidos cuentistas infantiles locales.
Los rebeldes
El rap de Aldo Rodríguez (28) es tan agrio como la vida en La Habana. El
rapero rebelde vive haciendo rimas y dibujándolo en su cuerpo desde
2003, el año en que el hip hop irrumpió con fuerza en la isla. Estamos
en la azotea de su edificio, frente al zoológico habanero. "El rap es
guerra" y "Traición es muerte" no son adornos en sus brazos, son sus
poemas. Es el líder del dúo Los Aldeanos, un fenómeno social idolatrado
en casi todos los rincones de Cuba, que escucha trova, canta salsa,
baila reggaeton y protesta con rap. Los revolucionarios de la
Revolución, como algunos les llaman, han centrado su trabajo "en la vida
de la gente".
El gobierno les tiene prohibido los conciertos multitudinarios. Su
popularidad y sus letras lo asustó. Letras como: A veces sueño que es un
sueño esta triste realidad/hasta despierto busco la manera de soñar/ y
así lo haremos hasta que también violen este derecho.
"Nos cerraron las puertas y se tragaron las llaves", dice Aldo, quien
prepara su viaje a Los Angeles para producir su nuevo disco.
Lo que más sorprende de Che Alejandro (39) es su humildad. Gurú del
tatuaje y pionero de una de sus tribus urbanas, los skaters. "Soy un
friki cubano con aspiraciones, alguien al que todo le da igual. Me
molesta mucho la gente que se lo cree". Estamos en su estudio, cerca de
la Plaza de la Revolución. Desde aquí ha perpetrado su pequeña
subversión a base de tatoos. Che comenzó surfeando y aprendió a tatuar
en el cuerpo de sus compañeros de olas. Hoy ya nadie se tatúa al Che
Guevara. "A la gente le gustan mis personajes de comic, también los
tribales o las invenciones propias. Como en el resto de los países. Cuba
sueña con vivir también ese mundo globalizado", explica el tatuador.
El Sexto habla, pinta y salta. Parece flotar, rebotando de graffiti en
graffiti. Para Danilo Maldonado (28), un proscrito del arte urbano, la
vida es un juego donde se apuesta fuerte. Sus mensajes son profundos, a
veces desgarradores, pero llenos de humor y de sátira, incluido su
nombre de guerra, El Sexto. "Lo elegí -cuenta- para ridiculizar la
campaña de los Cinco", los cinco agentes cubanos presos en EE.UU. desde
1998 por espionaje, convertidos en héroes por el gobierno castrista.
Esta tarde, El Sexto entra en una vivienda abandonada junto a la famosa
Quinta Avenida habanera, para reproducir, por primera vez, su bandera
cubana, "el símbolo de una nueva generación". En ella, el rojo
representa "la sangre derramada de los luchadores de la libertad"; el
blanco, "a los héroes de hoy, como las Damas de Blanco", y el azul, "a
las generaciones que van quedando atrás en búsqueda de la estrella de la
libertad". El primer graffiti, hace cuatro años, "me lo rayaron. Me
habían escuchado, ¡había que seguir!". Y desde entonces, pese a
detenciones y amenazas, de pared en pared, se ha convertido en el Pepe
Grillo de los sprays, tan difíciles de conseguir en La Habana. Su firma
recorre paredes de toda la ciudad. Algunas duran tres o cuatro días,
otras las borran en menos de media hora. Incluso la lleva tatuada en el
brazo. Un hombre la reconoce.
- "¿Tú eres El Sexto?", pregunta acercándose cuando ya hemos salido de
la casa.
-"¡Mis respetos, hermano!".
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