La soledad del campo
Alberto Méndez Castelló
Las Tunas 23-11-2011 - 7:33 am.
Las leyes cubanas inhiben el desarrollo de la familia rural. ¿Dónde y
cómo viven los hombres y mujeres que cultivan lo poco que produce la tierra?
La Habana, 22 de abril de 2011. (REUTERS)
El representante en Cuba de la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), Marcio Porto, expresó en ocasión
del Día de la Mujer Rural, celebrado el pasado 15 de octubre, que es
necesario la adaptación de la mujer al medio, no solo para producir,
sino también para vivir en el campo.
"Este es un momento histórico para el pueblo cubano porque el país se
decide y se dedica a producir alimentos como un asunto de seguridad
alimentaria", declaró el funcionario de la FAO, según reportó Juventud
Rebelde.
Unos días después, de acuerdo con el mismo diario oficial, Porto opinó
que la entrega de tierras en usufructo constituye "una valiosa
experiencia para revertir la migración del campo hacia la ciudad".
Pero a lo que en concordancia con su estatus de funcionario extranjero
el señor Porto no se refirió, y Juventud Rebelde calló, es a las muy
rígidas disposiciones legales, tanto agrarias como de la Ley de la
Vivienda, que en unos casos impiden y en otros limitan el renacer de la
población rural en Cuba.
Según fuentes oficiales, en 2008 el 20% del producto interno de Cuba
dependió de la producción agropecuaria, mientras el 21% de la población
económicamente activa se empleaba en tareas rurales.
Considerando que la familia promedio cubana está compuesta por cuatro
personas, algo así como cuatro millones de personas de las once que
vivimos en esta Isla dependemos directamente del campo.
¿Pero alguien se ha preguntado dónde viven los hombres y mujeres que
cultivan lo poco que produce la tierra?
Que el campo nacional —salvo aislados asentamientos y chozas dispersas—
es pura soledad, no es secreto para nadie en Cuba.
"El ausentismo rural no solo merma la producción agropecuaria de nuestro
país, sino que provoca un daño peor, que puede tornarse irreversible si
no se ataja a tiempo: la pérdida de la cultura fundacional de la nación,
algo tan grave como perder la historia de los ancestros. Cuando se
extravían patrones de conducta sedimentados a lo largo de siglos, sin
remedio se producen comportamientos distantes de lo que debiera ser un
individuo moralmente responsable", dijo un sociólogo a quien DIARIO DE
CUBA acompañó por una extensa zona rural deshabitada, siguiendo el
rastro del reacomodo de esa población, asentada ahora en barrios
marginales donde la prostitución, el alcoholismo y los delitos contra la
propiedad son prácticas cotidianas.
Las causas que transformaron el campo cubano en un desierto son
múltiples. La primera de todas, la ausencia de una verdadera reforma
agraria que convirtiera al campesino en dueño de la tierra.
Con la reforma agraria que expropió la propiedad rural cubana, el obrero
agrícola pasó a ser peón del Estado; no fue más allá el campesino, al
que —si bien la nueva ley lo hizo propietario de la parcela arrendada a
su antiguo dueño— los sistemas de comercialización y de precios de los
productos agrícolas convirtieron en una especie de jornalero eventual al
servicio del Estado, según las temporadas de cosecha.
Todo ello, unido primero a la nacionalización de los comercios rurales
particulares —donde el tasajo uruguayo y el bacalao noruego eran
productos asequibles al jornal agrícola— y más tarde a la desaparición
de estos comercios —donde un día, aunque racionada, fue posible adquirir
carne rusa enlatada—, hizo la vida en el campo poco menos que insoportable.
Del resto se encargaron los cuatreros, arrasando con cuantos animales se
encontraban a su paso; los ladrones de frutos menores, que cargando con
racimos de plátanos o mazorcas de maíz en una sola noche frustraban
meses de trabajo de los campesinos, y los comisarios políticos, día tras
día sobre estos para hacerles incorporar sus tierras particulares a las
llamadas cooperativas de producción agropecuarias.
Hoy, en las madrugadas de barrios marginales de pueblos y ciudades, se
ven partir camiones y carretas con obreros agrícolas rumbo al campo.
Antes de media tarde, retornan. Solo por transportación de fuerza de
trabajo, muy a menudo subutilizada, cada día en Cuba se despilfarran
miles de litros de combustible.
¿Cómo se va a remediar tan catastrófica situación? A ciencia cierta
nadie lo sabe, pues las leyes que debían incentivar el retorno de la
familia rural a la tierra no hacen sino inhibirlo.
Según el artículo 2 de la Ley General de la Vivienda, en Cuba sólo es
legítimo tener una vivienda; lo otro es poseer una casa de veraneo en el
campo, en la playa o vaya a saberse dónde, pues la ley no lo especifica
para el común de los mortales. Sin embargo, sí lo regula en el caso de
los agricultores pequeños.
De acuerdo con el artículo 107 de la Ley de la Vivienda, si en el año
1985 ya un agricultor poseía una vivienda en su finca y otra en un área
urbana, pues esta última es la de descanso y la del campo la permanente
y, por supuesto, si bien la ley de la vivienda se ha suavizado
permitiendo la compraventa de casas, ni soñarlo en el caso de tierras e
inmuebles agropecuarios, según estipula el Decreto Ley 125 del
presidente del Consejo de Estado, del 30 de enero de 1991.
Para los que poseen tierras en usufructo en virtud del decreto de las
tierras ociosas, y pretendan en ellas construir instalaciones
agropecuarias permanentes, el procedimiento puede convertirse en todo un
vía crucis, según el Decreto Ley 282 de agosto de 2008. Y ni pensar
construir una vivienda en ese terreno si ya son poseedores de una casa
en la ciudad y una cabaña en la playa.
Si alguien quiere estar junto a sus vacas, pues debe meterse en una
tienda de campaña, a la usanza de los nómadas del desierto.
Con tales regulaciones, sería útil clarificar cómo la mujer cubana se
adaptará a vivir y a formar una familia en el campo, al decir del
representante de la FAO en la Isla.
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