febrero 25, 2012
David Canela
HAVANA TIMES, 25 feb — Al parecer, tomar una simple foto en un espacio
público cubano representa una amenaza para la seguridad del Estado, como
si se tratara de poner una bomba o hacer un disturbio masivo.
Esto me lleva a plantear algunos problemas. El primero es el de la
libertad, y su lectura desigual ante el derecho de los ciudadanos
cubanos y extranjeros.
El turismo es uno de los tres principales renglones de la economía
cubana, descontando por supuesto las remesas, que aportan la mayor
cantidad de ingresos netos a las arcas del Estado.
Sin embargo, a ningún turista del mundo se le dice cuando llega a un
país –salvo en Corea del Norte– que está prohibido tomar fotos, no sólo
en, sino a cualquier institución o medio material vinculado al Estado.
Eso parece un toque de queda, o una veda perpetua a la información que
pueda originarse por medios independientes, y significa que tomar una
foto en un hotel o a una calle de la ciudad puede ser considerado como
un acto subversivo, a menos que se infiera que usted la tomó como un
recuerdo personal, o declare su finalidad (a veces de forma indirecta,
si se sabe que usted es un "simple turista," un reportero oficial, un
pintor, un artista fotográfico, o un arquitecto).
En Cuba se venden cámaras fotográficas, y en ninguna parte se advierte,
ni en la tienda, ni en el prospecto de la cámara –que por supuesto, no
es hecha en Cuba– a cuáles lugares o a cuáles objetos se les está
permitido, o no, tomar fotos, salvo quizás después de haberlos captado.
La suspicacia y el miedo a la verdad se esparcen como una sombra en la
mente de los perseguidores, y la paranoia, tan intrínseca a este
sistema policial, comienza a calar en la mente del fotógrafo, como si
éste fuera un espía que se aventurase a robar un secreto militar o
industrial dentro de una recóndita oficina.
Conozco a cubanos a quienes se les ha obligado a borrar sus fotos,
simplemente por fotografiar a un policía, un "lugar estratégico" (las
afueras de un paradero de guaguas, de un banco financiero), o hasta un
performance callejero que estaba siendo fotografiado además por otros
turistas –claro está, extranjeros.
¿Y para qué tomar fotografías? En primer lugar, una foto es un
testimonio –como antes lo fueron la escultura, la pintura y el grabado–
de una pequeña historia congelada en el tiempo, y conservada para la
memoria.
Si tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no se hubieran fotografiado
los campos de concentración, los cuerpos esqueléticos de quienes los
habitaban, y las pilas de cadáveres amontonados en fosas comunes, hoy
pudiera muy bien dudarse de la gravedad de ese genocidio, e incluso
hasta de su existencia.
Gracias a las miles de fotografías que fueron tomadas durante y después
de la guerra, hoy ha quedado una evidencia palpable para las futuras
generaciones, que pueden valorar más allá del relato subjetivo la
magnitud de ese crimen. Sin ellas, no hubiera habido una Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
Y ocultar una historia tan profunda, como intentar ahora ocultar una
realidad tan evidente, me parece un fraude para la historia del futuro,
una inoculación masiva de la amnesia. Por otro lado, la fotografía puede
ser arte, aunque llegue a captar imágenes sórdidas y tristes de la vida,
como lo demostró el mismísimo Che Guevara.
El segundo problema es el de la propiedad, y la connotación que adquiere
entonces el llamado "espacio público." En Cuba hay una inversión de
roles: el espacio público se comporta como un espacio privado del
gobierno ("la calle es de los revolucionarios"), y el espacio privado
(la casa) debe comportarse como un espacio público, a los ojos de los
vecinos.
Hasta que no se reconozca, por medio de leyes, el derecho a la propiedad
individual, todo el país se comportará como una zona privada del
gobierno. El gobierno es el propietario de una gran compañía, de un gran
monopolio llamado Estado, que administra con leyes caprichosas, leoninas
y unilaterales, y a veces con ninguna.
La prohibición de que no se permiten fotografiar las instituciones del
Estado proviene de una orientación del Partido Comunista, el cual alega
que podrían usarse las fotos para lo que ellos llaman
"contrarrevolución," o "hablar mal del gobierno."
Hacer contrarrevolución sería ya no sólo hacer un análisis objetivo del
ambiente cubano, sino simplemente mostrarlo, y máxime esa realidad que
ha sido silenciada y desterrada de los medios oficiales de información,
cuando no se emplea para la demagogia.
Además del miedo a la repercusión que puede tener la publicación de lo
obvio, deben sentir una profunda vergüenza, pues no quieren admitir que
se equivocaron, que santificaron a un gobierno y a un sistema que los ha
defraudado, y al cual siguen aferrados sólo por miedo a que les quite lo
poco que tienen, unas migajas a cambio de su empedernida lealtad.
Hoy, 14 de diciembre, me dijeron, por estar tomando una de esas fotos,
que ya "estaba circulado," así que espero que en cualquier momento me
citen para decirme que alguna de mis fotos no les gustó mucho, y yo les
diré…, a mí tampoco.
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