Sobre campesinos, lechugas y hoteles
En la política, el Gobierno cubano solo cederá lo imprescindible para
que el modelo económico les funcione
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 28/11/2011
La reciente autorización dada a cooperativas de diferentes naturalezas,
para que puedan vender directamente sus producciones a entidades
turísticas, es un paso positivo e importante por dos razones que
explicaré en lo adelante.
En primer lugar, es una medida que introduce una nota de racionalidad en
el sistema económico cubano. El sistema económico cubano ha sido por
cinco décadas eminentemente mediocre y burocrático. Las producciones
agropecuarias —y de cualquier naturaleza— solo adquirían categoría de
mercancías cuando eran registradas por burocracias habilitadas para
ello. Con todo el dispendio que esto ha significado. Y aun cuando esta
rigidez ha flaqueado algo al calor de la crisis que no termina, en lo
esencial, sigue siendo así.
Recuerdo un caso que observé directamente en el pueblecito de Chambas en
la provincia de Ciego de Ávila mientras realizaba una investigación
sociológica a fines de los 80. Con seguridad hubiera inspirado a
Ionesco. Aunque Chambas tiene un puerto cercano donde funcionaba una
empresa pesquera —Punta Alegre— y se abastecía de peces de esa
cooperativa, los pescados hacían un viaje de muchos kilómetros hasta la
capital provincial donde eran registrados y se hacían reales. Y desde
allí hacían el viaje de regreso a Chambas. Pero como el sistema de
refrigeración de los camiones era muy deficiente, muchas veces la carga
llegaba descompuesta. Y los chamberos no podían comer pescado, excepto
cuando podían acceder al mercado negro, donde los pescadores de Punta
Alegre —muchos de los cuales vivían en Chambas— se encargaban de acortar
los recorridos de los desafortunados habitantes del mar.
Pero ya avanzada la década de los 90, en medio de la espantosa crisis
que los dirigentes cubanos dulcemente llamaron "período especial en
tiempos de paz", tuve la oportunidad de conocer un poco el asunto de los
hoteles de inversión extranjera en Varadero.
En uno de ellos conversé largamente con un joven gerente español, un
tecnócrata taylorista decidido a sacar toda la plusvalía posible, y en
el menor tiempo posible, a cada uno de sus empleados cubanos. Recuerdo
que la encargada de carpeta era una exjefa del departamento de filología
de una universidad de la región central, que no solo sabía inglés y
francés, sino que había leído a Racine y recitaba de memoria a Walt
Whitman. Pero a quien se le hinchaban las piernas de estar parada todo
el tiempo en largas jornadas laborales. Y la gerente de joyería, otra ex
profesora universitaria, tan bella como inteligente, capaz de vender un
anillo de bodas a un sacerdote de 80 años. Y que rumiaba su frustración
cotidiana por un trabajo que solo le permitía sobrevivir con alguna
holgura donde otros sucumbían a la miseria y al subconsumo.
El joven gerente estaba encantado, excepto en el punto de los
suministros de vegetales y frutas. Tenía que comprarlas a una empresa
intermediaria que residía en Cárdenas, usualmente desabastecida y que
solo ofrecía lechugas mustias y mangos pasmados. Y no lo que se le
pidiera, sino lo que hubiera. Me confió con una sonrisa pícara que
traían directamente muchos productos de lugares como Bahamas, Cancún y
Florida, dato este último que espero no será tomado en cuenta, por
circunstancial, por Ileana Ros-Lenthinen.
La medida, por consiguiente, debe tener un efecto positivo en la
reducción de costos, y en la formación de cadenas productivas y de
servicios vitales para el desarrollo local. Esta es una manera de
potenciar al turismo como un motor para el crecimiento económico. Y solo
por ello, creo que es importante y beneficioso. Y creo también que pasos
de esta naturaleza deben darse en todas direcciones, y no solo en
relación con la agricultura.
Pero hay un segundo punto que me parece aún más relevante: su efecto
sistémico.
El sistema cubano —económico y político— se ha basado siempre en la
existencia de un vértice severamente centralizado y una base fragmentada
e incomunicada. Y en ello ha residido su capacidad de control y
prevención de disrupciones críticas. De manera que si revisamos la
historia del sistema podremos ver que la anatematización preventiva ha
sido más frecuente y eficaz que la propia represión directa de las
disidencias.
