Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - La calle Águila, entre
Monte y Reina, fue el bulevar más notorio del mercado negro en La
Habana hasta principios de septiembre. Sus vendedores ofrecían productos
deficitarios con el consentimiento de compradores y policías. Allí
encontrábamos ropas de todo tipo, objetos electrodomésticos, perfumería,
relojes, alimentos y libros, desde el Camasutra hasta un best seller.
Nadie cuestionaba la procedencia de las mercancías.
Con el paso de los ciclones llegó la ofensiva contra los mercaderes. El
cambio meteorológico de la política penal cubana ha dado al traste con
delitos menores tolerados para compensar la ineficacia del enorme
aparato productivo y comercial del Estado. Los vendedores fueron
acusados de acaparamiento, especulación, receptación y actividad
económica ilícita. Algunos pagaron multas y esperan juicios; otros
huyeron, muchos están en prisión preventiva o en granjas de trabajo forzado.
La actual política penal ha puesto en jaque a la red de productores y
pequeños comerciantes marginales, pero nuestro mercado negro es sui
géneris y necesario, suple carencias, no ofrece drogas ni armas y es
resultado de la asfixiante centralización estatal. Si bien hay que
enfrentar la corrupción, el robo y otros vicios, no debemos acabar con
el mercado de ofertas y demandas.
Al amigo de un vecino le movieron el piso. Era pequeño comerciante y
poseía un taller para hacer refrescos, pero sorprendieron a sus dos
colaboradores y éstos indicaron al propietario, el cual reconoció su
responsabilidad y aclaró el origen del negocio. Como no tenía vínculos
antisociales ni antecedentes penales, le quitaron la fabriquita y le
pusieron una fianza en efectivo como medida cautelar.
Al quedarse sin medios de vida, el amigo de mi vecino decidió buscar
alternativas con unos parientes de Matanzas, pero la mujer lo llamó para
decirle que lo andaban buscando, pues le cambiaron la medida cautelar
por prisión preventiva. Ella puso un abogado y este le pidió que él se
presentara, era un delito menor y no debía complicarse con evasiones.
Unos días después, ante la insistencia policial, la muchacha confirmó
que ya tenía noticias de su esposo, quien la llamó desde Miami.
Es un caso extremo y precipitado, pero no es el único. Las personas que
huyen del país con juicios pendientes después se arrepienten. Si
regresan son apresados. Charles A.V., el amigo de mi vecino, dejó a sus
padres, a la mujer y el niño. Tal vez no los vea nunca más, salvo que
logre llevárselos por concepto de reunificación familiar o que haya un
cambio en la isla.
Quizás dentro de unos meses resurjan los pequeños mercados y los
gobernantes de Cuba pospongan la aplicación de la política penal
meteorológica para la próxima temporada ciclónica. Por ahora, aumentan
las colas, el hambre y la escasez, mientras los vendedores se reciclan,
huyen del país o esperan tras las rejas.
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