La música por dentro
Andrés Reynaldo
Miami 28-02-2012 - 8:48 pm.
Artistas en intercambio cultural viajan a Miami, donde el apoliticismo
que declaran es puesto a prueba.
Cada vez que nos visitan músicos que viven en Cuba, o que viven entrando
y saliendo de Cuba, surge el problema de hacerle preguntas políticas a
gente que no puede darse el lujo de responderlas.
La contradicción es insalvable. La autonomía de estos artistas depende
del criterio de la Seguridad del Estado. Una nota discordante aquí o
allá puede anular lo mismo un permiso de salida que un permiso de
entrada. En suma, puede destruir un modus vivendi. A diferencia de
Silvio Rodríguez y Amaury Pérez, por poner dos ejemplos supinamente
oficialistas, muchos de estos artistas evaden el compromiso militante
con la dictadura. Aplausos. Pero todos sabemos que esa distancia depende
de la voluntad de las autoridades para tolerar un espacio no
comprometido en un escenario perfectamente controlado.
Extraña que los artistas trabados en este comercio con la dictadura
vengan a Miami. Porque esta es la Cuba que pregunta y opina. (Por
cierto, una Cuba donde también preguntan y opinan los defensores de la
dictadura.) Si Kelvis Ochoa canta en la Tribuna Antiimperialista de La
Habana es lógico que aquí le preguntemos por qué. ¿Cuéntanos Kelvis?
Dirá que lo hizo porque le dio la gana o porque no le convenía rechazar
la oferta. Una de estas respuestas lo dejará mal parado aquí o allá. O
aquí y allá. Es una trampa. Pero, ¿sabes Kelvis?, te tocó. Nos tocó.
Desde 1959 la nación cubana fue escindida por la más perversa y
destructiva de las dictaduras americanas. Un proceso de genuina
restauración democrática fue secuestrado por una parásita mafia
revolucionaria. Esto nos impone un dilema moral. Cada cual tiene derecho
a resolverlo de acuerdo con su conciencia y sus intereses. Pero debemos
a la dictadura, y no a Miami, la reducción de esas opciones a un límite
extremo. Dado que la persona moral no encontrará en la dictadura un
ángulo que justifique su adhesión.
Por suerte, y a beneficio de inventario, los hermanos Castro no dejan
lugar para matices. Es muy fácil darse cuenta de qué lado van la razón y
la justicia. En Miami, y en toda la diáspora, a veces perdemos nuestro
punto cardinal. De Cayo Hueso a Berlín y de Ciudad de México a Buenos
Aires, somos los guardianes de la memoria. Somos el territorio más vital
de nuestra cultura. La voz de los que están obligados a callar. El
santuario de los perseguidos. La barrera que no pueden burlar los
trovadores que santifican los fusilamientos, los obispos entregados a la
pastoral del raulismo, los académicos con doble agenda, los agentes
infiltrados, los creadores que tratan de evadir su mediocridad con una
ambigua navegación entre dos aguas.
Dicho sea sin dramatismo, somos el espejo del dolor. Dicho sin
mezquindad, somos los que matamos el hambre, vestimos la miseria y hasta
quizá hemos evitado un baño de sangre con nuestras generosas remesas.
Somos, a mucha honra, la triunfal gusanera: el exilio que muestra desde
una quincalla en la Calle Ocho hasta los claustros de Harvard y las
oficinas de Wall Street los logros de la Cuba que pudo ser sin Fidel y
los horrores de la Cuba que acabó siendo con Fidel.
La caridad obliga a no tomarse a pecho el cantinfleo, las medias
verdades, la estúpida comparación entre la intolerancia
institucionalizada de la dictadura y la intolerancia espontánea de un
sector minoritario del exilio, las imposturas de filósofos con faltas de
ortografía y bongoseros en estado de permanente ebriedad. Pero no nos
pasemos de rosca. La comedia adquiere un innecesario tono repugnante
cuando Descemer Bueno nos dice: "Hay más racismo aquí que en Cuba, el
mismo que había allá vino para acá. Por eso es que no estamos en MTV.
Aquí los mulatos no salimos en televisión para nada".
O cuando Raúl Paz nos explica (con una metáfora apenas superada por la
famosa respuesta de Ricardo Alarcón a Eliécer Avila) la inutilidad de
que los cubanos disfruten del derecho a salir libremente del país porque
a la larga eso solo "va a resolver el problema de seis personas".
No cabe duda, Miami es una ciudad muy politizada. ¿Qué quieren? ¿Por qué
debo hacerme el de la vista gorda cuando Carlos Varela proclama en Miami
que no le interesa la política y sermonea contra el embargo en
Washington? Todo es política, queridos amigos, y ustedes lo saben. Por
eso se cuidan de no desafinar con la dictadura. Puede que cantar en el
Carlos Marx, en el Concierto de Juanes o en la casa de un general no te
convierta en un esbirro. Puede que tus canciones tengan, incluso, alguna
que otra frase subversiva. Pero eso no te disculpa de vivir de espaldas
a la tragedia de tu pueblo. Tu ligereza no redime tu amoralidad. Esa es
tu elección. La descarada respuesta a más de una pregunta.
http://www.diariodecuba.com/opinion/9840-la-musica-por-dentro
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