En política esto ha sido muy claro: cada institución es una estructura
vertical que a su vez confluye en el centro político. No hay relaciones
o comunicaciones horizontales. Y todo finalmente termina en una cúpula
muy reducida que se compone de un líder por el que damos vivas en los
desfiles de los primeros de mayo y un círculo muy estrecho de
colaboradores que varía según las circunstancias. Por décadas este líder
y su círculo interior han sido los únicos productores legítimos de
política e ideología. El resto, nosotros, hemos sido consumidores.
Pero en la economía pasaba lo mismo. Todo comenzaba con un plan
burocrático y centralizado, que era permanente violado por esa misma
estructura burocrática y centralizada. Tal y como sucedía con el
regimentado sistema político, el mercado era fragmentado para evitar el
contacto libre de sus agentes. Y desde los 90, marcado además por dos
monedas diferentes, lo cual abrió un campo promisorio de ganancias
diferenciales que los funcionarios-convirtiéndose-en-burguesía han
sabido aprovechar muy bien.
De ahí los desvelos del gerente español y su decisión final de buscar
las verduras allende los mares, a pesar de contar con una llanura
excelente para la agricultura a solo unos kilómetros de su gueto
turístico, llena de campesinos dispuestos a producir y acogotados por
inspectores y policías para que dirigieran sus producciones a los
almacenes de acopios.
Con esta medida se da un paso adelante en la desfragmentación de los
mercados, en la misma dirección que va el decreto que abre el mercado
inmobiliario. Y en consecuencia, representa otro paso serio en ese otro
proceso —que será largo y doloroso— de construcción del capitalismo en
el país.
Reitero que se trata de un paso positivo. Porque ayudará a dinamizar la
economía y la producción de alimentos, y todo esto es muy importante
para una sociedad que a fuerza de mala administración ha quedado
reducida a la pobreza y con un grado alarmante de vulnerabilidad. Que
exista más comida en Cuba, y que más cubanos y cubanas puedan
alimentarse mejor, es positivo. Que haya más actores autónomos, aunque
sea en el área limitada de la economía, es también positivo. Que estos
actores, al mismo tiempo que hacen su acumulación, empleen trabajadores
y les paguen mejor que lo que el estado hace, es también positivo. Y
todo crea un clima menos enrarecido para adelantar una agenda de
reconstrucción nacional, de una república democrática, justa y solidaria.
Pero, obviamente, esto último no es lo que sugieren las reformas del
General/Presidente, de cuyo pedigrí antidemocrático nadie tiene derecho
a dudar. En su agenda no está la democracia. Y es así porque la
autonomía previsible se dará en el mercado, no en la política. Y no es
cierto que una dinamización mercantil en la economía conduzca
linealmente a la apertura democrática. Produce, eso sí, liberalización,
es decir, más liberalismo, pero no más democracia. Más aún: me atrevería
a afirmar que la producción de democracia sería disfuncional, porque la
apertura que se produce en Cuba, para conseguir su funcionamiento
óptimo, debe convivir con una clase trabajadora y una ciudadanía sin
derechos, ni iniciativas reivindicativas. Utilizando aquella infame y
anticubana metáfora de Lázaro Barredo, como pichones, pero con el pico
cerrado.
En la política el Gobierno cubano solo cederá lo imprescindible para que
el modelo económico les funcione. De ahí el pacto con la jerarquía
católica, la liberación de los presos o la reciente flexibilización de
la migración interna, que finalmente es un mejor escenario para que el
mercado inmobiliario funcione, limpiando fortunas y convirtiendo tesoros
en capitales. Y en breve veremos algunos pasos liberalizadores que se
darán respecto a la emigración, pues es necesaria la concitación del
"ahorro externo" que representa el dinero de los migrantes, llegue en
formas de remesas o de inversiones.
Pero no más. Los dirigentes cubanos, sus intelectuales subsidiarios y
sus blogueros mal pagados han sido muy claros en eso de que la apertura
democrática y la rebelión de los indignados ya se dieron en 1959.
Hace la friolera de 52 años.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/sobre-campesinos-lechugas-y-hoteles-270974
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