El amargo porvenir del azúcar
La caída de los precios y el baile de alianzas internacionales sitúa a
la industria de la caña al borde de la extinción en Cuba
19.12.10 - 00:15 -
SERGIO GARCÍA
Silvino todavía recuerda cuando el Valle de los Ingenios hervía de
brigadas de peones machete en mano y los trenes de la zafra abastecían
de caña las fábricas azucareras de la Cuba revolucionaria. Las
locomotoras se abrían paso entre los cultivos con machacona insistencia,
porque una vez que se queman los tallos para despojarlos de hojas, el
tiempo es oro y la caña pierde hasta un 10% de su valor por cada día que
pasa sin tratarla. Pero los tiempos han cambiado. Haciendas como
Guachinanga o la de Manaca-Iznaga se han convertido en reclamos para el
turismo y apenas despiertan el interés de Silvino, que hace guardia a la
puerta de un restaurante mientras un quinteto de cuerda se dedica a
destrozar 'Dos gardenias para ti' y 'Guantanamera'.
Cuando le preguntan por la caña, Silvino señala el llano donde ya sólo
se cultiva cebolla, plátanos o forraje para el ganado. En el horizonte,
a dos kilómetros de la carretera que une Sancti Spiritus y Trinidad, un
grupo de jornaleros desmantelan una azucarera. Son como termitas que
devoran su propio pasado; los camiones cargando toneladas de raíles,
vigas y ruedas dentadas. «Se llevan la F.N.T.A. -exclama Silvino con
resignación-. A Venezuela, nada menos». Su caso no es único. Desde Pinar
del Río hasta Holguín, el país está salpicado de testigos de hierro a
los que el clima del Trópico y la falta de repuestos han herido de muerte.
Desde que los españoles introdujeron su cultivo en el siglo XVI, el
azúcar ha sido la base económica de la isla, a larga distancia del
tabaco o el café. Hace diez años, esta industria daba empleo directo a
unas 400.000 personas, mucha gente para un país que apenas rebasa los 11
millones de habitantes. Era la segunda fuente de ingresos después del
turismo, la gallina de los huevos de oro que ha sobrevivido a todos los
bloqueos. Pero en Cuba todo es susceptible de empeorar. El
desmembramiento de la Unión Soviética no tardó en hacer crujir los
cimientos del paraíso caribeño. El país vio con impotencia cómo su
aliado de décadas empezaba a marcar distancias y su economía, ya de por
sí maltrecha, acusó el golpe.
El ron, seña de identidad
Desde entonces, la situación no ha hecho sino empeorar. Hoy sólo quedan
61 ingenios y la última cosecha apenas se ha saldado con 1,4 millones de
toneladas. Aunque la cotización de la materia prima ha subido, la
mayoría de las fábricas y destilerías que han sobrevivido están en un
estado ruinoso. Por si fuera poco, la inversión extranjera que sería
necesaria para resucitar el sector tropieza con múltiples obstáculos.
Una de las pocas excepciones es la empresa hispano-cubana Alficsa, que
produce alcoholes finos de azúcar para un amplio abanico de usos, desde
licorería hasta cosmética y farmacia.
Mientras en Brasil el uso principal que se da a la caña es el de
combustible, los cubanos han hecho del ron una de sus señas de identidad
y el esfuerzo productivo se orienta hacia la comercialización de alcohol
etílico procedente de la melaza, un residuo derivado de la sacarosa.
Sólo Havana Club comercializó 3,4 millones de cajas de nueve litros el
año pasado. Una razón de peso para que el futuro de la caña no se
disuelva como un azucarillo.
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